*Menos política y más administración
*El embeleco de la derecha y la izquierda
Pues bien los caballos, como se dice en el argot hípico, han entrado, todos y desde ayer, en el partidor por la preciada y urgida alcaldía de Bogotá. Y desde luego hay allí para todos los gustos y alternativas cuando en esta ocasión hay varios con experiencia en el diseño y ejecución de la política pública y de algún modo se han sentado en el Palacio Liévano en momentos de crisis. Porque al menos tres tienen esos antecedentes, además de haber sido ministros o tenido a cargo la aplicación del presupuesto y la articulación de un despacho o equipo de gobierno. Que es, también, donde se jugará buena parte de la credibilidad en la justa electoral.
De hecho, uno de los más grandes problemas con la alcaldía actual ha sido, precisamente, esa carencia de equipo, esa sensación de estar a la deriva y la imposibilidad de articular debidamente las políticas al interior de la Administración. Porque una cosa es el Alcalde, lo que desde luego es importante, pero muy otra que llegue en solitario y que, por lo tanto, los funcionarios sean material de desecho y fusibles permanentes, generando un cortocircuito continuo en el desarrollo de los programas de corto, mediano y largo plazos. De modo que se puede ser de derecha, de izquierda o de centro, lo mínimo, por supuesto, es que la ciudad sepa que tiene un gobierno estable, idóneo y responsable.
Desde luego, lo ideal para Bogotá sería sacar avante la frase de Rafael Reyes: “menos política y más administración”. Porque a no dudarlo lo que ha paralizado a la ciudad es la polarización, el ideologismo, la ausencia de consensos y concertación, la superficialidad del Concejo, las relaciones ambivalentes y politizadas entre la capital y la nación, y por sobre todo la importación de las pugnas nacionales y el dibujo del escenario capitalino como un ring entre derecha e izquierda, cuando tales lucubraciones politológicas, generalmente extrañas al país y traídas a cuento de naciones con idiosincrasias totalmente divergentes como Francia, no son en lo absoluto del interés general. Porque lo que se quiere son soluciones, respuestas, y no el mar de labia en que se ha consumido la urbe. Y es precisamente frente a ello, frente al marasmo en que ha sido sumida la ciudad por la pugnacidad ideológica y el resentimiento como formulación política, que el ciudadano se encuentra exasperado y no quiere más dosis de los mismos, es decir, candidatos que de una vez se suban al ring contribuyendo aún más a la ya exaltada desesperación y dando rienda suelta a la pugnacidad.
Siendo así, lo que puede observarse de antemano es que algunos quieren plantear la campaña por los “negativos”. Y en eso parecen no haber aprendido la lección de la primera vuelta presidencial cuando, por la pugna desbordada entre los favoritos, mucha gente optó por otras alternativas de modo coyuntural y exclusivamente como voto protesta. Se requiere, por descontado, inteligencia emocional para no caer en ese escenario de los resentimientos, ni de izquierda, ni de derecha, y si se quiere, tampoco de centro. Lo que menos puede favorecer a Bogotá es la política del odio, cuando por el contrario se necesita señalar unos propósitos administrativos claros, un adecuado manejo del presupuesto y unas inversiones obvias, empujando todo el mundo para el mismo lado en vez del divisionismo y la vanidad que a nadie sensato se le ocurre de plataforma y solución.
De manera que lo que interesa es el cambio general, no solo de los modelos. También el cambio de ese resentimiento practicado por tirios y troyanos, no sólo de ahora, sino desde hace décadas. Alguien, por supuesto, con personalidad propia, con un temperamento sereno, sin convertir las políticas en amenazas, y con un carácter adecuado al manejo de una urbe cercada de problemas inmediatos, como la debacle del Trasmilenio, la falta de obras e infraestructura, la anomia del Estado, pero que también tenga una visión de largo plazo para acrecentar el PIB de 100.000 millones de dólares y producir paulatinamente la homogenización social, el equilibro de las plusvalías, las garantías para la seguridad ciudadana, el empoderamiento de la cultura y la salvaguarda ambiental. En fin, una alcaldía moderna, libre de resentimientos y de todas las coyundas del pasado (las de tirios y troyanos), donde la ética sea un axioma en toda la línea y cuya consigna sea, como se dijo, “menos política y más administración”.