Por Pablo Uribe Ruan
Periodista de EL NUEVO SIGLO
Nadie puede negar que Donald J. Trump rompió las reglas de la política y se convirtió en un fenómeno que finalmente ganó la nominación republicana. Sin embargo, ganar una primaria partidista implica una cosa totalmente distinta a una elección presidencial, salvo en el número de horas que los candidatos viajan y los logos de sus campañas.
Las diferencias entre una y otra elección son muy grandes. “Es como ser una estrella en el baloncesto universitario y una estrella en la liga nacional”, dice Chris Cillizza, en The Washington Post, demostrando que el conjunto de habilidades necesarias varían de elección a elección.
Mitt Romney, el jerarca republicano, perdió con Barack Obama la elección presidencial de 2008, pese haber sacado 60 millones de votos. De esa cifra, el magnate sólo ha logrado casi 14 millones de votos en la primaria y la Ex Secretaria de estado unos millones más. Seguramente aquel número será superado en noviembre. El tema es: ¿Cómo?
Trump y Clinton tendrán que cautivar un nuevo público lleno de independientes, indecisos y perezosos. Independientes que sólo tienen ojos para Bernie Sanders o Ted Cruz. Indecisos que tiemblan cuando recuerdan los correos de la ex Secretaria de Estado o los venenosos comentarios del multimillonario sobre los latinos y el Islam. Y perezosos o cansados del sistema que impulsados por un espíritu democrático se despiertan y votan.
Hablar de cambios en las campañas de ambos candidatos es prematuro. No ha pasado más de una semana desde que Clinton fue declarada la nominada del Partido Demócrata. Aunque existen comentarios y posiciones de los aspirantes que permiten decir de qué manera van afrontar los siguientes cinco meses de campaña.
No es una primaria, Trump
El 3 de mayo Jhon Kasich dimitió y dejó el camino libre para que Trump fuera declarado el nominado republicano un y mes y medio antes de lo presupuestado. Tras la dimisión se pensó que el magnate cambiaría su tono ofensivo, sin embargo, pasó más de un mes y los comentarios se tornaron más racistas y demagógicos.
¿Estrategia? Si la demagogia se puede definir como estrategia, pues sí. Los seguidores de Trump les gusta escuchar sus improperios porque piensan de esa manera. Es simple. No sólo se trata de generar polémica para atraer sino de ser todo lo contrario a lo que se conoce como políticamente correcto.
El norteamericano que sigue a Trump se manifiesta en las calles porque está aburrido de los migrantes y el Islam. Y el multimillonario lo dice abiertamente en sus masivos discursos llenos de un lenguaje violento, fundamentalistas seguidores y su imagen; sí su imagen, la de él, la de Trump.
Dice que prefiere “héroes de guerra que no fueran capturados” -luces, cámara y acción-. También sostiene que los mexicanos envían violadores y criminales, y que los musulmanes celebraron el 11 de septiembre en Nueva Jersey -luces, aplausos, acción-. Y sugiere que el papá de Ted Cruz hizo parte del plan para asesinar a John F. Kennedy -acción, acción, acción-.
Pero tanta acción le puede hacer daño a Trump de cara a las elecciones presidenciales. El escenario es distinto y sus comentarios tienen mayor impacto. La semana pasada el magnate se refirió al juez Gonzalo Curiel, quien investiga la Universidad Trump, desacreditándolo por su origen mexicano. Minutos después mucha gente reaccionó en su contra.
Anteriormente los pesos pesados del Partido Republicano se quedaban callados. Pero esta semana Paul Ryan, portavoz del partido, lo llamó a “moderar su lenguaje” y Chris Christie, ex aspirante a la nominación, se reunió con el candidato para enviarle un mensaje del partido: no queremos un candidato impredecible.
¿El modificable estilo Trump?
No se sabe por el momento qué va cambiar Trump en su campaña. Al parecer los últimos días ha tratado de, como Paul Ryan le pide, moderar su lenguaje. Detrás esa supuesta moderación está tanto su esposa, Melania, y su hija, Ivanka, como las directivas del Partido Republicano, según CNN.
Trump, sin embargo, es un candidato impredecible con un estilo de hacer política exitoso. Eso le ha dado votos, fanáticos y, sobretodo, de qué hablar en todos los medios del mundo. Con poca publicidad y un grupo pequeño de asesores –no más de 70- ganó la primaria republicana y posiblemente así afrontará la elección presidencial.
"Nadie pensó que lo que hicimos fue posible", dice Corey Lewandowski, ex asesor de Trump, a Time, conocido por empujar a un manifestante en un mitin político en Tucson, Arizona. “No es necesario un gran equipo", concluye el ex asesor, pieza fundamental en el ascenso de Trump durante la primaria republicana.
Él prefiere hablar cara a cara con los reporteros sin discursos predeterminados. Si se le sale algún comentario desatinado, sus seguidores se lo perdonan. "La campaña de Trump es totalmente ad hoc. Es una operación construida sobre el concepto de comunicación de masas ", opina Roger Stone, el confidente de Trump, en diálogo con la misma revista.
Aunque, quizá, esté pensando en modificar algo de su estilo. Convencer a 35 millones de afiliados republicanos es una reto diferente hacerlo con más de 130 millones de votantes. Quizá va invertir más dinero, como Clinton, en asesores políticos y publicidad. Quizá va hablar algo bueno de los mexicanos, independientemente de sentarse a comer tacos en su oficina de Manhattan y publicar la foto en Twitter.
Clinton, la tradicional
Hillary Clinton hace todo lo contrario a Donald Trump. Cuando él dice algo en contra de algún grupo, ella sale a defenderlo; mexicanos, musulmanes, afro americanos. Así ocurre con todos los temas y con la forma de hacer política.
La ex Secretaria de Estado tiene un batallón en su campaña de 873 personas entre veteranos, donantes, aliados y voluntarios. Cada uno lucha por lograr el triunfo de la candidata en noviembre y de paso hacerse un espacio en cargos administrativos y diplomáticos ante un posible gobierno de Clinton.
Por los lados de la campaña demócrata fluye el dinero. Son toneladas de dólares que no representan ni una ínfima parte de la fortuna de Trump, pero Clinton sí usa lo que recibe, en cambio el magnate no usa su fortuna en política. Crítico, a su modo, del sistema político norteamericano, actúa por fuera de las campañas tradicionales y demuestra que la política de masas “puede” ser más efectiva que la publicidad.
La candidata invirtió 135 millones de dólares en publicidad, de los cuales 100 millones estuvieron destinados a pautar en televisión. El Súper PAC de Clinton, cantidad de dinero recolectado por donaciones y contribuciones, asciende a más de 200 millones de dólares y para la elección presidencial fácilmente superará dicha cifra.
Aparte de la paradójica diferencia entre los dineros de cada campaña, la ex Secretaria de Estado dio avisos de cómo será la suya. La semana pasada, en un evento en un hospital, Clinton salió en lanza en ristre contra Trump y su posición contra las mujeres, demostrando que la parte inicial de esta campaña girará en torno al tema de género.
Hacer uso del género es una herramienta eficaz y más si al frente está un rival como Donald Trump. En las primarias demócratas casi el 90% de mujeres demócratas mayores de 35 años se definieron como seguidoras de Clinton por ser mujer. Ese porcentaje podría aumentar cuando se le sumen las seguidoras menores de 35 años que estaban con Sanders.
No es tan claro qué pasará con el elemento género con las votantes indecisas o independientes ¿Pesa más el género que la economía o la seguridad en la mente de una mujer norteamericana?
Pero Clinton no sólo está jugando al elemento género. Su objetivo principal es mostrar el espectáculo de Trump, que él ve como fortaleza, en un lugar lleno de lugares comunes y falta de conocimiento. Tal vez uno de los momentos más exitosos de su campaña fue cuando publicó en twitter el desconocimiento de Trump sobre política exterior.
El objetivo: noviembre
La campaña presidencial 2016 enfrenta a dos personalidades totalmente distintas. Tradicional, burócrata y estatista, Clinton habla de su amplia experiencia en varios sectores, pero queda en tela de juicio su ejercicio como Secretaria de Estado cuando recibió información oficial en su correo privado sobre temas confidenciales. Mientras que Trump es un hombre recién llegado a la política, que parece conocerla mejor que cualquiera, pero en el intento habla mucho como alguien externo y comete errores de novato.
El hecho es que ninguno de los candidatos es tan popular como se cree. Según algunas encuestas estos candidatos son los más impopulares de la historia moderna de Estados Unidos. Sí, léalo bien: ni Trump, ni Clinton son queridos pese a ser los nominados.
Así que en los próximos meses se va ver una contienda entre dos candidatos impopulares tratando de seducir al electorado más diverso en toda la historia, que no quiere ni al uno ni al otro. ¿Ganará el proyecto semi-radical de Trump o el liberalismo acérrimo de Clinton?