*Prolegómenos de paz
*En cincuenta años el mundo cambió
El acuerdo alcanzado en el tercer punto entre los delegados del presidente Juan Manuel Santos y los de las Farc en La Habana, mediante el cual se comprometen a abandonar el narcotráfico ha tenido resonancia local e internacional, puesto que desde cuando las Farc se comprometieron con todas las formas de lucha para propiciar la revolución, posiblemente en el año 1993 entraron de lleno en el jugoso negocio de los cultivos ilícitos y su exportación. La caída de la Cortina de Hierro en la Unión Soviética en 1991, y el estado agónico en lo económico del régimen del comandante Fidel Castro, determinaron entrar de lleno al negocio. Para financiar una guerra cada vez más costosa y sangrienta. El asunto contribuyó a fomentar las contradicciones internas de esa organización sediciosa; un periodista francés de izquierda en alguna de sus entrevistas con el Secretariado se mostró sorprendido y decepcionado al constatar cómo algunos de los comandantes ligados a los frentes involucrados con el comercio de drogas, a la par que portaban ametralladoras, en la muñeca aparecían con costosos relojes Rolex de oro, lo que daba muestras del efecto que había tenido el contacto con las mafias y los “revolucionarios”. El “canciller” Raúl Reyes cayó abatido en el Ecuador portando un Rolex, el cual, según, especulaciones de prensa, después le hicieron el cambiazo por uno falso.
Expertos calculan en US$ 2.500 millones los ingresos anuales de las Farc por cuenta del negocio ilícito... Se estima que las Farc manejan la mitad del negocio en Colombia, lo que hace más importante el acuerdo. Así estén involucrados en la minería ilegal que les reporta ingresos millonarios. El paso es fundamental para allanar el camino de la paz. Es tan importante el asunto que algunos afirman que ese debió ser el primer punto de acuerdo en la Agenda de la Negociación. El Nuevo Siglo plantea sobre el acuerdo en La Habana, que hay tres formas para entenderlo: “La primera es la inmediata, epidérmica y coyuntural”. Sostienen que “hay una utilización oportunista del proceso de paz”. “Se trata de darle un empujón trascendental a la campaña”. La segunda interpretación sostiene que se trata de “una jugada dilatoria de las Farc” pues se pudo cocinar hace meses y se da a conocer a unos días de las elecciones. La tercera sugestión, que corroboran las declaraciones de expertos de la ONU, señala que: ”el acuerdo sobre la forma de acabar con los problemas de la droga es, sin duda, el avance más importante que se ha logrado con las Farc en más de una decena de intentos de salida negociada en las últimas dos décadas”. El acuerdo contempla que se dejan de fumigar los cultivos ilícitos y la operación se hará manual, en Colombia; según cifras del Simce, se calcula en la actualidad están en producción 50.000 hectáreas de cultivos ilícitos.
Más allá de las negociaciones de La Habana, de las críticas de unos y el optimismo oficial, en tanto se avanza al acurdo final cabe preguntarse ¿cuál es el proyecto de las Farc? ¿Qué quieren las Farc? Fuera de unos cupos en el Congreso, la justicia transicional, el manejo de las zonas de reserva campesina y otros asuntos decisivos. Pues lo que se observa es que al sumergirse en la lucha armada y los negocios ilícitos se olvidó del proyecto utópico de los tiempos en los cuales se hablaba del paraíso cubano. Hoy no transmiten un mensaje que implique un cambio sustancial de ruta, ni un avance en cuanto el realismo político, a sabiendas de que en medio siglo el mundo ha cambiado y Colombia se ha trasformado, con la presencia de un poderoso colchón de clase media que no les camina a las aventuras revolucionarias sangrientas. Electoralmente los partidos afines a las Farc han fracasado. El maniqueísmo con el cual miden a la sociedad pasó de moda. La dictadura del proletariado no cabe en el mundo actual, puesto que las clases no son estáticas y existe una creciente movilidad social. No existen condiciones para tomarse el poder por las armas, reducidos a las madrigueras en la selva o refugios en el exterior. Los intentos autoritarios del populismo del siglo XXI, cuando llega al poder por medio del voto popular, no difieren de los métodos más ominosos de las viejas satrapías de distinto signo que apelan a la fuerza bruta, por lo que de manera inevitable tienden a cavar su propia tumba.