* Catástrofe en Bogotá
* ¿La seguridad está en la agenda?
Ya se han agotado las palabras para describir el grado de indignación a raíz del abismo en el que ha caído la seguridad en Bogotá. Los 35 heridos y la muerte de dos menores de edad, causada por los estragos de una bomba detonada cobardemente bajo la insignia de las Farc contra los policías en un CAI de Ciudad Bolívar, son el ejemplo dolorosísimo de la infamia a que se ha llegado a partir de entregar las calles a los criminales.
Porque todo nace de ahí. Es decir, de pensar que la seguridad es un tema secundario que puede despacharse con los malabarismos conceptuales de una retórica insulsa que predomina en la ciudad de hace tiempo, como ha sido palmario desde los desmanes asociados al paro unos meses atrás. Y que, en vez de ser factor disuasivo, es aliciente para que los delincuentes sigan con sus acciones protervas.
En efecto, a nadie escapa que, de ese discurso contemporizador, muchas veces favorable a la anarquía (por lo demás expresado desde las más altas instancias capitalinas), no saldrá nada que implique recuperar la autoridad y el orden.
De modo que las cosas comienzan por los criterios con los que se maneja la seguridad en la metrópoli. Que también obedecen al hecho asombroso de no tener este aspecto decisivo como responsabilidad número uno en la agenda gubernamental de la urbe. Y que solo cambia de rango y de tono cuando ya no hay nada que hacer. ¿Pero quién responde? ¿Quién protegió a los niños bogotanos? ¿Cuándo va a retornar la serenidad a esas familias capitalinas que perdieron lo más preciado que es la vida de sus hijos, en la cumbre de la inocencia? ¿Quién puede reponerse de semejante monstruosidad?
No es, por su parte, que el acto infamante sea producto de una conducta terrorista repentina. Ni que responda a nada diferente a lo que han hecho las Farc desde su fundación, así ciertos de sus componentes se hayan retirado y como “Comunes” disfruten de la justicia alterna, además pasando directamente de la metralla al escaño, del asesinato a la curul, sin siquiera haberse producido al menos una parte ínfima de aquella restauración judicial pretendida. De este modo, no es pues de sorprender que, prometiéndose varios procesos de la misma índole en la campaña presidencial, a uno de los tantos miles de no desmovilizados de las Farc se le ocurra “celebrar” el aniversario de la muerte natural de su comandante histórico con bombazos, depredación y sangre, llevándose por delante a los niños, en consonancia con el comunicado emitido por la facción armada.
Efectivamente, es el causante de la tragedia un miembro conspicuo del terrorismo, un individuo sobresaliente y de primera línea en estas materias sanguinarias quien, según los informes oficiales de ayer y como heredero de las enseñanzas adquiridas en las Farc, no solo es uno de los múltiples “disidentes” de la paz (cada día más en entredicho), sino que también ha sido autor del atentado contra el presidente de la República, en Cúcuta, así como de los más graves hechos en la azotada ciudad fronteriza.
En tanto, los que sí se desmovilizaron de las Farc solo se les ocurre, precisamente en estas horas infaustas, anunciar a través de su jefe la adhesión y el aporte de los 24.000 votos de la lista cerrada al Senado a una campaña presidencial (que ya se sabe cuál es). No importa, claro, la exigua votación, en todo caso sus diez curules son automáticas, y eso es lo que interesa en la controvertida composición del próximo Congreso.
Por otra parte, es probable que el resultado de no haber exigido una desmovilización completa a ese grupo subversivo, dejando pasar la ruptura interna que se veía venir desde el principio, cada día cobre peores consecuencias. Pero también hay que decir que la estrategia de seguridad en Bogotá tiene graves falencias que, aparte de este tipo de hechos inconcebibles, también ocurren con la desprotección general de la ciudadanía, denunciada por taxistas, comensales en restaurantes y demostrada por tantos episodios de que son víctimas los residentes a diario.
Hay que decirlo con todas las letras: la estrategia de los CAI no funciona. Se adoptó para otras épocas y los policías fueron inclementemente reducidos en su movilidad: además de ponerlos de objetivo. La ciudad necesita volver a los patrullajes, ver a la autoridad encarnada en su fuerza disponible, incrementar sus agentes, mejorar el presupuesto, proteger la calle como bien público, renovar las estrategias y templar la voluntad de acción. No se trata solo de rodear a las autoridades. Hay que ayudarles, pero también exigirles.
Lo decimos por enésima vez… ahora con el alma contrita.