* Cambio climático, amenaza creciente
* El pecado original del pacto de 2015
La próxima semana se cumplirán cinco años de la firma del Acuerdo de París, que en su momento fue calificado como el pacto de lucha contra el cambio climático más ambicioso de las últimas décadas. Se recuerda, incluso, que no pocos analistas lo consideraron como el consenso más importante a que había llegado la comunidad internacional en mucho tiempo, por encima incluso de muchos tratados y convenciones en materia de derechos humanos y combate a muchos flagelos.
Sin embargo, desde ese mismo diciembre de 2015 algunas voces alertaban que el convenio global para contrarrestar el calentamiento global nacía con pronóstico reservado toda vez que los compromisos y las metas nacionales para limitar la emisión de los Gases de Efecto Invernadero (GEI) dependían de la voluntad de los gobiernos de turno en cada país, sin ser por lo tanto de obligatorio cumplimiento y menos estar sujetos a un principio de exigibilidad como tampoco a la posibilidad de sanciones a las naciones que por distintas circunstancias no fueran eficientes en la consecución de sus respectivos objetivos.
De hecho, uno de los análisis que más eco tuvo alrededor de cuál podría ser la efectividad del Acuerdo de París fue el referido a que el papel de la Organización de Naciones Unidas (ONU) terminaría siendo, en la práctica, muy limitado. No tenía “dientes” para forzar que los gobiernos cumplieran sus compromisos de reducción de las emisiones de gases contaminantes y adoptaran políticas transversales de desarrollo sostenible y producción limpia. Incluso no faltaron los sectores que advirtieron que no se avanzaba mucho en cuanto a lo que pasó con el Protocolo de Kioto, cuyas directrices sobre la urgente necesidad de limitar el aumento de la temperatura planetaria no eran acatadas por buena parte de la comunidad internacional.
Un quinquenio después de la entrada en vigor del Acuerdo de París pareciera que esa visión pesimista de 2015 terminó confirmándose. Es más, hay quienes sostienen que incluso hubo un retroceso en la medida en que distintos gobiernos no solo se opusieron a cumplir el cronograma de reducción de los GEI sino que, aún más complicado, abrieron un debate de alto calado, con aristas políticas, económicas y científicas, en torno a si el calentamiento global realmente es una consecuencia de la actividad del hombre (por lo tanto reversible) o es un fenómeno natural.
¿Ha funcionado el Acuerdo de París? Esa es la pregunta más difícil de responder en estos momentos. Hay múltiples debates al respecto así como estudios de expertos que se contradicen en sus conclusiones. Sin embargo, la visión pesimista es la que parece estar imperando. Ayer, por ejemplo, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) dio a conocer su nuevo informe, según el cual en el 2019, y por tercer año consecutivo, las emisiones mundiales de GEI volvieron a aumentar y se situaron en un máximo histórico.
De acuerdo con el reporte, si bien por efecto de las cuarentenas y la parálisis productiva derivadas de las medidas para trata de contener la pandemia del Covid-19, se ralentizó temporalmente la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera en este 2020, el mundo todavía está en camino a un aumento catastrófico de temperatura superior a los 3 grados centígrados sobre los niveles preindustriales para este siglo. Las cifras son contundentes: desde el 2010 las emisiones de gases que causan el calentamiento global han registrado un crecimiento promedio anual del 1,3%. En 2019, el aumento fue más pronunciado y llegó a un 2,6% debido al gran aumento de incendios forestales.
De acuerdo con la agencia de la ONU para que el calentamiento se estabilice -por lo menos- es imprescindible reducir desde ya las emisiones de dióxido de carbono con vistas a llegar a neutralizarlas por completo, con metas claras a 2030, 2040 y 2050. Si se continúa por la ruta que hoy se transita, en pocos años las consecuencias del aumento de las temperaturas serán sencillamente catastróficas.
Como muchas veces lo hemos reiterado en estas páginas: si bien todos los países tienen su cuota de responsabilidad en la lucha contra este fenómeno, mientras que las grandes potencias, que son las mayores emisoras de GEI, no se comprometan a fondo en el cumplimiento efectivo de sus compromisos de lucha contra el cambio climático, lo esfuerzos del resto de las naciones no tendrán mayor efecto.
Ojalá los análisis que están programados para la próxima semana sobre lo que ha sido esta primera etapa de aplicación del Acuerdo de París vayan más allá de las reiteradas y ya desgastadas alertas sobre el bajo nivel de cumplimiento. Lamentablemente parece que quienes hace cinco años advirtieron que mientras el pacto contra el calentamiento global no sea exigible a cada nación y se abra paso a las sanciones a quienes dilaten la restricción de los GEI, la humanidad seguirá enrutada a un futuro casi suicida en pocas décadas.