* La división de los candidatos del orden
* Incierto retorno al populismo socialista
La saliente presidenta interina de Bolivia, Jennine Áñez, asumió el cargo el 12 de noviembre de 2019, tras la renuncia de Evo Morales, cuya permanencia en el poder se hizo insostenible tras las evidencias de fraude electoral, tráfico de influencias y otras múltiples anomalías. La mandataria temporal, pese incluso a la crisis por el Covid-19, tomó decisiones trascendentales para retornar el país al cauce del orden y la democracia luego de catorce años de un gobierno populista y de inclinación socialista en cabeza del depuesto dirigente de origen indígena.
Esa firmeza y voluntad la impulsaron como un liderazgo político importante en la nación del altiplano y pronto se comenzó a hablar de una eventual candidatura presidencial para darle continuidad a su gestión de emergencia. Sin embargo, en el entretanto se produjo un sacudón geopolítico en el sur del continente: violentas protestas de la izquierda en Chile afectaron al gobierno de Sebastián Piñera, que hasta ese momento figuraba como de los más eficaces y estables de la región. A su turno en Argentina la izquierda volvió al poder con Alberto Fernández, quien, de entrada, le brindó refugio a Morales, lo que le facilitó a este mover sus fichas en Bolivia con miras a planificar su regreso al país y ser de nuevo candidato, ya fuera a la Presidencia o al Senado. Cerradas esas opciones, entonces lanzó a su propio candidato para retomar el poder en ‘cuerpo ajeno’: Luis Arce.
En medio de ese complicado escenario, por cuenta de la crisis económica mundial y la caída de los precios de los minerales, además del impacto de la pandemia, Áñez se vio forzada a manejar con gran austeridad y mesura los recursos estatales. Una política que contrastó con la demagogia populista de su antecesor, quien gozó por varios años de los mejores precios del mercado internacional para las materias primas del país. Esa época de ‘vacas gordas’ es la que explica cómo el entonces ministro de Economía de Morales (Arce) se ganó la reputación de funcionario eficaz y hasta se habló de “milagro económico”, que si lo hubo fue, más que todo, porque en Bolivia no se cayó en la tentación de seguir el funesto ejemplo de Venezuela en torno a arruinar a la empresa privada y hacer más pobres a los pobres.
La tarea de Áñez de enderezar el país se complicó aún más por las medidas restrictivas que tomó para hacer frente a la pandemia, sobre todo las de confinamiento poblacional y la disciplina social, que no fueron bien recibidas por muchos sectores, en especial indígenas y campesinos. Ese cuadro circunstancial aceleró el malestar económico y el descontento colectivo por cuenta de la parálisis de numerosas empresas, la quiebra de otras y el despido de millares de empleados.
De esta forma, la presidenta interina, que gozaba de apoyo en la opinión pública y que se había lanzado a buscar la Primera Magistratura, de improviso se encontró con los factores de poder adversos y la situación económica en crisis aguda. Frente a ello, su única opción fue renunciar a la candidatura semanas antes de las urnas.
Una situación que no supo leer tampoco el exmandatario y excandidato Carlo Mesa, también de la franja de la centro-derecha. Siendo el aspirante anti-Morales más fuerte, falló en concitar un bloque político fuerte y cohesionado para enfrentarse a la sombra del expresidente indígena y su candidato Arce. Fue un craso error en el que cayeron otros partidos y aspirantes que aunque con menor apoyo en la opinión pública sí coincidían en la urgencia de atajar el riesgo de que el socialismo y el populismo volvieran al poder.
Esa es la explicación más real y objetiva que se puede dar a lo que pasó en los comicios del pasado domingo en Bolivia. La división de los candidatos de centro y derecha abrió un boquete político y electoral que facilitó el triunfo de Arce en la primera vuelta. Se equivocaron gravemente los cálculos que señalaban que lo inteligente era esperar a que Mesa -que siempre estuvo detrás del candidato de Morales en las encuestas- pasara a la segunda vuelta y allí sí apostar por una coalición fuerte a su alrededor que le garantizaría el éxito en el balotaje. Lo cierto es que la recta final de la campaña solo llevó a que el electorado a favor de la democracia y una corrección económica se dividiera y otro tanto se desestimulara en sus anhelos de cambio.
Al final de cuentas, esa mezcla de circunstancias políticas, económicas y de contingencia sanitaria, y su duro coletazo social y en la psiquis de la ciudadanía, sobre todo en la de origen indígena y campesina, es la que explica por qué Bolivia dio un salto atrás. No es que las mayorías estén por desconocer el desastre en diversos campos de Morales ni anhelen repetir la crisis de Venezuela o la que ya asoma con fuerza con Fernández en Argentina. Simple y llanamente están contra la austeridad en tiempos de ‘vacas flacas’ y apuestan al asistencialismo oficial, así los recursos apenas alcancen para sostener un Estado costoso y paquidérmico.