*Roma canoniza dos Papas
*Juan Pablo II, campeón de la libertad
Desde el Vaticano se extiende por el globo la fe católica del perdón de los pecados que implantó Jesucristo con su doctrina del amor, en donde prevalecía la ley del Talión, de ojo por ojo y diente por diente, hace miles de años El Papa Francisco y la jerarquía, que representan hoy a los feligreses de todas las razas y condición de la Iglesia Católica, están de fiesta por la canonización de Juan Pablo II. El Papa polaco permanece en el corazón de los católicos que tienen fresco en su recuerdo el rostro firme y sonreído, del cual pareciera emanar una luz celeste de bondad y solidaridad, que hacía pensar que todos los cambios y esfuerzos eran posibles para alcanzar la victoria de una noble causa. Es así como el Papa Juan Pablo II preside el trono de San Pedro por largos y fecundos años, en los cuales con su poderosa inteligencia y lucha por la libertad concentró su esfuerzo en quebrar las cadenas que agobiaban a varios países sometidos por la dura bota estaliniana después de la II Guerra Mundial.
El Papa Juan Pablo II, en vez de atacar a los comunistas que ejercían una implacable dictadura en los países situados tras la Cortina de Hierro, defendió la doctrina de la libertad, solidaridad y la libre determinación democrática de los pueblos. Su arma para levantar el ánimo de los católicos sometidos de Europa Oriental, incluso de la misma Rusia, no fue otra que la de pedirles que se concentraran en la oración, el perdón y afincarse en la doctrina primigenia del cristianismo, sobre la dignidad humana y el derecho a creer en los postulados de Cristo... Nada fácil en un mundo en el cual prevalecía el materialismo dialéctico de Carlos Marx, que niega la vida espiritual y los postulados básicos del cristianismo, por considerar subversiva la religión. Europa Oriental y la cristiandad comprenden el mensaje de Juan Pablo II de solidaridad por la libertad. En Roma y en todas las iglesias del orbe se reza por los pueblos oprimidos tras la Cortina de Hierro. Al producirse las manifestaciones obreras en Polonia orquestadas por el jefe sindical católico Walesa, las masas salen a las calles a orar por el fin de la oprobiosa dictadura comunista, que había convertido su tierra en un inmenso campo de concentración, donde los gobiernos títeres se sucedían a sí mismos en un ominoso ejercicio de despotismo moderno. Cuando se conoció en Occidente la decisión del gobierno títere de Polonia de reprimir a bala las tumultuosas manifestaciones por la libertad, el Papa Juan Pablo II hizo saber a las autoridades de su país que estaba dispuesto a encabezar las protestas y jugarse la vida por la causa de la libertad. Esa sola admonición por la vía diplomática determina que las autoridades polacas se nieguen a ensangrentar el país y se abra camino la posibilidad del retiro de las tropas rusas y el advenimiento de la democracia popular y electiva.
Su vida inmaculada es un canto a la santidad, la prédica y práctica de la bondad, la oración para alimentar el espíritu y fortalecer al hombre en la dura lucha por la vida, siempre en búsqueda de la superación y el ejercicio de los diez mandamientos, que si se cumplieran redimirían para siempre a las sociedades y se viviría en un mundo mejor en donde la represión y el castigo serían excepcionales. Se pensaba que por su bondad, la noble causa que defendía y por ser el jefe de la Iglesia más importante del planeta, el Santo Padre era inmune a los ataques de seres desquiciados, fanáticos o vulgares mercenarios, pues no fue así. Los sabuesos comunistas extendieron su fiero brazo desde Moscú, en alianza con sicarios turcos para atentar contra la vida del Santo Padre, quien fue herido en el abdomen y padeció enorme malestar el resto de su vida por las secuelas del atentado. El sufrimiento lo hizo aún más grande por la humildad con la que reaccionó hasta llegar al perdón de los autores materiales del abominable crimen.
Las noticias desde todos los rincones del planeta sobre los milagros de Juan Pablo II se recopilan a diario en Roma, desde su partida al otro mundo los fieles le rezan y piden ayuda, que suele conceder y existen pruebas de numerosos milagros, incluso de un caso conmovedor en Colombia que se escogió para canonizarlo. Por falta de espacio, en otra oportunidad analizaremos la canonización de Juan XXIII.