Carrera de China hacia Afganistán | El Nuevo Siglo
Miércoles, 25 de Agosto de 2021

Beijing busca fortalecer influencia geopolítica

* El costoso error de Washington en la región

 

“Morte tua, vita mia”, así reza un viejo proverbio romano. Lo está experimentando China tras la accidentada salida de las tropas de Estados Unidos de Afganistán. Mientras el presidente Joe Biden -como Carter en 1975- vive una hora de dolor por sus decisiones, que han puesto a la primera potencia mundial a repetir -en muchos aspectos magnificada- la debacle de Vietnam, el líder asiático Xi Jinping tiende manos y ofrece oportunidades a los talibanes, ello en busca de fortalecer su influencia en ese país, vital para sus intereses políticos, económicos y de seguridad.

Al tiempo que Washington contabiliza las gigantescas pérdidas que en todos los órdenes le dejó esa guerra y crece la conciencia colectiva sobre los descomunales desatinos militares y económicos tras 20 años en Afganistán, China vislumbra la aparición de un amplio abanico de oportunidades políticas y económicas en su beneficio, entre ellas la posibilidad de volver a ser el gran líder de Asia Central.

A finales de julio, el canciller chino Wang Yi recibió una delegación presidida por el mulá Abdul Ghani Baradar, líder político de los talibanes. Desde el momento en que se produjo la vertiginosa retoma de Afganistán por estos y la rocambolesca y dramática salida de los estadounidenses y sus aliados desde el aeropuerto de Kabul hace semana y media, Beijing expresó su respeto por el derecho del pueblo afgano a determinar independientemente su propio destino y lanzó sin dilación y con claridad su mensaje: “China está preparada para desarrollar relaciones exitosas y cooperativas con Afganistán y para desempeñar un papel constructivo en la paz y en la reconstrucción”.

Ambas naciones comparten una frontera de 76 kilómetros, en cercanías de Xinjiang, que junto con el Tíbet son fuente de los principales conflictos separatistas de la potencia asiática porque allí se concentran los musulmanes de la secta uigur. Por eso, el primer objetivo de la rápida aproximación de Beijing a los ganadores de la guerra afgana es la búsqueda de estabilidad para evitar la actividad de grupos radicales en territorio chino, en especial el Partido Islámico de Turquestán, que ha realizado en los últimos años más de 200 atentados en China y tiene 3.500 integrantes, la mayoría residentes en Afganistán.

Desde esa perspectiva la nueva relación de China con los talibanes es un enjambre de contradicciones -un Estado ateo con uno religioso- pero sobre todo ante la dura persecución de Beijing a los uigures, uno de cuyos principales objetivos es la erradicación del islam en Xinjiang. Se espera que el nuevo gobierno de Afganistán entre en la misma corriente de Pakistán que, con cargo a la cooperación económica con China,  mantiene el caso Xinjiang en la periferia de la causa islámica.

En el campo de los negocios y las inversiones el terreno es fértil para ambos países. Afganistán es rico en tierras raras y tiene grandes yacimientos, sin explotar, de minerales como litio, cobre, aluminio, plata, mercurio y zinc.

Pero el eje de la nueva estrategia china es político. El gobierno de Xi Jinping está mostrando la salida de Estados Unidos de Afganistán, ante países como Japón, Corea y Taiwán, como falta de compromiso de un aliado poco fiel y confiable. Y, desde luego, también aprovecha la crisis para elevar su presión sobre Taiwán.

Paradójicamente, el principal motivo de la salida norteamericana de Afganistán es concentrar esfuerzos para su confrontación con China en lo económico -duelo monetario, el 5G y la inteligencia artificial- y la presión militar, en especial en el mar territorial asiático. Incluso, además de seguridad para sus inversiones en Afganistán, Beijing busca proteger sus intereses en la llamada “nueva ruta de la seda”.

El primer motivo visible de la que podría ser la próxima confrontación geopolítica entre ambas potencias es Taiwán, que China no percibe como país independiente sino como un territorio por recuperar, pero que cuenta con la protección de Estados Unidos (le acaban de vender 750 millones de dólares en armas y mantienen sólidos acuerdos de cooperación militar).

Como lo dijo, el propio Biden: no se puede comparar el caso Afganistán con los vínculos ideológicos, militares y económicos de Washington con las principales democracias asiáticas. Incluso, en una intervención reciente desechó de tajo que exista alguna intención de retirar tropas de Japón, Corea o Taiwán.

Lo que sí es evidente es que esta nueva ventaja china con cargo a la debacle estadounidense en Afganistán, se une a grandes avances de la política exterior del gigante asiático en todos los continentes, en especial en Europa, África y Latinoamérica, lo que obliga a Estados Unidos, como mínimo, a repensar y reorganizar su relación política, económica y militar con viejos e importantes aliados. Una relación lastimada por la impericia de Trump y venida aún más a menos ante los ojos del mundo por lo que acaba de suceder con Biden y Afganistán.