Desde ayer empezó a regir en la capital de la República la disposición que sanciona con multas a quienes tengan comportamientos inadecuados respecto al manejo de desechos, que deben disponerse en bolsas de diferente color: blancas para lo reciclable y negras lo que se degrada rápido. Y no solo esto. Son veinte las causales de infracción, entre otras, sacar basura fuera del horario establecido para la recolección, no separarla, quienes la lanzan a la vía urbana o carretera desde un vehículo.
El procedimiento es el de llamar la atención a quien infrinja la norma. Si no se corrige le pondrán comparendo ambiental. El sancionado tendrá que concurrir a una charla de cuatro horas en la Secretaría de Ambiente. Así reducirá a la mitad la multa. Si se niega a asistir al conversatorio le toca pagar el monto total de la multa.
Bogotá es una ciudad donde se ha perdido el sentido de pertenencia. Una urbe cosmopolita donde la mayoría de sus habitantes proviene de todos los puntos del país. Quizá por ello no hay ese arraigo como se da en otras urbes, entre las que destaca Medellín. Allí la gente quiere a la ‘bella villa’. Este amor a la patria chica redunda en cuidado con lo que es de todos y así se mantiene la ciudad limpia, sus calles en perfectas condiciones.
En cambio, la villa fundada por Gonzalo Jiménez de Quesada parece abandonada a su suerte. Hay indiferencia. La gente tira desechos en cualquier parte. De manera que será por la vía coactiva que se consiga consolidar una cultura cuidadosa del entorno. Pero no solo se trata de las medidas punitivas. Hay que formar a las nuevas generaciones desde los primeros años. Las olvidadas cátedras de cívica y urbanidad, consideradas obsoletas, son importantes en cualquier época, incluso en la de la modernidad. Las buenas maneras, la solidaridad, el civismo no pasan de moda, como quieren hacerlo creer algunos con inclinaciones anárquicas. La ciudad es hábitat que hay que cuidar para una mejor calidad de vida.