* Recuperar noción de la autoridad
* Medidas más audaces aquí y ahora
Nadie dudaría de que el mandato nacido de la última jornada electoral en Bogotá tuvo que ver, en esencia, con la apremiante esperanza ciudadana de retornar al orden y la seguridad.
Efectivamente, con la inapelable votación de Carlos Fernando Galán, en la primera vuelta de las elecciones de octubre, la ciudadanía descartó de plano las demás opciones y programas en liza. Y al mismo tiempo envió un rotundo mensaje democrático en favor de la pronta y eficaz recuperación de la metrópoli en la materia.
El mandato de Galán, pues, goza de dos aspectos esenciales: primero, una extraordinaria legitimidad, tanto por el caudal de votos registrados como por la forma en que este se produjo frente a los nuevos mecanismos electorales, que fue innecesario estrenar; y, segundo, por la urgencia que un resultado cercano al 60% de votos significa, casi a modo de referendo, en el propósito y diligencia de cumplir con el cometido programático señalado.
En particular, vale refrescar la consigna de superar la alarmante erosión de la autoridad, denunciada a diestra y siniestra durante la campaña y que, como se sabe, prosperó sin redención desde las orquestadas protestas vandálicas ocurridas en la administración anterior. Y es impostergable reinstaurarla con serenidad, pero sin demora, atenuantes ni las rutinarias evasiones precedentes, dentro del cauce institucional.
Se podría pensar entonces, que una categórica expresión popular, como la registrada, prácticamente deja entrever, en general, la pretensión de un nuevo modelo citadino. O acaso regresar, con ajustes, a aquel que en épocas de Antanas Mockus y Enrique Peñalosa puso a Bogotá a la vanguardia mundial. Y no es exageración decirlo. Así puede constatarse en los análisis urbanos de la época, bien nacionales o internacionales.
En todo caso, no sobraría recabar en los grandes beneficios de Mockus, con su pedagogía y cultura ciudadana, tan manoseada y malinterpretada posteriormente. Y también recordar la habilidad administrativa de Peñalosa, que dejó sentada en su último periodo y pudo extenderse al siguiente en las obras de antemano planificadas y contratadas. Tal vez lo único para exaltar en los tiempos capitalinos previos a la elección que no sea, por supuesto, la anarquía y ambiente aflictivo que se apoderó del entorno bogotano de pospandemia, además, sin temple administrativo frente a las secuelas de un desgano complaciente y la manga ancha con la inseguridad.
Fuere lo que sea, es claro que Bogotá votó en masa por iniciar una nueva etapa (si no se quiere hablar de cambio de modelo). Y en ello la expectación y exigencia son superlativas en relación con la autoridad, el orden y la tranquilidad ciudadana. Sin duda, Galán, no solo encarna un cambio de estilo. También hará valer lo que ha sido central de su programa.
Hay que decir, sin embargo, que el tiempo apremia. Sabido está que, en periodos de cuatro años, sin reelección, lo que no se estructure y determine en los primeros 100 días de gobierno no será fácil de adoptar. Después vendrán postulados más amplios en el Plan de Desarrollo −por disposiciones absurdas siempre fuera de tiempo−, pero los requerimientos de la seguridad son para aquí y ahora. Todavía más si los delincuentes, habituados al desmayo de la autoridad antedicha, pretenden medirle el aceite a la nueva administración y seguir con su expolio y desenfreno en las calles.
Bien dijo ayer el alcalde que la ciudad está en una situación “crítica”. De hecho, podría decirse que es similar a lo acontecido en Nueva York con la llegada del burgomaestre Rudolph Giuliani quien, aparte de su curso político posterior, salvó a la metrópoli del escarnio criminal en que se disolvía, hace unas décadas e hizo la misma declaración en sus primeras semanas. Casos parecidos podrían traerse a cuento en la historia de otras urbes. Y si bien, Bogotá, no pertenece al top de las 50 ciudades mundiales más azotadas por la criminalidad, como otras colombianas y en especial mexicanas y venezolanas, es inadmisible la frescura con que la ladronería ha hecho del robo a mano armada y prepotencia amenazante, no pocas veces mortal, un negocio irremisible.
Está bien que el mandatario bogotano reclame, en cosa de un mes, la reducción del homicidio. Es una victoria temprana que deberá profundizarse con el tiempo. Pero de la misma manera hay que actuar en los demás frentes. Por lo pronto, la modificación de los cuadrantes policiales parecería una decisión acertada, en vez del inmovilismo de los CAI. No obstante, entre otras, se necesita más patrullaje, la financiación capitalina que sea menester, un mayor número de agentes, captura de los malandros y diálogo efectivo con las fuerzas vivas de la ciudad que no se convierta en conversación estéril. Y ante todo recuperar la noción y tejido de la autoridad. Para ayer es tarde.