*Fervor espontáneo de los colombianos
*Francisco se quedó entre nosotros
La visita de Su Santidad Francisco ha concluido con una profunda renovación de la fe católica. En efecto, siendo el país uno de los diez básicos que profesa mayoritariamente esta religión en el mundo, se hizo evidente un catolicismo espontáneo, fervoroso y hondamente enraizado en el núcleo del ser colombiano.
Ello fue a todas luces patente en la manera auténtica y original en que el pueblo se volcó sobre las calles y grandes espacios adecuados para los efectos de las misas campales en Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena. Pero no solo eso, desde luego, sino que en todas partes del país, ya por la televisión, ya por los teléfonos celulares o por las páginas electrónicas de los periódicos, los colombianos se concentraron, todos a una, en la apoteósica y extraordinaria visita papal.
Todo lo anterior confirma, ciertamente, que una de las bases primigenias de la identidad colombiana es el catolicismo y que ello es absolutamente indisoluble de su talante y modo de ser. Hay pues, luego de la estancia de Francisco en el país, un terreno espiritual que puede y debe acrecentarse en busca de una mejor nación y una solidaridad mancomunada con base en el dogma y la doctrina católicas. Porque ellas, naturalmente, tratan de hacer visible y exaltar el lado bueno de las cosas, particularmente dentro del núcleo social esencial, que es la familia y que, como dijo Su Santidad, es el origen de la educación y de la aproximación primaria a la vida.
Ese encuentro espiritual que el Papa ha propiciado y que nadie dudaría en aclamar como una característica fundamental de la bonhomía de los colombianos, debe permitir hacia el futuro, aplicando sus enseñanzas, una mayor expansión del catolicismo como vivencia individual y experiencia interna, pero igualmente como un escenario colectivo, es decir, como reconocimiento de los colombianos dentro de la propia Iglesia.
Hay en el país, según los documentos vaticanos, alrededor de 45 millones de católicos, bautizados en la fe. Los fieles de Brasil, México, Estados Unidos, Italia, Francia, Congo y Argentina configuran, incluidos los colombianos, poco más de la mitad de los 1.250 millones de creyentes que existen en el mundo.
Pero no basta, desde luego, con haber sido bautizado dentro de la fe católica y pertenecer a los cánones occidentales derivados de su milenaria presencia en el orbe. Precisamente, la visita papal, especialmente en sus homilías a los jóvenes, los obispos y las nuevas vocaciones sacerdotales y misioneras, ha permitido un énfasis en el ejercicio de la vivencia mística a partir de cada individualidad y, por lo tanto, el resultado más categórico y positivo ha sido el de la conexión espiritual con Cristo.
Cada uno de los creyentes, pues, debe hacer, como resultado de la visita papal, su propio ejercicio íntimo, su propia apertura intrínseca del corazón y su propia evaluación, dentro de las vulnerabilidades individuales advertidas por el Papa, para mejor perfilar el sentido de lo católico, expresado una y otra vez en las diferentes homilías del Pontífice. Como se sabe, y lo ha reiterado Su Santidad, el catolicismo se trata de una vivencia personal, dentro de la imitación de Cristo.
Con gran tino y sapiencia Francisco, a su vez, logró ponerse por encima de las vicisitudes puntuales de la política colombiana. En todo caso, y en concreto, señaló y santificó símbolos claros de la no violencia, para proscribir así la amenaza y la sangría como los principales elementos perturbadores de las realidades colombianas. Las imágenes inolvidables del Papa orando, muy concentradamente y por largo espacio, ante la Virgen de Chiquinquirá, en la Catedral Primada de Bogotá, serán motivo permanente de recordatorio contra la violencia.
Asimismo la bendición al “Cristo mutilado de Bojayá”, rememorando la horrible matanza en esa zona chocoana en donde fallecieron 110 personas, entre ellas 43 niños, tras la caída de un cilindro-bomba de las Farc sobre la Iglesia en donde estaban los civiles refugiados, ha quedado marcada en la memoria de todos para despojar al espíritu colombiano de la depredación y la muerte. Del mismo modo, la beatificación de monseñor Jesús Emilio Jaramillo, obispo de Arauca asesinado por el Eln, es otra poderosísima imagen contra el sinsentido del terrorismo. Y por igual su profunda homilía sobre san Pedro Claver, en Cartagena, nos debe revivificar frente a esa esclavitud que hemos vivido a raíz de la faz violenta de las últimas décadas que Colombia ha sufrido como una agresión injusta e infértil.
Su Santidad ha traído la palabra de Cristo como norte y regocijo para todos los colombianos. Ha quedado ella incrustada en nuestros corazones, por lo cual el Pontífice no ha dicho adiós, sino que mantiene su presencia espiritual y sus enseñanzas inmemoriales. Francisco se quedó entre nosotros.