Por Giovanni E. Reyes
SE trata de oportunidades que siempre están allí presentes. Pero en particular en este tiempo de Navidad y de fin de año es más probable que estemos especialmente dispuestos a pensar en la renovación, en el replanteamiento de nuestras acciones, de pensamientos y de actitudes. Procesos que puedan redundar en la potencial contribución que podemos hacer hacia nuestra sociedad y nuestros semejantes.
Es tiempo del justo compartir con la familia, con los amigos, con los allegados. Pero, es también, tiempo para la solidaridad con nuestros hermanos alejados; para sentir que podemos tratar de aliviar realidades adversas, tragedias sin descensos. Hechos devastadores y evitables. Que son artificialmente provocados, o que para su control se requiere de voluntad, de voluntad política; se requiere en suma, de extender la mano.
Pienso, al reflexionar sobre esto, en las tragedias olvidadas. Para mencionar sólo dos: (i) el inacabado y mortal problema del ébola; y (ii) las miserias y las muertes, que deja como herencia recurrente, la situación en Siria.
En el primero de los casos, el del ébola, el más reciente balance entregado por la Organización Mundial de la Salud señala que van 7.693 muertos por esta epidemia, lo que ha sido, desde 1976, la más devastadora presencia del virus. Tienen evidencia plena, los daños económicos, sociales y de repercusión en la capacidad institucional de países que son el núcleo de la infección –Guinea, Liberia y Sierra Leona. Las pérdidas son cuantiosas, con disminuciones en inversión en las economías y pérdida de empleos.
Pero también las amenazas de muerte directa se sienten a otras naciones que por ahora tienen víctimas en la periferia: Nigeria, Senegal y Malí, en el corazón del África Sahariana.
La Organización Mundial de la Salud y organismos de salubridad de África sostienen que las infecciones totalizarían unos 18,600 casos y que las tasas de nuevas víctimas portadoras del virus, estarían avanzado a razón de al menos entre 1,500 y 2,000 nuevos casos por semana.
Recuerdo el caso de una enfermera española que afortunadamente superó la enfermedad. Cuando estaba en tratamiento y como medidas preventiva, en el sentido de evitar riesgo de animales portadores, se sacrificó a su perro.
Este hecho sí se abrió espacio en los titulares de la prensa ibérica, y provocó el debate, por momentos enardecido, entre intelectuales españoles. De ninguna manera es de festejos tener que sacrificar una mascota. Pero el tratamiento de la noticia contrastó con el que tuvo la mortandad del ébola entre pobres africanos pobres en ese entonces; contrasta con el silencio que el ébola también provoca ahora.
Otro tanto puede decirse de la tragedia que conlleva el sangriento enfrentamiento en Siria. Según un reporte del 22 de diciembre de Amnistía Internacional, Capítulo España, más de 200,000 personas han muerto en el conflicto, desde abril de 2011.
Casi 10 millones de personas –que equivalen a la mitad de la población total de Siria- han tenido que abandonar todas sus pertenencias. Se estima que casi 4 millones de personas han huido a países cercanos. Egipto, Iraq, Jordania, Turquía y Líbano han aceptado a casi el 97 por ciento de los refugiados.
Sin embargo la respuesta de otras potencias o potenciales cooperantes ha rayado en complicidad con la tragedia. No han hecho prácticamente nada. Eso involucra a países del Golfo con su imponente riqueza, tan sólo comparable con los frívolos usos que en ocasiones le han dado –allí estaría la fastuosa montaña artificial de nieve en pleno desierto, con la finalidad de poder esquiar, como lo hacemos en Suiza.
Ninguno de estos países petroleros ha acogido a refugiados, como tampoco lo ha hecho Rusia o China o Europa. Aunque, de nuevo de acuerdo con Amnistía Internacional, del viejo continente la excepción sería Alemania que ha prometido dar asilo a 30,000 personas dentro de un programa especial de ayuda humanitaria.
Y que podemos decir en este preciso momento. Pues nada. O casi nada. No hay víctimas en Europa o en Estados Unidos. La situación está “tranquila”. Hemos olvidado tanto el ébola como a los sirios. Para eso están las noticias más a la moda y nuestra dosis diaria de vacío entretenimiento.
Ojalá que estas fechas posibiliten que tengamos perspectivas más amplias, más allá de nuestros diarios intereses. Por lo general con visiones tan cercanas, tan cortoplacistas.
Ciertamente existen lugares donde la Navidad y las festividades de fin de año, son celebraciones de lujo. Hay gente que sobrevive, con exposición permanente de su vida. Ojalá no demos la espalda a estas realidades. Casi cualquier cosa que se pueda hacer, puede ayudar mucho.
La solidaridad nos permite siempre, mantener con vida la esperanza.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario. Este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.