Colombia en la ONU | El Nuevo Siglo
Lunes, 17 de Diciembre de 2012

*Pacta sunt servanda

*La Patria, la sangre y los muertos

 

El  presidente Juan Manuel Santos, tras el fallo adverso de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, se ha mantenido vigilante, cuidadoso y firme en  defensa de nuestra soberanía. Como político bien informado sabe que las fronteras de las naciones no se trazan a larga distancia mediante fallos contrarios a derecho, que violan las fronteras marítimas de varios países, al fomentar una gran confusión en la zona marítima en la cual desde siglos ejercemos soberanía; haciendo en la práctica nulas e impracticables las decisiones de un Tribunal que transgredió sus propios límites. Tribunal que  no tenía competencia para derogar el Tratado Esguerra-Bárcenas, anterior a su existencia. Tesis de la intangibilidad de los tratados que respetó La Haya en su primer fallo, por ser el mismo anterior a su existencia y por cuanto el ente internacional no tiene facultades para subvertir el orden internacional. Por provincianos, dóciles, ingenuos o bobos que seamos, no podemos aceptar sin chistar el exabrupto de La Haya, en nombre del sacrosanto y, a veces, hipócrita  respeto santanderista al derecho, así se cometa una injusticia manifiesta que lesiona nuestra soberanía nacional. Los tribunales internacionales no están conformados por arcángeles, son  seres humanos falibles. Las sentencias se respetan mientras los jueces no excedan su jurisdicción y violenten el orden jurídico internacional. Es evidente que el respetable Tribunal ha sido asaltado en su buena fe por  Nicaragua, que llevaba años y años intrigando en La Haya, hasta dejar un innegable tufillo a petróleo. Y en ese sentido resulta crucial la visita de  Maria Ángela Holguín a la ONU.

Algunos colombianos se ufanan de vituperar los valores patrios y desconocer la integridad nacional, pertenecen a la corriente extravagante de la antipatria, los felones que ayer se alegraban con la pérdida de Panamá y hoy insultan a los raizales como si fuesen gente de otro planeta. Cuando hicimos parte del Imperio Español en América, si una decisión de una autoridad española o tribunal, nos afectaba de manera grave o era impracticable, el magistrado español o criollo, decía en público “se obedece, pero no se cumple”.  Como ocurrió con un mensaje de las autoridades de España, que pedía a los funcionarios de Santa Marta que acabaran con la tribu de los comejenes, pensando que se trataba de indígenas belicosos que azotaban la ciudad. Y así se informaba de la inoperancia a las autoridades de Cádiz o Madrid. Lo que Alfonso López Michelsen entiende como un avance legal formidable, especie de antecedente del control constitucional contemporáneo. Guardadas las proporciones, estamos en condiciones similares. El fallo de La Haya se respeta, en cuanto a su validez formal, no siendo por erróneo y violatorio de los mismos principios de la Carta de la ONU aplicable en la práctica. Puesto que lesiona los derechos y  pone en peligro la existencia de los 100.000 isleños colombianos de San Andrés, quienes por ser una minoría aislada en el mar no pueden condenarse a ser sujetos pasivos  de segunda, sometidos al expansionismo y neocolonialismo  hostil del sandinismo que manipula contra nosotros a millones de nicaragüenses de buena índole, para despojarnos y anexar mañana a  los isleños al primer descuido de Colombia.

La Naciónno aparece de improviso, se forma lentamente, con las hazañas y desventuras de nuestros antepasados, el suelo y el hábitat, el quehacer diario, el duro trasegar y buscar el sustento, la cultura, la música y la poesía, la tradición, el deporte, la sangre y los muertos, un destino común, de manera inexorable marcan nuestra existencia. El ejercicio de la soberanía es un compromiso colectivo que compromete a las sucesivas generaciones, la potencia emocional de la nacionalidad une a los pueblos. La sangre  irriga vitalidad al sistema sanguíneo de las naciones. La colombianidad insobornable de los raizales de San Andrés se muestra a lo largo de la historia. Desde los tiempos del Virreinato de la Nueva Granada y la Gran Colombia defendimos el Archipiélago de San Andrés, y los nativos dieron muestras heroicas de sostener el sagrado vínculo que de manera invisible y poderosa mantiene unida una Nación. Estando Colombia en postración extrema por  las guerras civiles, una potencia extranjera intenta aprovechar su aislamiento; les ofrece bajo la amenaza de sus poderosas naves de guerra y cañones que aceptaran ser incorporados a ese país, los isleños manifestaron con grandeza su voluntad insobornable de ser y morir como colombianos. Allí, bajo la luna verde y el mar espléndido, los nativos y pescadores experimentan ese mismo y conmovedor amor a la Patria que sentía el esclarecido erudito Don Miguel Antonio Caro a 2.600 metros sobre el nivel del mar en Bogotá:

 ¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo, y temo profanar tu nombre santo.

¡Patria! de tus entrañas soy pedazo.