Suele decirse con demasiada frecuencia que Colombia es una potencia en materia de producción de alimentos y que en su extenso territorio no solo hay una gran variedad de suelos fértiles y pisos térmicos, sino que, además, podría convertirse con políticas asertivas y estructurales en una de las principales despensas de víveres a nivel mundial.
Sin embargo, también son recurrentes los diagnósticos que señalan que la frontera agrícola en nuestro país crece de manera desordenada, al tiempo que la rentabilidad de las actividades de campo cada día es menor. A ello se suma que no se ha trabajado de manera eficiente en la diversificación de la producción de alimentos, es deficiente el apoyo público y privado al desarrollo del campesinado y que la violencia, el narcotráfico, la minería criminal y la falta de oportunidades para mejorar la comercialización y acceso a mercados han afectado de forma sustancial la posibilidad de que Colombia asegure a corto plazo los conceptos de soberanía y seguridad alimentaria, hoy considerados como temas estratégicos para cualquier país.
El DANE en reiterados informes, sobre todo durante y después de la crisis pandémica, y en medio de la escalada alcista de la inflación y la descolgada económica de los últimos dos años, ha alertado en torno a cómo las familias colombianas han tenido que reducir el número y volumen de las comidas al día debido a la escasez de ingresos. Paradójicamente, la misma entidad señala que se ha reducido el porcentaje de personas en la línea de pobreza y pobreza extrema.
Ahora el campanazo lo terminó dando un informe de la Red Global contra las Crisis Alimentarias, realizado en colaboración con la FAO y otras agencias de la ONU. Según el reporte, Colombia llega por primera vez a una crisis alimentaria aguda, esto porque cerca de 1,3 millones de residentes en el país no pueden acceder a las tres comidas diarias, con lo que se agrava la subsistencia de la población.
La alerta también señala que un 62% de los migrantes y refugiados en el país (2,9 millones de personas, en su mayoría venezolanos) padecen esta situación crítica mientras intentan cruzar la región en busca de mejores condiciones de vida.
El hecho de que una porción de nacionales y extranjeros en nuestro país estén aguantando física hambre es, sin lugar a dudas, un hecho vergonzante para el Estado colombiano, que se precia de ser una economía emergente. Se evidencia, además, que, pese a la gran cantidad de subsidios y transferencias económicas directas e indirectas a la población más vulnerable, la focalización de esas ayudas continúa siendo deficiente.