* A prueba vocación de futuro del país…
*mientras el Estado es llevado a la quiebra
Cierto es que la campaña presidencial para el período 2026-2030 se anticipó por la propia dinámica de las realidades nacionales. Y no hay marcha atrás.
De hecho, el mismo presidente actual, Gustavo Petro, llevó a cabo una prolongada jornada de cuatro años, entre 2018 y 2022, una vez perdió con Iván Duque. Si bien ocupó una curul de senador, como segundo en la justa presidencial, continuó una febril actividad hacia la Casa de Nariño. En efecto, así lo hizo, sin interregno ni otorgar cuartel, al desenvolver una oposición acérrima, inflamar las redes sociales y, en particular, incitar a la calle. Para ello, sacó provecho de las dificultades y secuelas de la pandemia del coronavirus. Hasta que incluso se dieron las condiciones que casi dan al traste con el gobierno de Duque. Y que, de otra parte, sirvieron de plataforma anárquica para que el vandalismo y los grupos irregulares hicieran de correa de transmisión violenta a un llamado y también orquestado “estallido social”, tal cual quedó demostrado recientemente en los fallos de los máximos tribunales.
Durante ese largo trayecto, Petro se mantuvo a la cabeza de las encuestas, muy por encima de una multiplicidad casi indescifrable de aspirantes y una persistente confusión por la mecánica electoral adoptada por estos. Solo al final, el hoy presidente se encontró con quien, en medio de la marea proselitista, pasó a la segunda vuelta en una sorpresiva campaña de menos a más. Un insider de la política, como Petro, ex alcalde de Bogotá y parlamentario por infinidad de años, aparte de guerrillero amnistiado, se vio de improviso en calzas prietas por un outsider relativamente anónimo, Rodolfo Hernández. Y quien, investigado de corrupción, sin embargo, llevó la bandera de la anticorrupción.
Hoy casi nadie se acuerda de él, pese a que estuvo al borde de ganar. Pero su caso es demostrativo de una época en la que de repente se vio convertido en el supuesto “antipetrista” por excelencia, sin que en realidad lo hubiera proclamado. Y también quien en las últimas semanas de la campaña viajó a Miami, abandonando la lid, por lo cual se ha llegado a decir que de antemano todo estaba arreglado entre los dos. Solo justificó su incomprensible conducta de entonces en que no iba a morir acuchillado en una calle colombiana. Y hace poco añadió: sí, Petro ganó, pero, ¿cómo consiguió los votos?
Total, desde el principio de su mandato, Petro contó con un camino expeditivo para sus realizaciones, de hecho, no solo por la evasión de Hernández de la política nacional después de lograr más de diez millones y medio de papeletas, sino porque puso el Congreso a sus pies. Pero se equivocó en materia grave. En lugar de presentar las supuestas leyes del cambio, que no tenía listas (a pesar de tanto cacareo), se dedicó a una reforma tributaria que, si bien la más voluminosa de la historia, asfixió al país. De suyo ayer, fruto de la inopia del crecimiento económico y, en consecuencia, el abrumador declive del recaudo tributario, el gobierno anunció una ya impostergable moratoria presupuestal. No en vano, de crecer al 10 y al 7 por ciento, la nación pasó, en su gobierno, a un trágico crecimiento del 0.6 por ciento.
Lo cual, a su vez, lo acaba de poner de bruces contra sus propias contradicciones. Porque al presentar finalmente sus otras reformas, tercamente alejadas de cualquier concertación, no se han mostrado más que como una obsesión estatista, un anacrónico ensanchamiento estatal, mientras que en medio de esas discusiones arrabiadas y eternas, y el gasto público desbordado de único ingrediente real del “cambio”, se produjo el dramático desfondamiento del Estado. Y quién sabe si la quiebra final. De modo que esas reformas, básicamente sustentadas en gasto y más gasto para el fisco, no son más que una perniciosa contraevidencia frente a las estrepitosas realidades nacionales de hoy.
Que no solo obedecen, por demás, al abismo económico. Porque al mismo tiempo que pululan los escándalos de corrupción gubernamentales, por igual prospera, con la misma intensidad, la carencia de autoridad y orden. Mejor dicho, avanza la manga ancha y contemporizadora con los agentes criminales que impiden la paz.
Bajo esa perspectiva, es apenas lógico que se haya anticipado la campaña presidencial para preservar la vocación de futuro del país y recuperar las esperanzas. No obstante, lo peor sería repetir una gansada política, como el indolente trámite de la vez pasada. En efecto, esa sería la mejor arma con la que de nuevo Petro podría contar. Y esa es la única condición para tener en cuenta: siempre tener en mente que, al final, es la unión la que hace la fuerza en la defensa de la democracia.