Combate al cambio climático | El Nuevo Siglo
Miércoles, 3 de Diciembre de 2014

*Los compromisos multilaterales

*Ajustar la legislación de páramos en PND

 

Como se sabe, uno de los mecanismos para enfrentar el cambio climático y salvaguardar el recurso hídrico, es la protección de los páramos de actividades antropogénicas. Ahora que está reunida, en Perú, la cumbre mundial contra el fenómeno, cuyas conclusiones servirán de base para el gran evento, en 2015, en París, es dable recabar el tema.

En efecto, la lucha contra el calentamiento global parece haber conseguido mayor espacio universal, de modo que las advertencias ya no son motivo de un círculo reducido, sino que ciertamente han trascendido al escenario económico y político, y más que ello a la sociedad mundial entera. Los modelos, cualesquiera sean, tienen hoy necesariamente el ingrediente de la sostenibilidad como aspecto básico y, a todos los efectos, resultan irresponsables matrices económicas que no contemplen el uso adecuado y riguroso de los recursos naturales, a través de las generaciones.

Recientes pactos bilaterales como el de Estados Unidos y China que obligan a disminuir la emisión de gases de efecto invernadero, causantes de la peligrosa y, para algunos, irreversible modificación del clima planetario, son demostraciones de que ya no se habla en abstracto, sino de que ha llegado la hora de concretar. Tan así como que las dos potencias se han comprometido a reducir un 25 por ciento sus emisiones para el 2025, con margen al 2030. Pero no basta con acuerdos bipartitos. El asunto, eminentemente global, debe enfrentarse también con sólidas políticas y metas multilaterales que deriven en compromisos nacionales. Y de eso se trata lo que en la actualidad ocurre en Lima, como agenda base para discutir a fondo en Francia.

Está hoy clarísimo, por más ceguera de algunos, que si la temperatura aumenta de dos a cuatro grados Celsius, hasta el 2100, en América Latina se habrá, por ejemplo, producido la total desaparición de los glaciares. En Colombia, asimismo, es un insuceso su disminución dramática y se calcula que en un par de décadas la pérdida de nieve habrá sido casi integral. De hecho, con el aumento de temperatura los ciclones, en el Caribe, podrán aumentar de un 40 a un 80 por ciento. De otra parte, los giros en el régimen de lluvias, palpados fehacientemente en el país en la catástrofe de 2010-2011, supondrán no solo gravosas pérdidas agrícolas, sino cambios en la pluviosidad entre las regiones, que de antemano se han venido produciendo.

El informe síntesis del Banco Mundial, para 2014, demuestra que los niveles globales del dióxido de carbono han sobrepasado alarmantemente las cotas de partículas por millón, generando consecuencias indecibles en la vida humana, tal y como ha sido conocida por todos. Igual sucede con gases como el metano y el protóxido de nitrógeno, presionando el recubrimiento atmosférico del planeta, cuyo colchón es lo que permite ajustar el clima a la existencia. De suyo, se calcula que la producción mundial, fundamentada en industrias de chimenea y sistemas de energía nociva, colabora con una emisión anual de 2.2 por ciento, en gases de efecto invernadero, con China y Estados Unidos, de protagonistas básicos, y la Unión Europa en un menor nivel. En tanto,  los fenómenos climáticos, asociados con el Niño y la Niña, fruto del encuentro de las aguas yertas y recalentadas, en el océano Pacífico, han hecho de Colombia, precisamente, uno de los países más vulnerables del mundo a los cambios de clima.

Uno los aspectos más complejos del cambio climático es, como se dijo, su impacto sobre el recurso hídrico. El 68 por ciento del agua colombiana se origina en los páramos. Y es por ello que se adoptó, en el Plan de Desarrollo 2010-2014, la política de delimitarlos y protegerlos de actividades petroleras, mineras, de redes eléctricas y de agricultura, a fin de amparar los nacederos. Siendo así, es necesario, aquí y ahora, aclarar la intrincada y farragosa normativa, en el nuevo Plan de Desarrollo, que en parte ha impedido el ejercicio. Sería, más que una morosa ley de páramos, un mecanismo expeditivo para destrabar el tema, enquistado en la falta de claridad de los incisos. Y con ello mantener el combate al cambio climático.