- Lecciones de la prudencia afirmativa
- Liderazgo popular en épocas de zozobra
Probablemente es en las crisis abruptas, como la suscitada por la pandemia actual, cuando quizá la personalidad de un líder logra su máxima expresión. Podría decirse entonces que su temperamento es el elemento que, de algún modo imperceptible y mucho más allá de los asesores, documentos y exigencias administrativas, determina en últimas la forma de gobernar a un país. Además, en medio de una situación apremiante que ante todo requiere decisiones expeditas y riesgosas. Esto, por supuesto, en los dirigentes que se deben a la democracia.
Por el contrario, los autócratas son esencialmente llevados de su parecer y no tienen que adecuar sus criterios e impulsos a un sistema de libertades y de orden, como el democrático. De hecho, el espíritu autócrata es básicamente personalista. Inclusive su sentido natural se deja entrever hasta en el lenguaje. Por eso es común escuchar, cuando se explican las medidas gubernamentales, alusiones del estilo de “mi pueblo”, “mi partido”, “mi gobierno”, en fin, los asuntos públicos adquieren una dimensión posesiva y personal en todo cuanto es un deber hacer. Algunos llamarían a eso “populismo”, es decir, la apropiación de la incertidumbre social en favor del engrandecimiento de la imagen individual, aún si el acto tuviera cualquier antecedente en democracia.
A diferencia, los líderes verdaderamente democráticos, especialmente en épocas críticas, requieren de una permanente conexión popular, por descontado sin las tendencias populistas antedichas que, al contrario, suelen acrecentar los peligros y vicisitudes a cambio de pretensiones políticas secundarias. Y tampoco esa sintonía es a todas luces necesaria por el capricho de las encuestas o los aplausos de la galería, sino porque no es posible salir adelante, en un colectivo amenazado de vida o muerte, si quien orienta a la sociedad y dirige los destinos de un Estado no tiene una profunda empatía con la nación unificada en el objetivo común de manejar y tratar de superar la crisis de la mejor manera que sea posible.
Como, asimismo, la pandemia tomó al planeta por sorpresa, ningún líder en el orbe, por su parte, tocó el tema en la campaña electoral y ni siquiera hubo, en ningún país, un contraste de ideas en torno a lo que ocurriría con una hecatombe de semejante magnitud. Acaso sea ello un recordatorio dramático de cómo muchas veces la política se pierde de lo importante por lo aparentemente urgente. De tal modo todos los líderes, tanto los de talla internacional como los de menor influencia, quedaron expuestos a maniobrar en un túnel desconocido. Y es ahí, precisamente y aparte de la diferencia de recursos o de métodos adoptados, donde algunos han emergido positivamente a cuenta de su vocación humana y su filosofía existencial.
Nos referimos, en particular, a Angela Merkel, la dirigente alemana que viene dando clases de buen gobierno al mundo, sin pretenderlo, y no solo porque tenga unos resultados destacados en la conducción de su país, sino porque en todo momento y en todo lugar ha sabido hacer gala de una prudencia afirmativa, evidentemente originada en unos principios y valores que no ha dejado nunca de reiterar. En comienzo, fue absolutamente sincera y directa con su pueblo sobre el tamaño de la tragedia que se cernía, sin generar zozobra. Luego, en otra alocución y como ningún otro líder orbital, supo explicar en términos sencillos, gracias al acumulado de conocimientos y su cultura general, la curva técnica de contagios y los mecanismos de aislamiento y pruebas para enfrentar el tema. Posteriormente prestó los hospitales alemanes para atender pacientes italianos y franceses de gravedad. Y asimismo dejó que fuera su ministro del ramo quien declarara la epidemia “bajo control”, sin reclamar nada ni intentar réditos de favorabilidad para ella.
Pero, más allá, Merkel ha fundamentado su acción gubernamental desde la óptica de la moral. Hace unos días, precisamente, frente a las circunstancias de riesgo conocidas en las personas de edad avanzada, sostuvo rotundamente que “encerrar a nuestros mayores como estrategia de salida a la normalidad es inaceptable desde el punto de vista ético y moral”.
Es por todo lo anterior que Ángela Merkel se ha levantado como un faro del mundo. Está bien, pues, proclamarla como ejemplo y hacia dónde mirar, en épocas de tantas tensiones, en las que no siempre está claro el significado del liderazgo popular, íntegro e integral.