- Acuerdo de paz, ¿botín de presidenciables?
- País urge acciones en otros flancos urgentes
Ahora resulta, según dicen a diestra y siniestra los interesados, que la campaña presidencial debe tener como base el proceso de paz con las Farc. Semejante ocurrencia no puede estar sino en cabeza de quienes, desde el principio, vieron en esas conversaciones la plataforma adecuada y precisa para poder sentar las bases de sus ambiciones presidenciales hacia el futuro. Lamentable, desde luego, porque nadie, nunca, pensó que se iba a proceder en ese sentido cuando el objeto era, única y exclusivamente, la desactivación de los remanentes guerrilleros luego de su caída en picada a partir de las operaciones de la Fuerza Pública y la paulatina consolidación territorial. Ya por entonces, cuando se abrieron los diálogos, se habían recuperado las carreteras, el secuestro estaba prácticamente proscrito gracias a la acción de las autoridades, los índices de homicidio habían bajado considerablemente y la guerrilla se había replegado a la periferia del país, después de las bajas de los jefes principales (incluso varios de los secundarios) y el cerco sobre los demás. Solo vendría, como lo dijo entonces el propio Presidente, una negociación de meses.
No fue así, contradiciendo esas declaraciones, porque una vez sentados fue “punto de honor” de los guerrilleros alargar las conversaciones lo más que pudieron, a fin de desvanecer el descalabro militar por el que pasaban y al mismo tiempo jugar con la premura presidencial a objeto de situarse favorablemente en las negociaciones. Pero desde el mismo comienzo las propias Farc habían dicho que entregarían las armas y que el salto a la política era una decisión tomada desde antes de los diálogos secretos. De hecho, la agenda particular entre el gobierno Santos y la guerrilla se fundamentó en el “fin del conflicto”. Todo ello pudo adelantarse con mayor agilidad pues nada de lo negociado suponía, vistos los resultados finales, un trámite tan largo. No obstante, y pese al tiempo que se llevó la negociación, el proceso quedó en obra gris y todavía hoy quedan cláusulas en vilo, una de ellas la justicia transicional, susceptible de modificaciones según última sentencia de la Corte Constitucional, de suerte que lo pactado dejó de tener el carácter intangible y omnímodo prescrito inicialmente.
Fuere lo que sea, basta con medir la temperatura política del país, bien por vía de las encuestas, bien por vía de la conversación directa, para darse cuenta de que la nación está saturada del proceso de paz, con casi siete años de reflectores encima, y de que hace tiempo se debió pasar la página para ocuparse de la agenda nacional. De haberse terminado la transacción guerrillera en un plazo razonable hace años el gobierno hubiera podido actuar sobre otros flancos de suma urgencia. Pero, en realidad, el proceso se tomó casi la totalidad del doble-mandato de Santos e incluso se volvió una obsesión, no tan grave por ella misma, sino por excluir los demás temas de interés sustancial y prioritario para los colombianos, especialmente luego de la reelección. Ahora, los candidatos provenientes de la negociación o quienes pretenden sacar réditos políticos de lo hecho, quieren mantener al país en el statu quo y bloquear la vocación de futuro por fuera de las cláusulas habaneras.
Nadie duda, claro está, de que esa es una tabla de salvación como presentación política. Y está bien, si aquella es la única propuesta en la que ellos quieren anclarse, aunque nunca se pensó, como se dijo, que el proceso de paz fuera una mera plataforma proselitista. El problema, sin embargo, está en que parecerían estar actuando contra un fantasma como si quienes no piensan igual que ellos vinieran a arrasar, en caso de ganar las próximas elecciones, con un proceso ya con las armas a buen recaudo. Será porque toman en serio aquella declaración aislada y rectificada de inmediato por el mismo jefe del Centro Democrático, y también sus voceros preponderantes y precandidatos, según la cual había que volver “trizas” el acuerdo. No. De lo que se trata, como quedó pendiente desde el resultado del plebiscito, es de ajustar lo que sea pertinente y acorde con la Constitución y la voluntad popular. Y también de copar debidamente las áreas dejadas, de combatir las cada vez más fortalecidas disidencias de las Farc y de revertir el apogeo de los cultivos ilícitos y la comercialización de la cocaína en auge, desde 2013 hasta hoy, cuando se cambió intempestivamente toda la estrategia al respecto.
El país, por el contrario, lo que quiere es que le den respuesta a sus necesidades inmediatas y generales, como la salud y la educación, según se refleja en los sondeos. Y existe un consenso general en torno a que buena parte de la atención debe dedicarse a la debacle de la economía.
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