COMO se sabe el cuerpo humano está compuesto en sus dos terceras partes por agua, el agua es el líquido fundamental para la existencia y supervivencia de la especie. Sin el precioso líquido la humanidad y la vegetación desaparecerían. Al día es preciso consumir varios litros de agua para mantener el organismo sano. Los seres condenados a beber agua contaminada padecen numerosas enfermedades que deterioran de manera grave su salud; es preciso librar una lucha constante para descontaminar las aguas e impedir que se lancen basuras y químicos a los ríos y los mares. La multiplicación de las personas que se concentran por millones en las ciudades, determina que la lucha por defender el medio ambiente se convierta en un esfuerzo oficial y privado cotidiano, que busca mejorar la calidad de vida de la gente preservando las fuentes de agua de los ríos, que van a los acueductos y terminan siendo utilizadas por la población.
No basta defender la calidad del líquido, ni tomar medidas para evitar que en su trayecto se llene de desechos dañinos, se deben sembrar árboles en las zonas donde nacen las aguas y a lo largo del curso de los ríos. Con esa operación de siembra positiva se atraen las lluvias y se favorecen las áreas aledañas destruidas por el hombre, como sería el caso del río Magdalena. Para mejorar su caudal y navegabilidad, comenzar por arborizar las orillas a lo largo de su curso. Lo que se podría hacer con ayuda de las Fuerzas Armadas y los habitantes ribereños, en un gran proyecto cívico-militar.
El agua no es renovable, los humedales en donde ésta se concentra deben ser protegidos a toda costa, como cunas de diversidad biológica y de agua pura, de la cual no solamente vive el hombre, sino los animales y las especies vegetales de los cuales dependemos para subsistir. Los expertos consideran que los humedales, entre sus muchas virtudes, son depósitos valiosísimos de material genético vegetal. La gente tiende a creer que el agua es inagotable, que al llover se renueva y resulta que por efecto de la minería, de la tala indiscriminada de árboles, de la expansión de las ciudades y la construcción de vías, se destruye casi que a diario parte de sectores preciosos en los cuales se encuentran los humedales, así como la capa vegetal. En algunas sociedades se penalizan los atentados contra el ecosistema, puesto que es un crimen irreparable contra la especie.
En la actualidad, en varias regiones del planeta existen zonas en donde los humedales y las fuentes de agua, así como los ríos han desaparecido. Lo que no es nuevo, se especula que los primitivos habitantes de las tribus de lo que hoy es Guatemala, que dejaron impresionantes monumentos y vestigios de una cultura superior, desaparecieron o se desplazaron siglos antes de la llegada de los españoles, por las sequías que degradaron el medio ambiente. Y en Colombia han desaparecido numerosos y valiosos humedales y ríos, por cuenta de la acción depredadora de mineros y elementos ignorantes e irresponsables. Bogotá está construida sobre uno de los puntos con mejor capa vegetal del país, por donde aún cruzan aguas subterráneas a 2.600 kilómetros del nivel del mar. Lo que ni los muiscas que eran pocos para el espacio que ocupaban, ni los españoles fundadores de ciudades, calcularon nunca que un día serían más de 8 millones de seres extendiéndose por su superficie, ni que para nuestra supervivencia es preciso traer el agua que se consume desde lugares a cientos y cientos de kilómetros. Y como las ciudades son las que más consumen agua y más contaminan tenemos la obligación vital de preservarla y hacer algo por el ecosistema.
El problema es que no basta defender el medio ambiente, ni advertir que se calcula que en el futuro el líquido más caro, ya lo es en algunas regiones, será el agua. Al mismo tiempo debemos explotar los recursos mineros, para obtener los fondos que requiere la supervivencia material de la sociedad. El principal ingreso del Estado lo producen los impuestos a la explotación de crudo y de otros minerales. Sin los cuales no se podría dar ayuda a los desplazados y distribuir recursos a los distintos sectores de la sociedad, ni casas regaladas, con sectores productivos en apuros afectados por la economía nativa o por cuenta de la competencia internacional.
La política socioeconómica del presidente Juan Manuel Santos se concentra en gran medida en armonizar las prioridades de la locomotora minera y con la defensa ambiental, objetivos que a primera vista parecen estar en contravía, pero que necesariamente son concomitantes, así parezca que tienen fines absolutamente inconciliables. Por eso, dispuso que el ministro de Minas Federico Rengifo, y el de Ambiente, Juan Gabriel Uribe, con sus equipos de trabajo se entendieran y limaran asperezas, con miras al desarrollo del país y el bienestar general. El país ha otorgado millares de títulos mineros, de los cuales una mínima parte cumple sus funciones, en tanto la actividad depredadora clandestina se extiende como plaga por el país; no solamente con grupos pequeños de mineros, en algunos casos cuentan con maquinaria pesada y los protegen grupos ilegales armados. Para defender el medio ambiente el ministro Juan Gabriel Uribe dispuso hace poco que se preservaran 12 millones de hectáreas. A la vez que defiende con ardor la reserva de Seaflower en la zona colombiana que por un fallo inicuo Nicaragua amenaza, así como otras zonas de reserva estratégica Y, en la actualidad, con su colega de Minas, Federico Rengifo, avalan el pacto que prohíbe la explotación minera en zonas explosivas como Santurbán, donde la codicia por el oro amenaza las fuentes de agua de Bucaramanga. El Gobierno, con la finalidad de preservar el hábitat, ha creado las zonas de reservas naturales temporales, unos 10 millones de hectáreas. Constituye el gran aporte de la política oficial que los ministros de Minas y Ambiente avancen en un mismo sentido, con nuevos procedimientos para expedir títulos mineros, en tanto se definen otras zonas en las que se preservará en el futuro el medio ambiente.