*El mundo de los trinos
*La doctrina del delito político
En Colombia suelen armarse unas polvaredas tremendas, entre ellas las que algunos califican de debate político. Y así, antes que discusiones pertinentes, la cotidianidad transcurre entre el bochinche. Quien más algarabía arme, elabore la frase más impactante o logre ser “tendencia” en las Redes, tiene el espacio conseguido. Es el nuevo modus operandi de la opinión pública.
Aunque en otras partes del mundo ello viene revirtiéndose, en el país está en auge y muestra la novel categorización de las cosas. La reducción al rasero mínimo es caldo de cultivo fructífero para que se hable de todo y no se concluya nada. De modo que lo interesante es provocar la controversia, mantenerla por unas horas y luego difuminarla en el estrépito de una nueva polémica. De hecho, es lo que un profesor polaco llama la “sociedad líquida”, para referirse al fenómeno informativo, es decir, cae una gota, copa el lugar a través de sus ondas y a poco se diluye sin consecuencias. Y así sucesivamente, hora a hora, gota a gota.
De alguna forma, si bien parece un gigantesco caudal de información, resulta un mecanismo evasivo. Como el propósito es evitar la profundización, vivir en una constante epidérmica, el contenido que da cuerpo a las cosas pierde todo interés y menos se entran a dilucidar sus componentes. Por lo tanto, se transcurre en una permanente torre de babel, en donde lo que menos importa son las definiciones. De tal manera, la dialéctica socrática tal y como se conocía por siglos, es decir, polemizar a partir de las acepciones, es cosa tan atávica como su inventor. Para hablar de filosofía griega se necesita, por supuesto, del homo sapiens, y no precisamente del homo tecnológico, en curso, sismo-resistente a semejantes arcaísmos de comenzar por los significados.
A Colombia le cae muy bien todo ello. Un país tradicionalmente alérgico a tramitar sus discusiones a partir de los significantes, tendiente por lo demás a irse por las ramas en una retórica dilatada. Dígase no más de la actual discusión sobre el delito político. Y en tal sentido, entre tantos dimes y diretes, tómese uno de los trinos del expresidente Álvaro Uribe: “Nos rebelamos contra el maltrato a Colombia que quiere depararle el presidente Santos poniendo al narcotráfico como un delito con fines altruistas e identificándolo como delito político”.
Pues bien, la figura es el presidente Santos. Quien quiere poner al narcotráfico como un delito con fines altruistas e identificándolo como delito político… Todo ello, maltrato a Colombia, motivo de la rebeldía. Pues si la rebeldía es por eso, no tiene ni por qué asomarla. Porque, en efecto, las motivaciones “altruistas” del delito político no han sido establecidas, en modo alguno, por el presidente Santos, sino categórica y textualmente por las Cortes colombianas, en sentencias de obligatorio cumplimiento. Doctrina, por su parte, devenida de la acendrada juridicidad hispánica, en cabeza nada menos que de filósofos como Mariana, Suárez y Covarrubias, entre otros. En tal sentido, para ser fehacientes, tendría, entonces, que cambiar el protagonista de su trino y reenfocar la rebelión contra las Cortes, fuente legítima del Estado en la materia.
Si así lo hiciere tendría, a su vez, que aceptar que el narcotráfico no hace parte de los delitos políticos tipificados en las normas (rebelión, sedición y asonada), ni nadie lo ha propuesto, sino que en aras del futuro debate de una ley estatutaria en el Congreso, donde por su parte tiene todo el derecho institucional a intervenir, se puede plantear éste de delito conexo, que nunca de principal, al lado de los más cruentos y de los cuales él fue amnistiador del M-19, comenzando por la toma del Palacio de Justicia, financiada por Pablo Escobar. Que se sepa, nadie habló entonces de maltrato a Colombia, ni mucho menos, en el ámbito internacional, cometer la sandez de enjuiciar a Ronald Reagan por el llamado Irangate, cuando se intercambió coca por armas para la contrainsurgencia nicaragüense en Honduras.
Hasta ahí, la primera gota… pero ya viene la otra. Decir “nos rebelamos”, encabezando el trino, ha despertado en algunos la extravagante incógnita de si el mismo Uribe quiere incurrir en la rebeldía que critica, no la común del diccionario, sino por las armas. Desde luego, una situación tan insólita ni se nos pasa por la cabeza… aunque, como está demostrado, el mundo de los trinos da para todo.