- Un verdadero hombre de paz
- La oportunidad perdida de Colombia
SOLO dos presidentes colombianos, ambos de trayectoria conservadora, han tenidos orígenes verdaderamente humildes. Los dos fueron antioqueños. Uno de ellos, Marco Fidel Suárez, y el otro, Belisario Betancur, fallecido el viernes pasado y muy cercano a esta casa editorial.
Fue Suárez, sin embargo, presidente cuando era natural mantener la fila india conservadora y luego de haberse convertido en el jefe preeminente del Partido, en 1918. No era pues mayor sorpresa, aun dentro de sus méritos indudables, que llegara al Solio puesto que había hecho una carrera pública deslumbrante, combinada con una acendrada sensibilidad literaria cuando Colombia hacía gala, entre quienes pertenecían a la política, de un areópago intelectual irrepetible.
La vida de Belisario Betancur se dio en un contexto completamente diferente. Llegó a la Presidencia de la República cuando el Partido Liberal representaba una máquina de poder sin precedentes, una vez terminado el Frente Nacional, hasta el punto de que era prácticamente impensable que un conservador pudiera acceder a la Primera Magistratura. De hecho, terminado el Frente Nacional, el liberalismo tomó un vuelo de tal dimensión que las mayorías parlamentarias liberales eran axiomáticas y se daban por descontadas. Y en ese sentido, el fenómeno de Belisario Betancur fue todavía más sorprendente puesto que no se adentró en la disputa parlamentaria, ni siquiera al interior del conservatismo, dividido por décadas entre alvaristas y pastranistas.
Belisario supo sortear esa situación, consiguiendo el respaldo de los jefes partidistas de su colectividad, pero al mismo tiempo suscitando una propuesta nacional que le permitió buscar adherentes liberales y particularmente dentro de lo que entonces se llamó “la franja”, es decir los sectores independientes que comenzaban a asomarse muy incipientemente en medio del acostumbrado bipartidismo.
Para ello, Belisario Betancur contó con una personalidad arrolladora, desbordante de carisma y siempre bajo la idea de poner a trabajar al país “a ritmo paisa”. Vislumbró la economía como una palanca para mejorar el entorno social y creía que la política solo era válida en la medida en que se produjeran grandes cambios. Nunca tuvo, en ese sentido, una delectación por el poder, sino que tenía una noción de aquel, como fundamento de la orientación y conquista del bien común. Así las cosas, su foco central era la justicia social y la reconciliación entre los colombianos.
Nadie dudaría que Belisario Betancur fue el primero en avizorar, en la Colombia moderna, que el gran problema del país era la guerra y la necesidad de conseguir la paz. Otra sería la nación colombiana si Belisario hubiera tenido éxito con su propuesta de salida negociada al conflicto armado, entre 1982 y 1986. Ya por entonces el comunismo comenzaba a presentar los síntomas que lo llevarían al derrumbe poco tiempo más tarde. Y era la época, así mismo, cuando los conflictos centroamericanos entraron por la vía de la negociación.
De eso hace más de 30 años, en los que Colombia pudo haberse ahorrado tanta depredación y muerte. Faltó entender el carácter visionario de Belisario Betancur para haber entrado de lleno a la modernidad, con un país sin guerrillas y una economía que, lograda la paz, pudo haberse diversificado mucho más prontamente.
Durante buena parte de su mandato Betancur pudo mantener muy en alto su popularidad. Los colombianos querían, ciertamente, la paz pero el Presidente se encontró, de una parte, con unas guerrillas que usaron el diálogo para fortalecerse militarmente y, de otra, con un partido Liberal que, apenas pudo, buscó caerle, especialmente después de la hecatombe del Palacio de Justicia.
Belisario Betancur entendió desde un comienzo que la paz debía hacerse por consenso. Tal vez un error estuvo en no haber incorporado más decididamente a la cúpula de las Fuerzas Militares en los intentos de paz, pero la verdad sea dicha, en la Comisión correspondiente mantuvo a dos generales retirados de máximo renombre, como Ayerbe Chaux y Pinzón Caicedo. No es, pues, del todo cierto que no hubiera contado con el estamento militar, sino que se encontró con el hecho de que todos los sectores de la conflagración querían seguir combatiendo, comenzando por los terroristas y también lo que se denominó las “fuerzas agazapadas de la paz”.
En todo caso fue Betancur el pionero de la paz en Colombia, a lo que siguieron diferentes esfuerzos de los presidentes hasta hoy, cuando el proceso de paz con las Farc todavía sigue en obra gris y con un norte indefinido, del cual muchos se sirven para seguir haciendo política.
Lamentable, ciertamente para Colombia, no haber concretado en su momento la ruta visionaria de Belisario Betancur. Nunca se quejó el expresidente de la nefanda respuesta guerrillera y de la incomprensión en algunos círculos del llamado “establecimiento”. Pero para la historia del país, de Belisario Betancur pudo derivarse el más grande legado de quien no solo luchó por los pobres, sino de quien trató que Colombia cambiara la sinrazón sangrienta y nos libertáramos de la depredación y la barbarie. La vida y la lucha de Betancur son, pues, su victoria.