*Realismo: el sistema llega al tope de su capacidad
*Investigar hipótesis sobre instigación al caos
El transporte público masivo en Bogotá siempre ha sido muy difícil de ordenar. Es evidente que existen falencias de tipo estructural en materia de malla vial, logística e integralidad entre las distintas modalidades para movilizar pasajeros de forma individual o colectiva, como también es cierto que los márgenes de crecimiento poblacional, económico y social de la ciudad superan en forma sustancial la oferta de servicios públicos y privados de que dispone la capital del país y su extensa área metropolitana. En ese orden de ideas los desórdenes que se presentaron en el sistema Transmilenio la semana pasada no son sorpresivos, ni coyunturales, sino que responden a esa deficiencia estructural ya anotada.
Sin embargo, es necesario llamar la atención en torno de que de no tomarse en el corto plazo medidas más contundentes para asegurar la funcionalidad del sistema, estaríamos ad portas de un bloqueo mayor que podría colapsar la ciudad o degenerar en desórdenes más graves de los ya registrados, con saldo dramático. No se trata de ser fatalistas, pero se observa que hay un clima de exasperación de los usuarios por las fallas en el servicio que está siendo aprovechado por grupúsculos de agitadores que son los que finalmente instigan a la ciudadanía a invadir los carriles preferenciales de los articulados e incluso a enfrentarse con la fuerza pública. La situación ha llegado a tal extremo que ya pululan las hipótesis acerca de que las protestas no son situaciones espontáneas y puntuales, sino que están coordinadas por alguna instancia, con móviles oscuros. No vamos a caer aquí en ser caja de resonancia de esas hipótesis, algunas de la cuales rayan en lo insólito, pero sí es dable hacer un llamado para que las autoridades investiguen las versiones que circulan al respecto y establezcan con prontitud si son veraces o no. Nada más peligroso para el sistema y el ambiente de convivencia que debe primar en la ciudad que dejar prosperar esas especies sobre instigación al desorden como una estrategia ilegal para defender intereses sectoriales e incluso políticos.
Pero una cosa es despejar los interrogantes ya planteados y otra muy distinta no advertir que el sistema de los buses articulados continúa arrastrando deficiencias en materia de rutas, número y frecuencia de los buses, redes alimentadoras y capacidad de integración con otras modalidades de transporte público como el SITP, los colectivos, los taxis e incluso, la creciente incursión de redes de transporte aún informales, como el mototaxismo y el bicitaxismo, que en sitios muy puntuales de la ciudad ya tienen un mercado de usuarios permanente.
No se desconoce, en modo alguno, los esfuerzos que ha hecho Transmilenio para aumentar la capacidad de movilización y disminuir las demoras en la prestación del servicio, no obstante es obvio que todavía son insuficientes, como también no se puede negar que en algunas ocasiones ya el margen de acción del sistema es muy estrecho y por más que se maniobre en materia de rutas, frecuencias, estaciones y portales, es muy poca la solución que se pueda aportar al día a día de operatividad de los llamados buses rojos.
Está claro, por ende, que no solo debe haber un plan de choque para terminar de implementar al cien por ciento el SITP, superando de una vez por todas, el problema de las tarjetas de pago, que ya raya en lo absurdo, sino que el proyecto para la construcción del metro, debe apuntalarse para que pueda ser una realidad, en cuestión de tres o cuatro años, así sea apenas una parte de la primera fase proyectada. Igual debe el Distrito asumir un rol activo en la solución del pleito entre los taxis amarillos y los de placa blanca que funcionan con base en plataformas tecnológicas tipo Uber, pues es en la capital del país en donde estas últimas tienen mayor presentación y, a la luz de las encuestas, están ganando terreno en materia de apoyo de un sector de los usuarios.
Como se ve, la solución a los problemas recurrentes de Transmilenio, va más allá de medidas cortoplacistas, y requiere trabajar en varios frentes, partiendo del realismo de que el sistema de los articulados ya está llegando en las troncales que tiene en funcionamiento, a un tope de su capacidad y que por más que se implementen estrategias, su efecto finalmente será menor y la desesperación de los usuarios irá in crescendo.