Anacronismo de la polarización | El Nuevo Siglo
Lunes, 4 de Abril de 2016

* La marcha uribista

* El reto de los “paros armados”

 

Está claro que, después de las marchas del pasado sábado encabezadas por el denominado “uribismo”, existe un conjunto ciudadano gigantesco que no quiere, bajo ningún motivo, matricularse en la pretendida polarización. Porque si bien puede decirse que hubo una demostración, fehacientemente garantizada por el Gobierno, en cuanto a movilizar gente con propósitos políticos, para llevar a cabo la vigencia opositora e incluso denostar de la Administración, no fueron las movilizaciones, en modo alguno, las de hace unos años que concitaban una gigantesca cantidad de voluntad política, entonces básicamente contra la subversión, y de las cuales consignas como “no más secuestros”, o similares, salían fortalecidas. De hecho, en esa época, fueron la réplica de lo que sucedía en España contra ETA y a no dudarlo fueron aliciente para aislar el terrorismo y ponerlo de cara a su infausto proceder.

En tanto, y en otro escenario, las marchas “uribistas” de anteayer  confirmaron que existe una cauda, ya representada en el 20 por ciento del Congreso y encabezada por el propio expresidente Álvaro Uribe, que se mantiene en sus trece y aglutinada en torno a su ideología. Pero de las manifestaciones no puede concluirse, ciertamente, que hubiesen reincorporado las masas de otros tiempos o que se hubiesen reconvertido en algo similar a lo que entonces se llamaba “la primavera árabe” o “los indignados”, por lo demás episodios luego fracasados en los propios países de origen.

A hoy, en cambio, el escenario político universal ha dado un viraje sustancial. Y no es, precisamente, a través de las marchas, ni siquiera a través de las redes sociales, como ello necesariamente se está presentando. Un fenómeno como el de Donald Trump, por ejemplo, no tiene mayor asidero en las circunstancias anteriores, pero sí ha puesto patas arriba la política norteamericana. Y esa es, justamente, una de las grandes incógnitas que gravitan en la actualidad sobre el devenir político de los Estados Unidos y la postura nacional frente a la inmigración. Lo mismo ocurre, a su vez, en Europa, donde la prolongación del terrorismo y la impotencia para enfrentarlo, tiene al continente en ascuas. Ya es un hecho visible que ello ha llevado a quitar y poner gobiernos o darle relevancia a uno u otro extremo del espectro político. Así ocurrió, hace un tiempo, cuando José María Aznar fue sucedido intempestivamente por José Luis Zapatero, en España, o los republicanos de George Bush fueron reemplazados por Barack Obama, en Estados Unidos. Lustros después de ello, ahora es aún más claro que el péndulo político va de uno a otro lado de acuerdo con la reacción primaria de la ciudadanía ante el terror del fundamentalismo islámico.

En Colombia, en tanto, los elementos terroristas han venido, por el contrario, cediendo frente a la primacía estatal y las conversaciones de paz que se adelantan con las guerrillas. Nadie dudaría, por ejemplo, que la tregua unilateral y simultánea entre el Estado y las Farc ha generado un espacio diferente, libre de la agresión despiadada contra la población civil, donde la sangría y la depredación van quedando atrás. Es un hecho que el Gobierno ha sido tímido en explicar los resultados concretos del proceso de paz, inclusive antes de la entrega de armas. Y el Eln tiene, prontamente, que entrar en el mismo sendero, so pena de quedarse en el anacronismo de la violencia y la infamia de los plagios.

El país, a no dudarlo, se encuentra en un punto de inflexión. Más pronto que tarde el proceso de paz, en sus dos frentes del Eln y las Farc, entrará en vías de resolución final. Es imposible seguir marchando contra el espíritu de los tiempos que, para Colombia, indica la apertura de un escenario despojado de violencia. Por eso, para que no se repita la dispersión que produjo el proceso de paz con el Epl, hace más de dos décadas y de lo cual nadie se acuerda, y que llevó al reciclaje de la violencia y el narcotráfico hasta hoy, como quedó demostrado con el paro armado de los Úsuga y que tuvo otra tenebrosa variable hasta muy recientemente en el Catatumbo, con alias “Megateo”, el país tiene que cerrar filas en torno de las autoridades y ellas impedir que, así como se deben prohijar marchas democráticas y legales, se pongan en operación paros armados del origen más espurio.

Cada día es más claro que, en vez de polarización, la nación reclama unidad frente a semejantes retos inauditos.