Los índices de drogadicción en Colombia son cada día más preocupantes, tal como lo evidencian los resultados del Estudio Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas en Población Escolar, realizado en Colombia, y varias de cuyas conclusiones fueron publicadas en nuestra edición dominical.
Por ejemplo, debería prender las alarmas el aumento de estudiantes de secundaria que han tenido contacto con estupefacientes. Según el estudio en cuestión, un 12,1 por ciento de los alumnos consultados, pertenecientes a grados desde el sexto hasta el undécimo, declaró haber consumido al menos una sustancia ilícita o de uso indebido, tal como la marihuana, cocaína, bazuco, éxtasis, heroína, alucinógenos, popper, dick y otros.
Se trata de un porcentaje bastante alto que evidencia, una vez más, que tanto las familias como el personal docente deben ser instruidos con mayor profundidad en la detección de las señales que podrían llevar a sospechar que un menor está consumiendo algún tipo de sustancia psicoactiva. Entre más tempranera sea esa señal de alarma, más posibilidades de rehabilitar al joven.
Y también debe llamar la atención de las autoridades el hecho de que un tercio de los estudiantes consultados haya admitido que les resultaría fácil conseguir marihuana u otras sustancias. Esto prueba que así como ya se lanzó el año pasado una ofensiva de alto espectro contra las llamadas “ollas del microtráfico” en todo el país, ahora el objetivo debe ser acabar en el corto lapso con esas “micro-ollas” que se ubican en sitios cercanos a las escuelas, colegios y universidades. Es claro que no se trata de una tarea fácil, pues estas redes de venta al menudeo de droga han logrado con el tiempo una alta capacidad para camuflar sus actividades ilícitas, acudiendo para ello no sólo a negocios de fachada sino a utilizar en forma masiva a menores de edad para transportar y entregar los estupefacientes (dada las restricciones para procesar penalmente a niños y niñas). También es sabido que los llamados ‘jíbaros’ prefieren moverse con pequeñas cantidades de droga, lo que les permite cobijarse bajo la no prohibición al porte de la dosis mínima de narcóticos.
Pero no sólo tiene que atacarse la facilidad con que los menores puedan tener acceso a la oferta de estupefacientes, sino que debe trabajarse con mayor ahínco en detectar a tiempo aquellos ‘caldos de cultivo’ en donde la drogadicción juvenil asoma rápidamente. Es sabido que la violencia intrafamiliar juega un papel cada vez más clave entre los factores de riesgo que pueden llevar a un estudiante a caer en las garras de la droga. Pero también crean situaciones de peligro otras situaciones menos traumáticas pero igualmente graves como la carencia de afecto, la mala comunicación entre padres e hijos, la falta de tiempo de los primeros para conocer las amistades y actividades por fuera de la casa de los segundos…
Se constituye, entonces, en un campanazo que, según las conclusiones del estudio en mención, la principal causa del consumo de drogas entre los jóvenes no sea la curiosidad como tal, sino las consecuencias de crecer en hogares disfuncionales.
Una situación que se complica aún más cuando se revisan las estadísticas en torno del número de delincuentes juveniles que cuando violaron la ley lo hicieron bajo los efectos de sustancias psicoactivas o simple y llanamente para conseguir dinero que les permitiera comprarlas.
Si bien se trata de un problema ya diagnosticado con amplitud, lo cierto es que el flagelo sigue creciendo peligrosamente. Es necesario, por tanto, ajustar los planes de reacción inmediata.