* El virus que desafió a la humanidad
* Los antídotos del mundo contemporáneo
Ya llueven, al final de este año bisiesto, todo tipo de calificativos para definir este 2020 que desnudó las facetas más inverosímiles de un mundo absorto, débil e impotente. Doce meses que, como se desarrolla en esta edición especial, han estado signados por la impronta de la enfermedad y la muerte, el miedo y la honda crisis económica y social para recordarnos la fragilidad humana. Y demostrarnos, como diría Kundera, la eterna levedad del ser.
No fue entonces aquello que de una u otra manera había caracterizado el último siglo, en la guerra, el motivo de la angustia y desconcierto. Fue, por el contrario, un enemigo microscópico y letal llamado coronavirus el que se tomó por asalto a la humanidad entera, sin distingos. Desde que el 31 de diciembre de 2019 la China publicó una pequeña nota electrónica, anunciando que en una de sus provincias había aparecido una nueva y extraña enfermedad al parecer causada por alguna especie de murciélago, se dio la alerta. Que por demás y en principio no fue tenida muy en cuenta, pero que a poco cobraba contagios innumerables y miles y miles de decesos a raíz de la globalización vertiginosa.
De este modo, el orbe quedó notificado de que se cernía una amenaza indescifrable. Pese a que algunos de los más altos dirigentes mundiales calificaron inicialmente el asunto de “gripita” no pasó mucho tiempo en demostrarse como una patología devastadora. Y lo más grave, sin tratamiento ni inmunidad y apenas atenuada con respiradores artificiales. Además, no siempre eficaces, dependiendo del paciente y pronto agotados los aparatos en los hospitales.
De hecho, a comienzos de año cada país publicó la cifra colosal de muertes a que se podría llegar una vez declarada la pandemia. No había duda: el mundo se encontraba inmerso en una hecatombe sorpresiva, al tiempo que prosperaba la amenaza del colapso hospitalario mientras el virus se desdoblaba en Europa, de allí a Estados Unidos y posteriormente a América Latina y África.
Frente a ello se regresó a las vernáculas políticas del imperio romano y la Edad Media ante casos similares: las cuarentenas. Literalmente todo el mundo quedó encerrado en casa como en épocas inmemoriales. Para el caso, basta con recordar la imagen solitaria del papa Francisco, orando en la plaza de San Pedro mientras diluviaba en Roma. De una parte, la melancolía abrumadora y de otra la convocación inspirativa de la fuerza espiritual.
Por entonces también se trajo a cuento un dato olvidado: que justo cien años antes una infección parecida a la del Covid-19, mal llamada gripa española, había cobrado millones de víctimas fatales.
Ante el encierro generalizado, vino la crisis económica y el impacto social catastrófico: desempleo, quiebra y desasosiego. Por lo cual hubo de cambiarse las cuarentenas por el aislamiento individual, con alternativas de bioseguridad y el uso del tapabocas, reabriendo las economías. ¿Pudo ser así desde el principio?: arriesgado contestarlo. La idea automática, con réplica de la China, siempre fue contrarrestar la velocidad virológica antes que tomar las medidas de protección y rigurosa disciplina social que después se formularon en el espacio público.
En todo caso, al final del año el luto campeaba en el planeta, con más de 65 millones de contagiados y 1,5 millones de fallecidos. Es posible que esa cifra este hoy lejos de la originalmente presupuestada, ni que tampoco haya llegado al umbral de otras epidemias más prolongadas y menos al índice de las dos guerras mundiales, pero con la transmisión de la información en tiempo real y el acopio estadístico inmediato las repercusiones han sido casi casi idénticas.
Aun así, estaría incompleto el análisis del 2020 sin otear la otra cara de la moneda. Efectivamente, ha sido este el año en que la humanidad se soportó en los inventos que venían en curso y que fueron, de algún modo, la tabla de salvación cotidiana. Resultados del progreso y la tecnología, como el teletrabajo, la telemedicina y la teleeducación, entre otros, permitieron sortear lo que ha podido ser un cataclismo todavía mayor y cuya proyección tecnológica, seguramente ajustada, es irreversible. No se trata, claro está, de lo que mal denominan la “nueva normalidad”. Consiste en que el planeta pudo tener insumos para, mal que bien, mantener el ser social aristotélico que define al prójimo en la tierra. Desde luego, jamás podrá suplantarse el contacto físico y la conexión directa por la digitalización y la virtualidad, ¿pero que habría sido de esta emergencia global de no haber tenido esas posibilidades a la mano?
No en vano, asimismo, los científicos lograron lo que era impensable en tan corto tiempo: la identificación genómica del virus. Y con ello, todavía más, las universidades y los laboratorios pudieron tener una vacuna en el muy improbable término de meses. Eso también hace parte del 2020. Porque no solo ha sido el trágico reto del coronavirus, sino la capacidad de respuesta.
Colombia, por su parte, ha sufrido un golpe inconmensurable en sus
1,3 millones de contagios y 37 mil fallecidos. Son los últimos víctimas irremplazables, por los cuales hace falta una gran oración mancomunada. Y, como en el mundo, el declive económico y la crisis social ha impactado al país con dureza. Pero en la otra cara de la moneda, por igual y por fortuna, se ha contado con un gobierno técnico y sereno en vez de la manía ideologizante que copa buena parte del espectro político. Bajo esa perspectiva, no solo pudo superarse el eventual colapso hospitalario y posteriormente avanzar en los mecanismos de adquisición de la vacuna, con miras al 2021, sino que tal vez haya sido el gobierno de mayor respuesta en lo social en la historia colombiana. Varios de los programas, en efecto, han sido decretados para quedarse. En paralelo es menester exaltar el esfuerzo descomunal realizado por el sector de la salud en todos sus componentes y, en la misma medida, no desestimar lo que muchos pensaron que jamás tendría la población colombiana: disciplina.
Por supuesto, el mundo sigue andando en arena movediza, con rebrotes continuos, y es mucho lo que falta para el cierre de semejante hecatombe. El 2020 ha obligado a repensarnos y no habrá esperanza si no recordamos, una y otra vez, las lecciones: rigor, empatía y fraternidad.
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