Frágil estabilidad egipcia
¿Se repite la historia?
Las elecciones presidenciales en Egipto suscitan la atención de las grandes potencias y de todos aquellos que se interesan por la suerte del Medio Oriente, zona donde se encuentra el 70% del crudo del globo. Tras la guerra con Israel, y la muerte del coronel Nasser, los regímenes militares egipcios se convierten en amigos valiosos de los Estados Unidos y sus aliados europeos, lo que facilita que el Ejército de ese país reciba una multimillonaria ayuda en material bélico y entrenamiento de sus tropas. La distensión con Egipto le deja las manos libres con otros países a Israel. País que fortalece el sistema demoparlamentario que produce notables resultados en materia de estabilidad y participación política, lo que garantiza un manejo hábil de la línea dura y la blanda de los partidos y sus jefes, que moviliza el electorado según la conveniencia nacional. Y facilita en los momentos de peligro convocar a la unidad para enfrentar a los enemigos externos, que es lo que les ha permitido la supervivencia en medio del cerco hostil y de sucesivas y sangrientas guerras.
En tanto, en Egipto, prevalece un sistema demomilitar en el poder, mediante el cual los generales provocan la defenestración de la cabeza del gobierno, bajo la presión de los tanques y los sables, para instaurar a uno de los suyos y después buscar un arreglo político con fuerzas afines e ir a elecciones y legitimar el poder del general de turno. Así se han prolongado sucesivamente en el mando. En un interregno se intentó innovar y usar a los militares para promover la llegada de un civil al poder, por el sencillo método de quitarle el respaldo al militar corrupto que llevaba varias décadas en la Presidencia. Al que, inicialmente, respaldan las Fuerzas Armadas, hasta que se hace insostenible esa política por el creciente descrédito oficial y las grandes movilizaciones de masas contra el gobierno, que se toman las calles de las grandes ciudades de Egipto y ponen en riesgo la existencia misma de la República. Los Hermanos Musulmanes, lo mismo que antes en Libia y otros países vecinos, amenazan con la guerra civil, capturar y tomar por asalto el poder para imponer la dictadura de los ayatolas.
Es el momento en el cual los militares, quienes a riesgo de sus vidas frenaban a las masas y las milicias en las calles, se conjuran contra el dictador y en una operación relámpago movilizan las tropas y lo reducen a prisión, para que responda en los tribunales por los delitos de los que se le acusa. Las tumultuosas protestas se detienen como por ensalmo, los militares controlan los hilos del poder y aceptan que se vaya a elecciones libres para elegir de manera democrática el nuevo gobierno. Mohamed Mursi, ligado a los Hermanos Musulmanes, es elegido por la vía democrática Presidente de Egipto. Los que conocen los secretos políticos temen que su mujer intervenga tras bambalinas para favorecer a sus amigos más radicales ligados a la temida hermandad y otras fuerzas extremas. El flamante gobernante no da tiempo a sus adversarios a organizarse, de súbito sorprende a todos y convoca a demoler la Constitución vigente.
La nueva Constitución que aprueban los legisladores tiende a que el Estado favorezca el fundamentalismo en un país que tiene varias religiones y gran parte de sus dirigentes se ha educado en universidades europeas o de los Estados Unidos. Es la clase media afín a Occidente la que rechaza el salto atrás como una involución perniciosa de la política y también sale a defender sus derechos y voluntad política en las calles. El país se divide. Las Fuerzas Armadas están en estado de alerta y cuando sube la protesta contra el gobierno por sus medidas extremistas e impopulares, el mariscal Al Sisi le envía un ultimátum al gobierno en el que le da 48 horas para resolver los temas pendientes de alta política. Mursi hace caso omiso del apremiante mensaje militar y les pide a las masas que salgan a las calles a respaldarlo, en tanto los Hermanos Musulmanes amenazan con la guerra civil e incendiar Egipto a la manera de Siria. Al Sisi da la orden a sus tropas de apresar a Mursi y sus principales agentes, los que son puestos en prisión en los cuarteles. Los jefes de los Hermanos Musulmanes son capturados. El gobierno queda en manos del mariscal, quien ahora legitima el poder en una elección presidencial en la que entre la población que vota arrasa.