*El articulador de la paz
*Las reformas no dan espera
Muchas cosas se hablan sobre el Congreso y desde luego no es la entidad que tenga la mayor cantidad de credibilidad y respetabilidad entre los colombianos. De hecho, unos eran los parlamentarios que coparon la tribuna pública hace varias décadas, inclusive en épocas sin parangón, y otros los que hoy ocupan los escaños.
Sin embargo, el Congreso a instalarse el próximo domingo tiene connotaciones novedosas. En efecto, los que llaman “pesos pesados” de la política, como el expresidente Álvaro Uribe Vélez o los varias veces excandidatos presidenciales Antonio Navarro y Horacio Serpa, han llegado al hemiciclo y senadores veteranos como Roberto Gerlein y Jorge Robledo mantienen las expectativas. Esto, a su vez, combinado con figuras jóvenes, exentas de vicios clientelares, que seguramente se jugarán por la renovación política y la anticorrupción. Hay, por lo demás, claros criterios de bancadas gobiernistas y de oposición, tanto de derecha como de izquierda, lo que asegurará el libre juego de la democracia como tal vez no se había percibido desde hace lustros.
Ante todo, ciertamente, este Congreso, a diferencia de muchos anteriores, tendrá verdaderamente en sus manos el denominado reto por la paz, frente a veladas amenazas de asambleas constituyentes o de revocatorias que aparecen y desaparecen al vaivén de las telúricas circunstancias nacionales. No en vano la reelección del presidente Juan Manuel Santos ha sido catalogada, en parte, como un mandato por la paz y esto de alguna manera también toca al Parlamento en la medida en que sus fuerzas mayoritarias también están por la salida política negociada al conflicto armado en Colombia.
El desafío principal radica en el desarrollo del Marco para la Paz, ya aprobado por el mismo Congreso, y los proyectos de ley que implementen el acuerdo en La Habana, pendiente aún de abrirse la mesa de conversaciones con el Eln. Desde luego es fundamental entender, como lo ha sostenido reiteradamente el Presidente, que en los diálogos de Cuba “nada está acordado hasta que todo esté acordado”. Así mismo, nada estará vigente hasta no llevar lo pactado a consulta popular o el mecanismo refrendatorio que se seleccione para instrumentar la voz del constituyente primario. En todo caso, lo definitivo es que el Congreso será protagonista esencial en el desenvolvimiento y legitimación de los acuerdos.
De este modo, los debates sustanciales sobre la paz y el posconflicto en Colombia quedarán en manos de los parlamentarios y se espera de ellos sindéresis, vocación de futuro y ánimo patriótico, entendido que el país se encuentra en un punto de inflexión donde la paz será uno de sus piñones fundamentales.
Pero igualmente este Congreso será también protagonista en las reformas aún por hacer. Está claro que la marcha de la justicia requiere una modificación pronta y debida. Buena parte de los requerimientos nacionales al respecto están contemplados en la reforma que fue desdibujada, al final en la conciliación, y por tanto debió ser objetada por el Presidente, pero que puede reeditarse al inmediato plazo. La reforma a la salud, una vez logrado este derecho como fundamental, puede avanzarse por vía de decretos, en vez de insistir en una ley general. Y la reforma a la educación requiere de amplia concertación antes de presentarse.
En el corazón de las responsabilidades del nuevo Congreso palpita, a su vez, la reforma política que necesita el país. Aparte de estudiar el finiquito de la reelección presidencial inmediata, que en su momento y casi en solitario denunciamos por anticipado como la madre de todos los males que después evidentemente ocurrieron, resulta básico abolir, en las elecciones parlamentarias, el voto preferente, la circunscripción nacional para senadores y poner verdadera talanquera a la feria de gastos en que se convirtieron las justas electorales. No sobra, por su parte, que el Gobierno presente a partir del domingo un proyecto de ley en el que se adecúe y obligue al escrutinio público en los mecanismos de cupos indicativos en el presupuesto por parte de los congresistas.
Desde que se estableció la Constitución de 1991, el Congreso ha sido escenario de un sinnúmero de escándalos que minado su prestigio, de manera calamitosa y casi irremediable. No obstante, habiendo actuado la justicia en procura de eliminar la más grave infección democrática, como en la parapolítica o similares, es indispensable que al interior de la misma corporación se mantenga el ojo avizor ante semejantes anomalías y su reciclaje.
Con mucha expectativa, pues, se inaugura el próximo Congreso. Que la paz sea una realidad o una frustración depende, en buena medida, de lo que acontezca en el hemiciclo durante estos cuatro años. Solo al final se sabrá si la institución habrá podido erigirse de Congreso admirable o Congreso, de nuevo, decepcionante.