* El ‘impuesto’ más regresivo de todos
* Mayor audacia del Ejecutivo y Emisor
Una de las premisas de los analistas económicos es que la inflación hace las veces del impuesto más regresivo de cuantos pueden existir, ya que golpea con mayor fuerza a los sectores de la población más vulnerables y con menor capacidad adquisitiva.
En ese orden de ideas, que la inflación en Colombia haya crecido el año pasado 13,12% es una muy mala noticia. De un lado, porque se trata del indicador de carestía de productos, bienes y servicios más alto en este siglo. Y, de otro, porque aleja la posibilidad real de disminuir las tasas de pobreza y pobreza extrema, que crecieron sustancialmente tras el duro coletazo socioeconómico de la pandemia.
Si bien es cierto que el aumento drástico del costo de vida es un fenómeno global, al punto que fue el principal flagelo económico en el planeta en 2022, la situación es nuestro país es especialmente preocupante. Esto no solo porque el indicador creció de forma sustancial (en 2021 había cerrado en 5,62%), sino porque la escalada inflacionaria anula en gran parte la plusvalía en el ingreso y poder adquisitivo de las familias que debía producir el crecimiento récord del Producto Interno Bruto en los últimos dos años.
Más dramático aún resulta que la carestía se ha concentrado en rubros que impactan de forma tangible el día a día de los hogares. De acuerdo a los datos revelados ayer por el Dane, los alimentos fueron los más golpeados por el alza de los precios el año pasado (encareciéndose incluso por encima de 27%), seguidos de otros gastos prioritarios en el bolsillo de la mayoría de los colombianos: alojamiento, agua, electricidad, gas y otros combustibles. De hecho, ya algunas encuestas y estudios han evidenciado cómo desde la crisis por el covid-19 los hogares en nuestro país han visto disminuir el número y volumen de comidas que consumen a diario. Esa tendencia es posible que se profundice en los próximos meses, con todas sus lesivas implicaciones.
Son varias las conclusiones a derivar del cúmulo de reacciones y análisis en torno a lo que significa tener la inflación más alta en lo corrido de este siglo, precisamente en el arranque de un año en el que hay temor de una recesión global, fenómeno del que Colombia no podrá escaparse. Prueba de ello es que se proyecta que este 2023 la economía local apenas si crecería un 1,5% en promedio, descolgándose drásticamente el 8,5% calculado para el 2022 y muy lejos del 10,6% logrado en 2021.
En primer lugar, queda claro que las medidas contracíclicas adoptadas tanto por el Gobierno como por el Banco de la República (sobre todo en el incremento de las tasas de interés) se han quedado cortas para contener el fenómeno inflacionario. Un fenómeno que no es exclusivo de nuestro país, valga decirlo. También resulta evidente que no toda la culpa de este flagelo se le puede achacar a situaciones externas como la guerra en Ucrania y su impacto en el mercado de alimentos, combustibles y energía. Hay factores internos que han empujado la carestía de alimentos y otros rubros, especialmente el incremento de los precios de la gasolina en el último trimestre del año pasado, medida que se mantuvo para el arranque de 2023, incluso extendiéndose también al diésel.
¿Hay fórmulas más efectivas para atajar la inflación? Esa pregunta genera múltiples propuestas, pero guiados por el realismo y la ortodoxia económica, el margen de acción tanto en Colombia como en el resto del planeta no es mayor. La mayoría de los bancos centrales optaron en el último año por restringir la liquidez, encarecer el dinero y tratar de contener el consumo de los hogares, una estrategia que si bien desaceleró en alguna proporción el costo de vista, implicó también enfriar los aparatos productivos y casi que ‘prefabricar’ el riesgo recesivo actual.
En nuestro país, además de las alzas récord en las tasas de interés del Emisor, se han aplicado otros mecanismos para controlar los precios de algunos productos, bienes y servicios, ya sea por vía arancelaria, de subsidios o incluso desatándo los del índice inflacionario o el alza en el salario mínimo mensual. Hasta ahora el resultado ha sido muy incierto y acarrea más críticas que avales.
Visto todo ello, lo único claro es que mientras no haya cambios sustanciales en el escenario económico externo e interno, la esperanza de frenar la inflación será muy lejana, aumentando así la crisis social en muchos sectores poblacionales. Se requiere, entonces, una mayor dosis de audacia en el Ejecutivo y el propio BanRepública para afrontar esta complicada situación.