Un Alcalde y un equipo
Serenidad, criterio y temple
Lo que por lo pronto queda claro en el partidor por la Alcaldía de Bogotá es que, por primera vez en décadas, la situación de empate augura una campaña en plena tensión. En principio, cada uno de los aspirantes, cuando de táctica electoral se trata, debe asegurar sus propios respaldos para después entrar a buscar votos por fuera de ellos. De modo que, primordialmente, lo que los candidatos en punta deben precaverse es de no cometer ningún error.
En efecto, cualquier error en la campaña que se avecina será a un costo altísimo. Por lo tanto, no es solamente lo que los aspirantes puedan prometer en su plataforma programática, sino igualmente estarán en juego los mejores equipos para sacar adelante a Bogotá.
Una de las dificultades, ciertamente, de la Administración todavía en curso, ha estado en el continuo cambio de los funcionarios distritales, particularmente en el más alto nivel. Ello ha impedido una orientación clara de la ciudad, generando en muchas ocasiones incertidumbre. De manera que uno de los elementos sustanciales que requiere el Distrito, y debe una vez sopesarse desde la campaña, es que los candidatos a la Alcaldía se comprometan a tener un equipo consistente, coherente y de largo plazo. No le interesa, por supuesto, al ciudadano sino que los escogidos, cualesquiera sean, mejoren el entramado administrativo y den prontas respuestas a las inquietudes citadinas. Ello puede hacerse no sólo a partir de una planeación estricta, sino en cuanto el aparato operativo de las políticas públicas lleve a cabo la misión paulatinamente y fructifique en los postulados presupuestales y administrativos.
Uno de los aspectos más difíciles del Estado consiste en lograr la aplicación práctica de lo que se pregona en la teoría y en los documentos públicos. No solamente son las trabas, el farragoso trámite burocrático que debe surtir cualquier decisión, sino que muchas veces no existe la experiencia en la administración pública y la especificación fehaciente de a dónde se quiere ir. Si bien hay un Plan Distrital de Desarrollo, con sus inversiones, presupuesto y endeudamiento, muchas veces las políticas quedan a medio hacer y las discusiones sobre las prioridades son eternas. De hecho, desde hace casi ya una década se ha venido diciendo que el Metro para Bogotá es una realidad, pero está lejos de ponerse la primera piedra. Esto demuestra la rémora administrativa que, por igual, se replica en muchas otras circunstancias.
Bogotá, ciertamente, necesita una aceleración de las políticas públicas. Para ello, pues, no solamente es indispensable tener un equipo proactivo, trabajando en una misma dirección, sino que en el mismo sentido las cláusulas del Plan de Desarrollo no deberían ser generales y extensas, sino concretas y delimitadas. De manera que la plataforma programática no sólo debería servir para eventuales revocatorias, sino que de una vez desde la campaña se tuvieran los señalamientos precisos y casi exactos para tramitar lo más pronto posible el Plan de Desarrollo.
En la campaña por la Alcaldía de Bogotá, por lo pronto, parece haber mucha política. Respaldos partidistas aquí y acullá, sectores expresidenciales señalando su candidato, apoyos gubernamentales en uno u otro sentido, senadores cacareando sus avales pero, en medio de ese fárrago, no está claro, o por lo menos no hasta ahora, quienes serán las figuras clave de la Administración.
Creemos, por ejemplo, como ya lo dijimos durante esta semana, que el tema central de la urbe es la seguridad ciudadana. Si bien en este momento el general (r) Oscar Naranjo cumple un destacado papel en las conversaciones de paz de La Habana, sería eventualmente un acierto que cualquiera que fuera el aspirante de la Alcaldía que ganara se comprometiera, de antemano, a adelantar un plan de seguridad urbana para la ciudad con la asesoría del general. Esto sólo para dar una muestra del tipo de personas que la ciudad requiere y que la ciudadanía está pendiente de conocer.
Indispensable, por descontado, que al Concejo de Bogotá también llegue un equipo de muy alto nivel para trabajar por la ciudad. Si bien no hay, en lo que se ha visto en las inscripciones, figuras de peso político nacional como solía ocurrir otras veces, se espera que el manejo por bancadas se alinie con los propósitos distritales. Las rencillas que caracterizaron al Concejo actual, por el choque de modelos entre el pensamiento del cabildo y el de la Alcaldía, en la próxima Administración se espera, desde luego, no vuelvan a suceder porque devastan la vocación de futuro de la ciudad.
Por ejemplo, si se diera el caso que Rafael Pardo y Enrique Peñalosa fueran hasta el final de la contienda, no se entendería, en modo alguno, que desde el Concejo los grupos políticos que avalan a uno u otro candidato no fueran a trabajar mancomunadamente con el ganador. Igualmente, si la ganadora fuera Clara López no está el palo para cucharas en la capital y entrar en oposiciones cerreras produciría un mismo resultado negativo.
La contienda política que se ha iniciado en firme en esta semana, con las inscripciones, debe llevarse a cabo con la más alta responsabilidad posible y el talante de quienes han tenido cargos de alto nivel. Lo que la ciudadanía no quiere, por supuesto, son zafarranchos y distracciones a la situación crítica que se padece. Está claro que la ciudad no solamente viene de una Administración que terminó en la cárcel, sino de una subsiguiente que generó tanto polarizaciones como que fue igualmente motivo de ires y venires que la paralizaron. Serenidad, criterio y temple es lo que se espera de los candidatos. Y sobre todo propuestas claras y concretas. Como seguramente no habrá mucha diferencia entre ellas, porque es más o menos sabido lo que necesita la urbe, quedará en manos de los ciudadanos el discernimiento de quién tiene el mejor temperamento para llevar las riendas de la ciudad en uno de sus momentos más críticos y producir el punto de inflexión que se necesita.