Colombia se juega el futuro | El Nuevo Siglo
Sábado, 18 de Junio de 2022

* Una campaña signada por las emociones

* Contraste de dos programas de gobierno

 

El populismo consiste en usar las palabras que el pueblo quiere oír con el objeto de hacer proselitismo político, removiendo sus anhelos y desventuras. Se trata, en ese sentido, de hacer preponderar estratégicamente las emociones, de modo que ellas permanezcan como la cantera sustancial de la política. Conseguida esa conexión emocional, fruto del lenguaje, la avalancha de promesas (así muchas sean incumplibles) y el impacto masivo de las sensaciones a través de las nuevas tecnologías, el terreno queda abonado para lograr lo que en suma y en verdad se pretende: un estado de opinión fruto de unir al pueblo y su líder, sin intermediaciones y como emblema de una esperanza aparentemente concreta.

Colombia, por supuesto, no estuvo exenta de ello. Por el contrario, en la campaña presidencial que hoy termina puede declararse, cualquiera sea el resultado final, un triunfo del populismo como reverbero de las emociones. Esto, en no poca medida, porque luego de la primera vuelta fue claro que, a semejanza de otras partes del mundo, la democracia colombiana requiere de una adecuación a los tiempos contemporáneos en los que es fundamental, de una parte, escuchar a la gente, visibilizar los intereses comunitarios, despejar la opacidad administrativa y tomar decisiones en tiempo real. Pero, de otra parte, también hay un anhelo por hacer que el Estado asuma sin excusas sus funciones, evitando las trapisondas y el burocratismo, y dando respuesta efectiva a las necesidades ciudadanas.

Es, pues, evidente que ambos candidatos, Rodolfo Hernández y Gustavo Petro, provienen del nuevo ambiente político creado en los últimos años, con la dramática pandemia del coronavirus de colofón. Como bien lo dijo al respecto el presidente norteamericano, Joe Biden, en una entrevista esta semana para la agencia AP, las secuelas sicológicas causadas por la crisis del covid-19 han distorsionado el sentido de las identidades y la gente mantiene la idea de que las cosas están patas-arriba. Podría añadirse, en efecto, que no solo en Estados Unidos, sino en todas partes del orbe.

Si a lo anterior se agrega el golpe mundial suscitado por la invasión rusa a Ucrania, con su espiral inflacionario, el desabastecimiento alimentario y de fertilizantes, el vaivén energético y la incertidumbre económica, incluso en nuestro país, es palpable que existe un ámbito incierto y un cuadro político prioritariamente emotivo. Todavía peor a cuenta de algunas voces que han advertido una eventual hecatombe nuclear.

Bajo esa perspectiva, fueron muchas las vueltas que dio la campaña presidencial colombiana, inclusive en medio del paro y el vandalismo del año previo que sirvieron de prólogo a la radicalización emocional, promovida en las redes sociales y las mismas campañas.

Desde el comienzo, el candidato de izquierda, Gustavo Petro, lideraba las encuestas, por lo cual la incógnita siempre radicó en quién sería su rival en la segunda vuelta. Pasó mucho tiempo para saberlo, luego de que se presentara una baraja de al menos 50 nombres. De repente, muchos se sintieron con las facultades para suceder al presidente Iván Duque.

Entonces se recurrió a las consultas interpartidistas, en paralelo a las elecciones parlamentarias, para decantar las aspiraciones presidenciales de 2022. Pero, salvó por Petro, quedó comprobado que, si bien los partidos mostraron su energía en las votaciones para Congreso, no así por los candidatos presidenciales seleccionados por las propias colectividades. Lo que evidenció, a los efectos, el alto grado de improvisación y la lectura inapropiada del momento político. De hecho, los candidatos partidistas que participaron en las consultas quedaron muy por debajo de los registros parlamentarios. Y fue ahí cuando Rodolfo Hernández se convirtió en la alternativa, con base en una audaz campaña de Tik-Tok y consignas populares contra la corrupción, clasificando posteriormente a la segunda vuelta como candidato independiente.

La campaña, signada por la pugnacidad y el personalismo, mantuvo en las últimas semanas su cariz irascible. Siempre pudo más el ataque personal que el combate de las ideas. Cada aspirante, no obstante, presentó su programa para la lectura de los interesados, aunque no hubo los indispensables debates ante la opinión pública. Y al contrastar ambas opciones es fácil descubrir las diferencias palmarias entre un político profesional de izquierda, como Gustavo Petro, cuya tesis central es el ensanchamiento del Estado, una recarga impositiva descomunal y una reforma estatista en el sistema de pensiones, de concesiones y de propiedad de la tierra, así como la moratoria en la exploración de los hidrocarburos, mientras que de otra parte está un aspirante como Rodolfo Hernández, cuya carta de presentación ha sido la de ser un exitoso ingeniero y empresario que defiende la iniciativa privada como generadora de empleo, el sistema democrático de orden y libertades, al tiempo que tiene de base una liga contra la corrupción, el derroche y la contratitis amañada.

En ese orden de ideas, quienes estén con la izquierda encuentran en Petro un emblema indiscutible, mientras que quienes favorecen la democracia institucional y el sistema de mercado reconocen una opción viable en Hernández.

Más que votar por una persona esas son las ideas que se debaten hoy en las urnas. Se espera, desde luego, que el país pueda sufragar con tranquilidad y que se reconozcan los resultados democráticos. Lo contrario sería someter a Colombia a una catástrofe sin precedentes, visto que la emocionalidad, en conclusión, ha sido la seña de esta campaña.