Al margen de toda discusión, la semana del 20 al 24 de julio de este azaroso 2020 ha traído un importante acuerdo en Europa, no obstante, las agudas tensiones y añejos desencuentros entre los representantes. Álgidas discusiones habrían alcanzado cúspides tempestuosas como parte de confrontaciones y negociaciones recurrentes. El tema, como ha sido ampliamente divulgado por la prensa internacional, se ha centrado en el paquete de préstamos y fondos de apalancamiento, por parte del Consejo y la Comisión Europea.
Con cierta tranquilidad, se puede afirmar que se ha llegado a un acuerdo integrador, gracias al esfuerzo, las convicciones, la visualización del momento y perspectiva histórica, además de la pragmática consideración de costos de oportunidad. Ello se ha debido a la labor de los equipos técnicos y políticos de Europa.
La toma de decisiones se proyecta en función del rescate del espíritu de integración e inclusión de sociedad y mercados. Elementos que ya se habían delineado en la Declaración Schuman, denominada así en reconocimiento a su autor: el canciller francés Robert Schuman, quién la dio a conocer en lo que sería el primer Día de Europa, aquel ya lejano 9 de mayo de 1950.
La esperanza indiscutiblemente se mantiene en Europa. Algo alentador en medio de este mundo que no está exento de amenazas, incluyendo las que engendran populismos, incluyendo el acecho de anacrónicos nacionalismos en la misma Europa.
En la condición europea, producto del acuerdo, están ahora en juego 750,000 millones de euros en pro del manejo de la contingencia y la reactivación del Viejo Continente. Al respecto se ha tenido la conformación de lo que han sido cuatro bloques de países.
En primer lugar, los “del norte” encabezados por Dinamarca, Suecia, Países Bajos y Bélgica quienes se inclinaban por el hecho de que el apalancamiento financiero se basara más en préstamos que en ayuda no reembolsable -o bien con reembolsos de contingencia-. Se trata del denominado “grupo frugal o austero”.
Además de este primer grupo, en el otro extremo, se encontraban los países más golpeados por la pandemia, específicamente Italia y España, y hasta cierto punto Grecia y Portugal. La posición aquí se inclinaba por fondos de reembolsos de contingencia o apalancamientos de subsidiaridad. Este era el segundo grupo, “los del sur”.
Un tercer conjunto de países estaba constituido por las naciones proponentes del plan estratégico de contingencia y reactivación. Aquí se tiene a dos locomotoras económicas en Europa: Francia y Alemania.
Precisamente los dos países que originaron el esfuerzo de cooperación medular de la Unión Europea. Nótese que son las dos naciones cuyas discrepancias, dirimidas en sangrientos y prolongados conflictos, provocaron -entre otros factores- la primera y segunda guerras mundiales; 1914-1919; y 1939-1945, respectivamente.
Un cuarto grupo de países ha estado compuesto por las restantes naciones que terminan constituyendo la Unión. Se trata de aquellos entre quienes se incluyen exintegrantes de la esfera soviética y de Europa Central. Tienen peso en las decisiones, aunque se reconoce que las mayores diferencias se centraban entre los “austeros” y “los del sur”.
Ahora, finalizada esta decisiva semana de negociaciones y sabiendo que se lograron acuerdos -que implicaron esfuerzos agotadores terminados en la madrugada del miércoles 22- se tienen resultados que fueron específicos para cada uno de los países. Se incluyeron a todos ellos, pero con montos delimitados, no igualitarios. Además, la combinación entre préstamos y apalancamiento estuvo también diferenciada. Entre un 56 y 68 por ciento de apalancamiento, fueron dirigidos a los Estados del segundo grupo, los más necesitados.
Nótese una primera gran lección: los esfuerzos de la Unión Europea se encaminan dentro de una perspectiva de formulación de política pública que tiene dos elementos clave: (i) es una propuesta integradora, comprehensiva; y (ii) tiene el rasgo de políticas de Estado coordinadas con sentido estratégico. Como producto de esto último se ha formulado la proyección de buscar efectos multiplicadores tan sostenibles como inclusivos.
Una segunda lección: los resultados han sido fruto de consensos. Consensos producto de diálogos reflexivos y constructivos que permiten sentido de apropiación entre los participantes. De allí que los resultados sean más equitativos. Entendiendo aquí a la equidad como el trato justo de las diferencias.
No se trata de igualdad niveladora, de generalizaciones uniformes. Se trata de reconocer que los requerimientos de los Estados son diferentes en función de demandas coyunturales -impactos de la pandemia- así como de factores más permanentes. Entre estos últimos se incluirían rasgos de organización y funcionamiento de instituciones, además de caracterización de grupos poblacionales.
Por supuesto que quedan aspectos debatibles. Componentes para estudiar, dado incluso, los riesgos que conllevan. Uno de ellos es el fortalecimiento del papel del Banco Central Europeo como banco de desarrollo de la Unión, de ente regulador de políticas cambiarias y monetarias, así como el ser la entidad financiera que actúe como prestamista de última instancia, como ente que coadyuve a la estabilidad de las balanzas de pagos.
El acuerdo logrado posibilita que los esfuerzos del más importante tratado de integración mundial, se encaminen en función de sistemas sociales inclusivos y de sustentabilidad productiva. Es un logro de esperanza. Esperanza, que como puntualizaba Vaclav Havel (1936-2011) “no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tendrá permanentemente sentido, más allá de los resultados”.