* La sociedad de mercados
* Recuperar la alta política
Entre los grandes problemas que agobian a la sociedad colombiana se destaca la debilidad crónica de las instituciones en las zonas de la periferia. Coexisten dos países divididos por las fronteras de una Colombia irredenta en la periferia del país en la que impera la ley de la jungla y la violencia, entre tanto nuestras grandes urbes se asemejan cada vez más a los grandes conglomerados urbanos de los países avanzados. Podría decirse que a partir de Jamundí, se escinden las dos Colombias, si bien tenemos la violencia urbana y los delitos comunes, los mismos son característicos de otras grandes ciudades. En tanto la desigualdad abismal entre la periferia del país y el resto ha llegado a un punto crónico tal que no habrá paz en esas regiones hasta que no llegue el desarrollo. Esas inmensas extensiones de selva, en la que cabrían algunos países europeos o centroamericanos, carecen de la infraestructura para el desarrollo. Está allí el gran reto para conseguir que prosperen los negocios y el progreso, que pasa por mejorar la infraestructura y la explotación inteligente de la riqueza que guardan las entrañas de la tierra, con los minerales estratégicos, como el petróleo, el coltán, el oro y las grandes extensiones de terreno que pueden servir para sembrar para el consumo nativo y exportar, así como para fomento de la ganadería.
No cabe la menor duda que el fin de la violencia pasa por desarrollar la periferia del país, lo mismo que por fortalecer las instituciones de la democracia que en esas zonas es casi inexistente o de vigencia simbólica en la Constitución. Como lo reconocen los expertos y el mismo ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, la alianza entre las Bacrim y las Farc, se convierte en una amenaza real que agrava el conflicto armado y el mismo posconflicto. Eso significa que para que no tengamos una nueva violencia por cuenta de esas bandas, difíciles de acabar en especial al no contar con el Plan Colombia para ese objetivo, por lo que se debe apelar a un gran esfuerzo nacional e internacional por el desarrollo periférico, en el entendido que no podemos seguir malgastando, como ha ocurrido en algunos casos lamentables, la bonanza petrolera o minera. Los billones de pesos, que en el pasado pasaron de manera impune a las alforjas de los corruptos, habrían servido para sembrar desarrollo en esas regiones olvidadas y maltratadas por el terrorismo y la delincuencia común.
El prestigioso catedrático de la Universidad de Harvard, Michell Sendel, en la resonante conferencia que pronunció hace unos días en el CESA, coincide con las observaciones que de años viene haciendo El Nuevo Siglo, en el sentido de realizar un gran esfuerzo nacional por repotenciar la democracia y sus instituciones. Se trata de no quedarnos en la democracia formal, como de dejar de creer que todo se resuelve mediante elecciones y concursos de méritos, cuando estos recursos de poco valen, de no contar en los hogares y las aulas con el carácter y valores de unas generaciones de dirigentes que crean en Colombia y estén dispuestos a sacrificarse por el país; como se sabe la democracia y la libertad no son gratuitas, deben ser conquistadas, mantenidas y renovadas por las sucesivas generaciones. Es una verdad de a puño que para fortalecer la democracia es fundamental avanzar en la alta política, salir de la mezquindad localista y pensar en grande. Ese es el desafío que tienen los elementos de orden, puesto que sin una política de largo aliento no es posible enfrentar los problemas que señala Sendel, como lo es el hecho de que: “En treinta años el mundo, sin darse cuenta, ha pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercados. La economía es una herramienta valiosa y efectiva para organizar la actividad productiva. Pero una sociedad de mercados es un lugar en donde todo queda a la venta, donde la lógica mercantil lo invade todo y crea sociedades tímidas, reticentes, en esas sociedades Colombia no es la excepción, la gente prefiere no hablar de ética, ni de los asuntos que de veras importan”.
Es preciso recuperar la política, esa alta política que debe estar al servicio de la Nación y del bien común. La política no puede tolerar ser sustituida por las ambiciones egoístas de unos pocos, ni convertirse en caja de resonancia de las altas finanzas. Pensar en Colombia la grande implica fomentar a como dé lugar el desarrollo periférico. Es preciso liberar la política de los actores mezquinos y sin nobles miras. En esa instancia de la alta política se deben fijar los grandes objetivos nacionales, como de la administración, la economía, la burocracia, las fuerzas productivas y el capital. Esas son condiciones elementales e insustituibles para impulsar el desarrollo en democracia.