Baluarte de la democracia | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Junio de 2014

*Nuestra tradición castrense

*El honor del soldado colombiano

 

En  la actual campaña por la Presidencia de la República ha salido a relucir el papel que cumplen las Fuerzas Armadas  en nuestra sociedad, así como se han hecho algunas acusaciones públicas contra elementos aislados dentro del estamento militar de estar interviniendo en política en favor de uno de los candidatos, que no es precisamente el presidente Juan Manuel Santos. Lo que resulta varias veces inusual, por cuanto lo que se pensaría es que una injerencia  de los uniformados de esa naturaleza, quizá por exceso de entusiasmo, debería ser a favor del gobernante, como ocurre en otros países por aquello de la defensa del statuo quo. No es así, por el contrario, los cargos se han hecho contra oficiales activos, que  discrepan de la política oficial. Como se sabe en nuestro país las Fuerzas Armadas son neutrales en cuanto se refiere a la política partidista, no se les está permitido intervenir en política, dado que son los árbitros en medio de las reyertas políticas. La misión de las Fuerzas Armadas dentro del Estado es la de estar listas siempre para defender la soberanía nacional, aun a riesgo de su vida.  Por razón del desafío de la violencia de corte revolucionario por más de medio siglo en las zonas de la periferia, en las selvas, las montañas, los ríos, las zonas más apartadas e incomunicadas del país, nuestras tropas se vieron inmersas en un conflicto interno, cuando en realidad su misión es la de actuar en caso de ataque foráneo.

No todos los colombianos entienden el rol de las Fuerzas Armadas en tales circunstancias, obligadas a enfrentar a los grupos armados que les disparan desde la sombra, que no respetan los cuatro convenios de Ginebra, a partir de 1949, que se han pactado entre las naciones con la finalidad de regular el derecho internacional humanitario.  Si bien entre nosotros existen los antecedentes más nobles del derecho humanitario, que  el mariscal Antonio José de Sucre consagró, primero al ganar la Batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1924 para preservar la vida de los soldados españoles y  después el 28 de enero de 1829  al expulsar del territorio colombiano a las tropas peruanas, en la propuesta de paz al ejército derrotado, es tan generoso y respetuoso de la integridad de sus fronteras, de  la política a seguir para resolver los mutuos e intrincados problemas binacionales, que  sienta las bases del derecho humanitario entre nuestros pueblos. Entre otras cosas estipula: “Las partes contratantes nombrarán una comisión para arreglar los límites de los dos Estados, sirviendo de base la división política y civil de los virreinatos de Nueva Granada y del Perú en agosto de 1809 en que estalló la revolución de Quito, y se comprometieron los contratantes a cederse recíprocamente aquellas pequeñas partes de territorio que, por defectos de la antigua demarcación, perjudiquen a los habitantes”. Lo mismo que consagra una vez más la doctrina bolivariana del   uti possidetis jure, que respeta las divisiones territoriales de los tiempos del Imperio Español en América.

Cuando se esperaba que el mariscal Sucre fuese por sus indiscutibles y grandes méritos el sucesor en el gobierno del Libertador Simón Bolívar, deja la Presidencia del Congreso Admirable en Bogotá, con el fin de persuadir a los venezolanos de superar los personalismos caudillistas y, dado el caso, dar un ejemplo único en la historia, que todos los generales de la Independencia incluido él, renunciaran por 10 años a ejercer el poder. Esos hechos y ejemplo excepcional, que los militares conocen y estudian en la Academia, determinan que nuestros soldados sean -no solamente respetuosos de la democracia- sino el principal soporte de la misma. Esa es la más noble tradición castrense que nos viene de la Gran Colombia, en parte por eso los golpes de Estado y los pronunciamientos militares han sido planta exótica en el país.

Ese hondo respeto a la civilidad y las instituciones de la democracia distinguen y honran a las Fuerzas Armadas de Colombia, que, cada vez se preparan mejor y estudian la geopolítica, por encima de las rencillas de los partidos políticos y de los debates habituales que se dan en la lucha por el poder entre los civiles. La eventual participación que se denuncia de un puñado de soldados en la contienda electoral que se investiga, es excepcional y no se corresponde con sus altos ideales, ni su compromiso de servir al Estado y la Patria, como columnas vertebrales y permanentes del sistema. Nuestras tropas son el baluarte de la democracia.