El Rey y el golpe de febrero
El sentido de la unidad
La noticia cayó como una bomba, el rey Juan Carlos I de Borbón abdica el trono de España. Hace un par de décadas tuvimos la oportunidad de hablar a solas con él sin protocolo, lo que nos permitió conocer de su calidad humana, afabilidad y cierto buen humor. Un aristócrata que ha dedicado su vida al servicio de España, al que en diversos escritos por estos años han tratado de enlodar politiqueros y escritorzuelos que viven del escándalo y el afán de injuriar e irrespetar de manera irresponsable a las personalidades notables. Uno de los temas recurrentes para ensuciar la imagen del Rey suele ser el del resonante golpe del 13 de febrero de 1981 del coronel Antonio Tejero, que conmocionó al mundo en cuanto el asalto al Parlamento se transmitió en vivo, con una cámara de televisión que dejó prendida y bien enfocada uno de los camarógrafos que fue obligado a tirarse al suelo, junto con la mayoría de diputados. Se dice que el general Alfonso Armada, quien desde los años cincuenta era el secretario de la Casa del Príncipe Juan Carlos y cuando lo coronaron, pasa a ser el secretario general de la Casa Real, estaba metido hasta el cuello en el golpe militar, en un proyecto en el que ambos serían cruciales gestores, junto con varios generales y políticos.
Esa ha sido una de las fábulas con las que se ha pretendido desvirtuar el hecho inequívoco, en cuanto es una verdad de a puño que si el rey Juan Carlos hubiese estado involucrado en el golpe todas las tropas, casi sin excepción, le habrían acompañado en la empresa y una gran parte de la población. La popularidad del Rey y de la monarquía era inmensa en ese entonces, en medio de una gran desconfianza por la democracia y la posibilidad de que una izquierda revanchista llegara al poder y se desbordara. Lo que justificaba un régimen militar, en tanto se preparaba mejor a la población para la transición democrática. Quien se opuso a la salida militar y abortó el golpe fue el rey Juan Carlos, cuya inclinación por una monarquía constitucional le llevó a descalificar al general Armada y los conjurados, para reforzar el avance político en democracia del país.
No es razonable pensar que el Rey se embarcara en un golpe militar en el cual estaban involucrados los socialistas, según se divulgó, trama de cuyos vínculos contradictorios no estaba enterado el coronel Tejero, anticomunista visceral, por lo que se negó a consagrar como jefe de Estado al general Armada, según se especula después de abortado el pronunciamiento. Lo que, supuestamente, cuando se entera influye en el Rey para contribuir de manera decisiva a conjurar el golpe.
Lo cierto es que Juan Carlos, nunca habría apoyado una fórmula golpista tan absurda que hubiera minado el prestigio de la monarquía, cuando es evidente su lealtad al sistema democrático. Y todos sus actos en su largo reinado han demostrado su apego a la legalidad y los rituales de la democracia, cuyas hondas convicciones a favor del gobierno representativo no se alteran si el gobierno es de centro, de derecha o de izquierda, puesto que entiende su papel como elemento esencial de la unidad de España por encima de los vaivenes de la política partidista. La monarquía española es fundamental para garantizar la unidad de la Nación, más allá del regionalismo, del partidismo y de las tendencias disolventes y anárquicas que en tiempos de crisis económica afloran con fuerza peligrosa.
El reinado de Juan Carlos I ha sido uno de los más fecundos, pocas testas coronadas han gozado del cariño y la solidaridad popular. Sucedió a su padre cuando éste aún aspiraba a la Corona, llegó bajo la tutela del generalísimo Francisco Franco, quien había capturado el poder con el derecho de la espada y se impuso durante una terrible guerra civil en la que cruzaron armas los bandos extremos del fascismo de Mussolini, el nazismo de Hitler y sus antagonistas partidarios del estalinismo que, desde Moscú, apoyaban a los rojos. España fue entonces el laboratorio de guerra de esas dos grandes fuerzas antagónicas que deriva en la II Guerra Mundial. El crudelísimo desenlace de esos hechos terribles inclinaron aún más a Juan Carlos por la democracia, la defensa de las instituciones y el respeto por los actores de la política de su país, por sus tradiciones y religión. Nunca se olvidará que tuvo el coraje de decirle al comandante Chávez: ¡Por qué no te callas!