A medida que Colombia ha podido ir explicando en profundidad su propuesta sobre la necesidad de impulsar a escala global un debate sobre los nuevos enfoques en la lucha antidrogas, que permita una mayor eficiencia en el combate del narcotráfico, la polémica inicial sobre los alcances de dicho planteamiento se ha ido diluyendo.
La exposición del Gobierno colombiano en la 55 Sesión Ordinaria de la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (Cicad), adscrita a la OEA, puso de presente que este debate no solo debe ser asumido única y exclusivamente en nivel multilateral, sino que cualquier decisión que se tome al respecto tendrá que ir finalmente al seno de la ONU, pues no hay lugar a que políticas unilaterales puedan acabar de una vez por todas con el flagelo del narcotráfico y el universo delictivo que se mueve a su alrededor, que se trata de un negocio billonario que ha logrado infiltrarse en muchas esferas políticas, económicas, sociales, gremiales e institucionales en todo el planeta.
Es claro que ese nuevo enfoque en la lucha antidrogas va más allá del pulso sobre la despenalización del consumo o la legalización de la producción y comercio de narcóticos, pues centrar la discusión en esos aspectos termina siendo un escenario simplista y superficial, pues, como se dijo, el narcotráfico tiene muchos flancos que deben ser atacados de manera integral y conjunta, ya que es la única forma de golpearlo sustancialmente.
Hoy a escala mundial la polémica ya no se centra tanto en si la drogadicción es vista como un problema penal o de salud publica, ya que esta ultima alternativa es la que está generalizándose y son muy pocos los países en los que se considera al consumidor de drogas, cualesquiera ellas sean, como un delincuente por ese solo hecho. En realidad la discusión central debe dirigirse a que está probado que por la vía represiva el narcotráfico no será derrotado en pocas décadas, y que por lo tanto es necesario buscar ese otro nuevo enfoque que permita romperle el espinazo a la clandestinidad de la producción, comercio y consumo de estupefacientes, que son las instancias que llevan a la formación de las mafias en nivel local, nacional y transnacional.
Por ejemplo, como bien lo planteó Colombia en la Cicad, es necesario que se haga énfasis en las políticas judiciales, preventivas, de intervención y sociales, para acabar con la proliferación del microtráfico, fenómeno delictivo que se ha convertido a escala global en el principal motor de la delincuencia difusa y la inseguridad ciudadana. Una de las alertas más preocupantes está dirigida a, precisamente, la gran capacidad que estos microcartelitos han desarollado en los últimos años no solo para corromper a la niñez y las juventudes barriales y zonales llevándolas poco a poco a la drogadicción, sino al reclutamiento de esos mismos jóvenes para sus estructuras criminales, tipo pandillas, combos, maras, y otros grupúsculos urbanos que actúan estilo güeto.
Como se ve a medida que madura este debate sobre el nuevo enfoque de la lucha antidrogas, la diferenciación entre el tratamiento de las llamadas drogas blandas y duras, la combinación de estrategias represivas y preventivas, un análisis mas profundo de la variabilidad de la estructura delincuencial narcotraficante y, lo mas importante, la urgencia de tomar medidas globales y no unilaterales, se viene abriendo camino de un forma seria y ordenada, sin posturas dogmáticas y con la experiencia progresiva que un tema de esta complejidad exige.
Así como vamos habrá material de fondo para discutir en la sesión especial sobre el tema antidrogas que se realizará en septiembre próximo en la OEA y de allí deben salir las bases para la propuesta que el continente llevará a la trascendental asamblea de la ONU en 2016.