- 29 millones de hectáreas de bosques perdidas
- Colombia, un país víctima y victimario
Si partimos de la base de que la Amazonía es el “pulmón del mundo”, habría que decir que el planeta va rumbo a una deficiencia respiratoria severa. Pero no es esta una afección nueva o sorpresiva, como tampoco una enfermedad asintomática. Por el contrario, la humanidad en las últimas décadas ha sido alertada de los riesgos graves que implica la degradación progresiva del ecosistema más importante del globo, sin que por ello haya tomado los correctivos necesarios y urgentes para curar, o al menos controlar, el avance del mal. Incluso, como en aquellos casos en donde el paciente entra en un estado de negación de su cuadro médico y rechaza someterse al tratamiento indicado, en algunos países como Brasil el nuevo gobierno es acusado de tener una política regresiva en cuanto a la protección de la biodiversidad amazónica, con el fin de darle paso a una mayor expansión de la frontera agrícola, minería e incluso de la propia industria forestal.
El último informe sintomático de la degradación del ecosistema amazónico lo dio a conocer la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (Raisg), que es un consorcio de organizaciones de la sociedad civil de los países amazónicos orientado a la sostenibilidad socioambiental de la región, con apoyo de la cooperación internacional. Dicha red, a través del programa MapBiomas, presentó un mapeo completo y detallado de toda la Amazonía y la conclusión es impactante: entre los años 2000 y 2017 perdió un total de 29,5 millones de hectáreas de bosques nativos. Para hacerse una idea de la dimensión de esta tragedia ambiental, es una extensión parecida al territorio de un país como Ecuador. Además, el informe advirtió sobre un crecimiento por encima del 40 por ciento, en el mismo lapso, del área dedicada a la agricultura y la ganadería.
Como es apenas obvio la disminución del área selvática constituye una amenaza a la supervivencia misma de la humanidad, sobre todo en momentos en que los efectos del cambio climático son cada día más drásticos e irreversibles en todo el planeta, sin que los protocolos y acuerdos globales firmados para disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y erradicar las prácticas devastadoras del medio ambiente estén avanzando de forma sustancial.
La deforestación amazónica tiene múltiples causas, empezando por la tala ilegal de árboles, ganadería extensiva, ampliación desordenada y agresiva de la frontera agrícola, procesos de urbanización que afectan los ecosistemas boscosos e hídricos, cambios anti-técnicos en el uso y vocación del suelo, caza de animales, incendios forestales, cambios bruscos en la cosmovisión de algunos de los 400 pueblos indígenas que allí habitan, expansión de cultivos ilícitos y hasta la minería, ya sea informal o criminal. La misma Raisg denunciaba meses atrás, sobre este último aspecto, que la extracción ilegal de minerales se había convertido en una especie de epidemia, a tal punto que uno de sus mapeos identificó más de 2.300 minas clandestinas en seis países amazónicos, la mayoría en Venezuela y Brasil, pero también en Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú.
Volviendo al símil sobre la Amazonía como el “pulmón del mundo”, es apenas claro que preservar este órgano vital no es solo responsabilidad de los países del área. En realidad es tarea de todo el mundo -el resto del cuerpo planetario- colaborar en su preservación así como en la mitigación de efectos letales como el calentamiento global. Sin embargo, al decir de no pocos tratadistas, si bien hay herramientas creadas que permiten a las empresas y países que producen la mayor cantidad de gases contaminantes financiar el cuidado del bosque tropical y la cobertura vegetal en otras naciones, este mecanismo de desarrollo sostenible y de compensación todavía está subutilizado. Así las cosas, el principio de corresponsabilidad para cuidar el ecosistema amazónico continúa siendo una utopía.
La degradación de la Amazonía afecta directamente a Colombia que así como es una potencia mundial en biodiversidad también es uno de los países más vulnerables a los efectos del cambio climático. No en vano hoy la deforestación es una de las amenazas más graves que afronta la nación. Las estadísticas oficiales señalan que entre 2005 y 2015 se perdieron 1,5 millones de hectáreas de bosque y en los dos últimos años se deforestaron 178 mil y 219 mil hectáreas adicionales, respectivamente. La mayor parte de la pérdida de superficie boscosa se dio, precisamente, en los departamentos amazónicos.
Estamos, pues, ante un riesgo mundial alto. No en vano el próximo sínodo de obispos convocado por el papa Francisco tendrá como tema central “Amazonía: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”. Lastimosamente el mundo parece ser consciente de los riesgos que corre su principal “pulmón” pero no hace mucho para protegerlo del cáncer de la deforestación.