Reportaje. Este relleno sanitario de Bogotá del que la mayoría se desentiende y no sabe lo que ocurre con sus habitantes. En el barrio Mochuelo Alto habitan dos mujeres y una niña, personas que han vivido al lado del basurero de todo Bogotá desde el día que llegó esta vecina a cambiarles la casa, la salud y la vida
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“A NOSOTROS nos gusta el campo, lo que no nos gusta son los moscos del relleno Doña Juana los ratones y las ratas”, alega Verónica Guzman, una niña de 8 años que nació en Mochuelo alto. Ella es la menor de las mujeres en la familia Fonseca, una familia que lleva viviendo en esta vereda desde el principio de los tiempos, generación tras generación. Un lugar que siempre ha sido hogar para sus mascotas, para sus jardines, para sus cultivos y para forjar una familia en el campo como debería ser: tranquilo, seguro y rodeado de naturaleza.
“Yo me acuerdo que en el 97 yo estaba más o menos en tercero de primaria, fue la primera explotación que hubo sobre el relleno, en el salón escuchamos un estruendo durísimo, nos dieron tapabocas a los estudiantes y empezaron a vacunarnos, y desde ahí para acá yo me acuerdo que empezó a incrementar todo, a destruirse la naturaleza”, dice Neidy, la mamá de Verónica.
Pero ahora se ha vuelto un hogar para moscos, enfermedades, aire impuro y roedores. “Mochuelo era muy bonito, muy limpio, pero ahora el olor es insoportable de la basura, cuando viene el viento, tenemos que cerrar puertas, ventanas, todo, no se puede salir afuera”, afirma Sara de Fonseca, la abuela de Verónica que ha visto cómo su casa, en Mochuelo alto, se ha transformado desde lo que era para ella un paraíso, a lo que es ahora, el basurero de toda Bogotá, un lugar que apesta a desechos y suciedad todos los días, donde el zumbido de las moscas se ha vuelto un sonido natural desde que se levantan hasta que se duermen, donde los roedores se han convertido en otros habitantes más dentro de los hogares. “Ya no puedo ni cultivar porque se pudre todo , también tenía 4 vacas y de eso vivía, pero cuando pasó lo del deslizamiento hace unos años a mis vacas les dio alguna peste y quedaron muertas ahí en el corral, daba 18 botellas de leche, ahora no tengo sino una novillita no más, me quedé sin..”, dice Sara desalentada.
En 1988 llegó Doña Juana a cambiarle la vida a esta familia, ya no solo serían campos eternos de cultivos de papa, ni vacas y caballos sin amarrar andando por donde quisieran. Tampoco serían niños y niñas trepándose en los árboles, cogiendo hojas y jugando sobre el pasto tranquilamente. Ahora serían oleadas de malos olores al medio día hasta las 4 de la tarde, gatos cazando ratones en la casa, platos amarillos con pegante llenos de moscas atrapadas en todos los cuartos, precaución y preocupación con ir a coger alguna flor, alguna rama de un árbol que puede tener una bacteria que significaría enfermedad.
Neidy recuerda con nostalgia su infancia en Mochuelo y cuenta la manera en que eso ha cambiado con respecto a la de su hija, “yo puedo recordar que yo jugaba en un ambiente tan tranquilo, era normal jugar con las hojas de la naturaleza, yo cogía y escribía en ellas, ahora ya no hay tranquilidad ni confianza. Anteriormente había mucha seguridad con la naturaleza…ahorita en la infancia de ella le toca jugar pero dentro o cerca a la casa, ya así como lo hacía uno antes no”.
A partir de la problemática que se ha dado con el Relleno de Doña Juana, el colegio ha comenzado a tomar medidas educativas para implantar en los niños una idea de cultura del reciclaje. “Reciclamos bolsas, papeles, copitas de alpinitos y con eso hacemos dibujos, con las cucharas hacemos abejitas y otras artes”, afirma Verónica que estudia en el colegio cercano al basurero.
“Ya no puedo ni cultivar porque se pudre todo , también tenía 4 vacas y de eso vivía, pero cuando pasó lo del deslizamiento hace unos años a mis vacas les dio alguna peste"
Desde que nació Verónica, Neidy ha tenido que tener más precauciones de las normales con una hija menor debido al ambiente en el que viven en el barrio, sin embargo, aún con las medidas adicionales que ha tomado, no ha sido suficiente para proteger del todo a su hija del entorno tan nocivo en el que habitan. “La enfermedad de Verónica que tiene en sus ojitos es por el medio en que habita. El doctor dice que Verónica tiene una conjuntivitis muy alta que ha adquirido por el ambiente, se le enrojece mucho la vista y permanece con rasquiña, me tocó comprarle unas gafas de 250 mil pesos, y ahora me toca a mí usar también pero aún no tengo la plata, también, cuando cumpla los 10 años debe ser operada por especialistas”, cuenta Neidy.
6500 toneladas de basura es la que entrn al relleno de Doña Juana, basura que alcanza las alturas de las montañas del bello paisaje de Mochuelo alto; basura que se ve desde los salones de clase del colegio de primaria; basura, hogar de los moscos que se adueñaron del barrio y no dejan tener ni una comida al día en paz sin tener que espantarlas del plato con el desayuno, el almuerzo y la cena; basura que se ha encargado de que cada una de las miradas de los habitantes de Mochuelo tenga una capa roja que cubre sus ojos, a veces ligera a veces más densa, pero ninguna limpia. “No le diga relleno que eso no es, es un botadero, el botadero de Doña Juana acuérdese”, declara una mujer saliendo de la única carnicería que queda en el barrio.
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Bogota solo recicla un 13 % de los residuos de acuerdo con el Ministerio De Medio Ambiente. Una cantidad muy por debajo de lo de que reciclan países como Austria con 63% o Alemania con un 62%, incluso España con un 35%. ¿La historia de esta familia tendrá que ver con la población bogotana también? ¿Podemos asumir responsabilidad del relleno Doña Juana y los desastres que ha causado?
Mochuelo Alto antes era un hogar tranquilo para muchos, un campo con naturaleza exquisita para otros, incluso el paraíso para algunos. Pero este basurero les ha ido quitando todo esto a los habitantes del barrio, desde condiciones básicas como una comida sin moscas en el plato y una noche sin preocuparse por las ratas en el cuarto, hasta calidad de vida como poder salir a la calle tranquilo sin la angustia de una madre de que su hijo se contagie de alguna enfermedad. Sara, Neidy y Veronica son solo tres de los tres mil habitantes que aproximadamente viven en Rellenos de Doña Juana y sufren las consecuencias de un mal manejo sanitario.