* El binomio Nixon Kissinger
* La fuerza moral de la prensa
Se cumplen 40 años del escándalo del Watergate, el 17 de junio de 1972, cuando dos jóvenes periodistas de The Washington Post, publican un informe sobre el asalto nocturno a la sede del Partido Demócrata. El incidente parecía tener que ver con el aparente objetivo de conocer los planes confidenciales de campaña de esa agrupación política. El informe del diario lo firman dos periodistas locales que se convertirán pronto en estrellas internacionales, Bob Woodward y Carl Bernstein. El asunto no parecía tener mucha importancia en los inicios, podía tratarse de un hecho aislado, incluso de una trampa o la acción por iniciativa propia de activistas irresponsables de segunda fila. Pronto la información va tomando cuerpo y el grueso público se interesa en lo que ya tiende a ser como un tumor maligno en el sistema y en las tensas relaciones del gobierno con la oposición. Los informes de los periodistas en sus diversas entregas semejan una novela policíaca, se filtra que entre las fuentes se encuentra un delator que se mueve como pez en el agua en las altas esferas oficiales, al que pronto se le conoce como “garganta profunda”. Algunos dudan de su existencia y tratan de negar la veracidad de sus desestabilizadores datos. Pronto los hechos corroboran que la fuente de los periodistas existe y no quiere correr riesgos, prefiere encuentros nocturnos furtivos y nocturnos con Bob Woodward, propios de un agente del FBI, en estacionamientos subterráneos para suministrar información.
Los medios de comunicación se encadenan con The Washington Post, no solamente en los Estados Unidos, las noticias sobre el tenebroso asunto aparecen en las primeras páginas de casi todos los diarios del planeta. Personas de distintas latitudes quieren saber qué ocurre en las venas gangrenadas de esa potencia mundial y su sistema democrático. El prestigio de Richard Nixon está muy en alto por sus notables éxitos en política exterior. Suele reunirse con los jefes de Estado de diversas naciones y su juicio, su fama de sagaz ajedrecista de la política se consagra al formar el famoso binomio con Henry Kissinger, el prestigioso e inteligente catedrático nacido en Alemania y nacionalizado estadounidense, quien redimensiona la política exterior de la gran potencia. Kissinger, ya como Secretario de Estado no acepta de ninguna manera la ruptura norte-sur como una muralla invisible e insalvable. Considera, con Nixon, que se debe romper el hielo con los chinos, país gobernado con puño de hierro por Mao y que percibe como una de las grandes potencias del futuro. Plantea un trato más flexible con la Unión Soviética y un mayor pragmatismo en la política exterior. Los análisis sobre la situación internacional y los gobernantes del mundo que hace Kissinger suelen ser tan precisos y casi premonitorios que Nixon no se mueve en las arenas movedizas internacionales sin consultarlo.
Lo que no tenía en mente el prestigioso diplomático es que su jefe se valiese de un equipo de aventureros cubanos delirantes e inescrupulosos para irrumpir clandestinamente en la sede del Partido Demócrata, un acto a todas luces peligroso, innecesario, que se devolvería como un bumerán contra el gobernante. Tampoco, estaba el diplomático en antecedentes de la manía en la Casa Blanca de grabar conversaciones del Presidente en el afán de perpetuar su memoria y facilitar la tarea a los biógrafos sobre su gestión de gobierno. Ni Nixon ni Kissinger sospecharon que al cruzar la frontera de la decencia política se produjera una reacción conjunta de los anticuerpos del sistema democrático del país, cuna de la democracia electoral en Occidente.
Así que uno de los presidentes más poderosos de la historia estadounidense, de improviso se ve contra las cuerdas, acosado por los informes de dos periodistas insobornables, con talento y dotes narrativas excepcionales. El cuidado meticuloso en la información, limpia y con raros adjetivos, muestra un profesionalismo que seduce a las masas. En esos momentos lo que decía The Washington Post se convierte en la biblia política de la opinión. La gravedad de la información que manejan los periodistas y el esmero como presentan los hechos suscitan la confianza de las masas. Lo cual se traduce en una profunda reacción de los anticuerpos del sistema democrático que se moviliza en todas las esferas sociales y en una sola voz exige la renuncia del gobernante, que al ver que la tierra se abre a sus pies, termina por aceptar el descalabro y busca un sucesor con apellido de automóvil que le garantiza el perdón, así tenga que sobrevivir el resto de su días en la amargura de haber perdido el poder por ordenar una ilícita misión de espionaje contraria a la dignidad presidencial y el respeto por las reglas de juego de la democracia.