Galimatías de la institucionalidad
Colisión del principio de legalidad
LAS instituciones colombianas, para decirlo de alguna manera, a raíz del fallo sobre el alcalde Gustavo Petro, perduran ni en el cielo ni en el infierno, sino en el limbo. Eso es, precisamente, lo que viene demostrándose del caos en Bogotá, lo que ha dado una visibilidad dramática al asunto, pero que debe ocurrir reiterativamente en la aplicación de la ley, donde, por lo tanto, el ciudadano del común no sabe cotidianamente a qué atenerse. Y eso, desde luego, constituye el problema fundamental del ejercicio democrático, así desmayado, por no tener referentes definidos.
Ya no sólo es, pues, el tema en sí mismo de la salida o de la permanencia de Petro, sino ese problema institucional que ha brotado como una anomalía estridente. De hecho, se pensó que con aducir el principio de legalidad, es decir la aplicación de la ley con fundamento en normas preestablecidas, era suficiente para demostrar el vigor de la estructura orgánica, pero todos los que vienen actuando, incluida la Procuraduría y el Tribunal de Cundinamarca, desde ayer en tensión, han aducido ese principio, de tal modo cobijados por las normas, aunque en contradicción. De esta forma, en Colombia casi nunca hay cosa juzgada, que es el elemento sustancial del andamiaje institucional y de la seguridad jurídica.
Estamos, por ende, ante un fallo que fue suspendido a las 24 horas de emitido, controvirtiéndose el carácter autónomo y preferente en materia disciplinaria de la Procuraduría, según dice la Constitución, por otra entidad de igual valía, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca, que produce la suspensión de la sentencia, mientras aboca la tutela en que se aduce la violación al derecho fundamental de elegir y ser elegido, amparado igualmente en que de esas materias constitucionales puede conocer cualquier autoridad judicial a la redonda. De tal modo, en medio de los incisos y los parágrafos el país suele navegar por ruta incierta, como es el caso de la capital bogotana. Ha dicho el señor Procurador General de la Nación que está de acuerdo, por ejemplo, en reformar el Código Único Disciplinario al que se debe, incluyendo a la sazón figuras como la de la doble instancia para la pérdida de investidura de los congresistas. Con ello ha dejado entrever, de otro lado, que está en condiciones de aportar al debate, sin que esto signifique que su fallo haya tenido dejo alguno de improcedencia. Y eso está bien. Al mismo tiempo, el Ministerio del ramo dice que está pronto a la reforma de la justicia, pero a tres meses de ello parece mucho.
Entre tanto, ya no se tiene idea de si algún día el señor Presidente de la República hará uso de las facultades señaladas para producir administrativamente, por decreto, la destitución del alcalde. En efecto, suspendido el fallo, por lo demás sujeto a una eventual apelación ante el Consejo de Estado, se debe esperar también a que el Tribunal Administrativo de Cundinamarca avoque el fondo de la tutela, que de salir positiva, tendrá las impugnaciones consecuentes. Llegará, ello, entonces, a la Corte Constitucional, quién sabe cuándo, sin conocerse por anticipado cuál vaya a ser su conducta, pese a haber ratificado las competencias de la Procuraduría en la destitución de servidores de elección popular. Inclusive esperándose, paralelamente a todo este proceso, la intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, de remanente internacional.
Visto el reality, donde algunos se ganan el derecho a marcha martillo de plazas de Bolívar y recursos jurídicos, queda pendiente si habrá o no llamado a las urnas para la revocatoria o confirmación del mandato del alcalde Petro. Y en medio de ello, por demás, está igualmente pendiente si en cualquiera de las etapas antedichas el fallo finalmente queda en firme, produciendo interinidades en la Alcaldía, previo a llamar a unas elecciones atípicas. Al mismo tiempo todo cruzado por las elecciones parlamentarias y las presidenciales.
Perdidas las referencias, sólo quedan las apuestas en uno u otro sentido. Y es así, precisamente, como triunfa el despeñadero de la democracia: la incertidumbre.