CUANDO se menciona al dirigente conservador Roberto Gerlein Echeverría, uno de los pocos senadores de prestigio nacional, aflora a la mente la leyenda, su figura maciza e inconfundible del veterano dirigente elocuente que parece cargar sobres sus anchas espaldas la historia del Capitolio, sus contradicciones internas, virtudes y estigmas, luchas y desventuras, la bondad de sus leyes, la iniquidad de sus errores y los micos, las triquiñuelas, las veleidades y pasmosa habilidad de algunos de sus miembros para conservar o acrecentar su poder. Casi ningún otro colega se encuentra con la misma experiencia y visión macro, ni sus condiciones intelectuales. Encarna la inteligencia con la rapidez mental, la cultura y la especulación filosófica, la erudición y la imaginación feliz, la voluntad de poder y la formidable capacidad dialéctica y oratoria, para convencer, desconceptuar o sugestionar, con esa potencia que se atribuye a la escuela de los sofistas griegos, que podían hablar de todo con propiedad y elocuencia a favor o en contra. A Roberto Gerlein ninguna manifestación social o de la cultura le es ajena. Al conocer al senador, como al evocar sus grandes servicios al país, su trayectoria como ministro, los proyectos que ha defendido, muchos se hacen la pregunta obvia: ¿por qué siendo un político de condición humana excepcional, superior a la medianía de los que han sido elegidos para gobernar a Colombia, no lo picó la mosca presidencial? El libro de Roberto Gerlein, La Estructura de Poder en Colombia, es una brillante visión doctrinaria conservadora; editado en 1995, pese a que es una colección de intervenciones dispersas, encuentra el lector sintetizado un lúcido análisis de las instituciones y el juego de factores políticos-sociales del país. Aborda los asuntos relativos al poder en nuestra maltrecha democracia, para referirse al tema económico dice: “En Colombia, como en todos los países subdesarrollados tiene lugar el fenómeno de concentración del ingreso. Ello significa que en nuestro país, a diferencia de las sociedades industrializadas, el ocho por ciento de la población recibe, aproximadamente, el noventa y dos por ciento de la renta nacional. La concentración del ingreso, a su vez, genera la acumulación del ahorro nacional en pocas manos, las cuales, obviamente, son las de los grandes ricos”. La radiografía anterior adquiere certeza cuando se observa que “sólo en niveles altos de ingreso, una vez satisfechas las necesidades, es posible el ahorro en los países pobres”. El desequilibrio social, la impotencia colectiva y la miseria avanzan más que el desarrollo, en tanto crecen los ingresos multimillonarios de los más opulentos. Diferencias sociales que se agravan cuando se gobierna y privatizan entidades del Estado para favorecer a determinados sectores de las altas finanzas. Es el dramático círculo vicioso social colombiano que impulsa la degradante injusticia que nos agobia, que la filosofía de lo conservador intenta superar cuando se gobierna para el bien común, lo que hace años se olvidó. El Congreso es un factor esencial del poder en Colombia, por muchos años su imponente edificio simbolizó esa condición; su volumen superaba a la Catedral, al Palacio de San Carlos, al de la Carrera y sigue siendo más majestuoso que al edificio de la Casa de Nariño, de impuro estilo neoclásico. Lo mismo que supera de lejos la mole de cemento antiestética del Palacio de Justicia. Lo que contrasta con el descrédito de la institución, por la debilidad de los partidos, reducidos voluntariamente a comité de aplausos de los gobiernos. Puesto que éste, cuando el Legislativo no le aprueba el presupuesto, puede hacerlo por decreto. Allí perdió una función que es la razón política de ser del Congreso, fuera de fabricar leyes. Campo en el cual ha sido disminuido, en tanto la mayoría de las leyes que se aprueban tiene origen en el Ejecutivo. Y la magistratura con la Corte Constitucional entra a legislar. La Carta de 1991 rompe con la tradición política de los senadores regionales, elegidos por los departamentos e introdujo la figura del Senador Nacional. Lo que de hecho abortó la democracia política en el Senado. Se está en pugnacidad con copartidarios y contendores por todo el país para conseguir los votos, con un costo similar a una mini-campaña presidencial, siendo uno de los sistemas más antidemocráticos del planeta; mientras vigilan que no les sobornen las voluntades cautivas en el gallinero. Factor que favorece la corrupción. El edificio del Congreso mantiene su majestad y en el interior la institución se gangrena. El llamado estiércol del diablo, con pocas excepciones, decide quien puede representar al pueblo. Roberto Gerlein es un nobilísimo sobreviviente de los tiempos memorables de la justa democrática y el debate de las ideas para ir al Congreso, bien merece que el conservatismo exalte su trayectoria y lealtad a la doctrina.