* Las fracturas en la seguridad nacional
* La libertad de expresión en entredicho
El clima de zozobra a causa del atentado contra el exministro Fernando Londoño Hoyos en el norte de Bogotá, retrotrae las imágenes a las peores épocas del terrorismo. Londoño, uno de los puntales de la política de Seguridad Democrática, salvó de milagro su vida y por la explosión murieron al menos tres personas y 35 resultaron heridas, un saldo fatídico y espeluznante.
Cualquiera sea el espectro político es indudable que la seguridad vuelve a ser el epicentro de las vicisitudes nacionales. Comenzó el año con una escalada de terror por parte de las Farc, hasta el bombazo que destruyó el centro de Tumaco. En adelante se han repetido emboscadas, hasta la última de hace unos días donde murieron siete policías en Tibú (Norte de Santander). Al mismo tiempo aún permanece en cautiverio el periodista francés Roméo Langlois. Las circunstancias, en 2012, son tremendamente lesivas, no sólo de la imagen del país, sino al hecho cierto de que la sensación de seguridad se ha fracturado irremisiblemente.
Había denunciado Londoño en su momento amenazas contra su vida. Las acciones fueron llevadas a cabo, pese a sus advertencias. No solamente, pues, es un atentado contra quien ha mantenido y publicitado sus convicciones políticas sin reservas, sino contra la libertad de expresión, pues Londoño también ha sido periodista claro y combativo durante los últimos años.
Ha sostenido el mismo presidente Juan Manuel Santos que en Colombia hay una mano negra de izquierda o de derecha, cuya pretensión es la desestabilización nacional y la erosión del Gobierno. Cualquiera sea el caso, vienen lográndolo y no ha menester, bajo ningún motivo, dejar que tales sean conductas corrientes en el devenir colombiano. Si de un lado la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras se ve claramente amenazada a través de los reiterativos asesinatos de demandantes y abogados, de otro es también cierto que la labor campesina y ganadera se ha complicado decididamente en algunos sectores del país. Todos estos hechos podrían enlistarse como lo hacen los análisis de universidades y fundaciones. Y no es más sino leerlos para ver cómo durante este año la inseguridad ha venido in crescendo.
Es sabido, claro, que el terrorismo se verifica precisamente para eso, para causar zozobra. Está bien que el Gobierno llame a la unidad nacional con el fin de combatirlo, aunque así haya ocurrido durante tantos años y conduela, ciertamente, que a pesar del Plan Colombia y los esfuerzos recientes en seguridad, el país se mantenga en ese hueco negro.
El atentado contra Londoño lleva indefectiblemente a que el Gobierno tenga que templar las consignas de seguridad. En ello es precisamente experto el presidente Santos, y habiendo sido el Ministro y Presidente que más triunfos ha dado al Estado legítimo, tendrá que mantenerse en esa ruta a fin de no perder lo avanzado.
Gracias a Dios, como se dijo, Londoño salvó su vida. No así dos de sus escoltas y otros civiles, cuya muerte lamentamos. No puede ser que este país siga por la misma ruta de tantas depredaciones como ocurrió, apenas unas cuadras arriba del sitio del atentado de ayer, en el Club El Nogal. Algún día, Colombia tiene que poner fin a la barbarie. No ha producido ella más que sangre, sudor y lágrimas, sólo que esa frase dicha por Winston Churchill en la segunda Guerra Mundial, resultó en un período mucho más corto de lo que los colombianos hemos tenido que sufrir de tantas maneras y en todas las formas. Por fortuna, Londoño podrá volver a ocupar su tribuna periodística. No todos los colombianos han corrido con esa suerte, como sucedió, entre muchos, con Álvaro Gómez y Guillermo Cano en su momento. Una herida de la que aún no se recupera el periodismo, ni tampoco la dignidad nacional.