Dilma inicia ofensiva para evitar destitución definitiva | El Nuevo Siglo
Miércoles, 13 de Mayo de 2015

PRIMERO la democracia. Esa es la consigna que dentro y fuera de Brasil coincidieron en señalar desde la damnificada por la crisis política, la hoy separada de la presidencia Dilma Rousseff y su reemplazo temporal  Michel Temer hasta líderes mundiales.

 

Unos y otros, confiados en la solidez de las instituciones democráticas y los procedimientos gubernamentales hicieron votos,  desde sus respectivas ópticas, porque el gigante sudamericano pueda superar la crisis política que lo convulsiona desde hace tres meses y a la que se suma una complicada situación económica.

 

Es precisamente esta última el mayor reto que enfrenta desde ayer Temer y su gabinete, mayoritariamente masculino y amigo de los mercados. Tiene a su haber este líder conservador,  un férreo respaldo en el Parlamento ya que su bancada, el PMBD tiene el control de ambas cámaras (Diputados y Senado).

 

A la par con ello deberá apostar fuertemente a garantizar la estabilidad y legitimar su mandato (vía Constitución ya que no provino de las urnas)  que aunque inicialmente será por seis meses puede prolongarse hasta diciembre de 2018, si Dilma Rousseff es encontrada culpable y destituida por  “crimen de responsabilidad”.

 

El Senado de Brasil, en una maratónica jornada de 22 horas que concluyó a las 5 de la mañana de ayer y en la que intervinieron uno a uno los 71 parlamentarios presentes, aprobó al impeachment (juicio de destitución) por 55 votos a favor contra 22, lo que de “facto” separó a Rousseff del cargo por seis meses, lapso durante el cual se verificará el proceso político que puede concluir con su destitución.

 

Al despuntar el alba la decisión estaba tomada y casi inmediatamente el jefe dela Cámara alta fue a notificarla a la primera mujer presidente del país, que la presentía, como todo el país y no de ayer, sino desde casi el mismo momento en que el proceso inició en la Cámara de Diputados.

 

Luego y como lo tenía previsto ofreció su último discurso a la Nación. Vistiendo de blanco y no del rojo característico del Partido de los Trabajadores (PT), con pantalones negros y pendientes de perlas apareció en uno de los salones del palacio de Planalto, el que fuera su casa hasta ayer.

 

Allí, rodeada de ministros, asesores, diputados, senadores aliados y decenas de seguidores que no paraban de ovacionarla y aplaudirla, Dilma tomó la palabra, con la que se mostró tan férrea como combativa.

 

"Sufro una vez más el dolor abominable de la injusticia. Lo que me duele más en este momento es percibir que soy víctima de una farsa política y jurídica". Esa fue la primera frase de un corto pero contundente discurso en el cual reiteró que es víctima de un “golpe moderno” y que mantendrá la lucha por demostrar su inocencia, porque insistió no hubo ni cometió crimen de responsabilidad alguno.

 

"La población sabrá decir no al golpe (....) A los brasileños que se oponen al golpe, sean del partido que sean, les hago un llamado: manténganse movilizados, unidos y en paz", dijo la exguerrillera de 68 años.

 

A renglón seguido añadió que “lo que está en juego no es apenas mi mandato, lo que está en juego es el respeto a las urnas, a la voluntad soberana del pueblo brasileño y la Constitución. Lo que está en juego son las conquistas de los últimos 13 años, las ganancias de las personas más pobres y la clase media", añadió en referencia a los programas sociales impulsados por su izquierdista Partido de los Trabajadores, que ayer se despidió, al menos temporalmente, de más de 13 años en el poder.

 

Tras expresar que "la lucha por la democracia no tiene fecha para terminar. Es una lucha permanente que nos exige dedicación constante",  salió con la frente en alto, sin derramar una lágrima y con paso firme por la rampa de Planalto donde unos 500 simpatizantes la recibieron con al grito de “Resistiremos”.

 

Tras ello y en medio de un notable y triste dejó, la mandataria se alejó del cargo y del Palacio. Rousseff se fue con apenas un 10% de popularidad, en medio de una grave recesión económica y un escándalo de corrupción que ha manchado a buena parte de la élite del poder en Brasilia. Y aunque fue la encargada de recibir la llamada olímpica se  quedó sin inaugurar los Juegos Olímpicos que se celebran en agosto en Rio de Janeiro.

 

Gran parte de su desgaste se debe al megafraude descubierto hace dos años en la estatal Petrobras, que tiene en la mira a decenas de políticos de su PT y a aliados, así como a poderosos empresarios.

 

Sin embargo Rousseff no es blanco de ninguna investigación o acusación por corrupción. Su causa es política por el presunto maquillaje de cuentas públicas.  Pero tanto socios como rivales son investigados o acusados en este inmenso escándalo que robó a Petrobras más de 2.000 millones de dólares.

 

Y ahora, la hija política del hoy también investigado por presunta corrupción, el popular expresidente izquierdista Luis Inácio Lula, concentrará todas sus fuerzas en enfrentar el juicio de destitución, ese por el que un 61% de los brasileños se manifestaron a favor, pero que paradójicamente será realizado por un Congreso tan cuestionado como falto de credibilidad. La razón: una mayoría de diputados y senadores han sido condenados o están acusados de haber cometido delitos en algún momento, como el caso del propio Calheiros, que enfrenta 11 investigaciones que van desde fraude y desvió de dineros, hasta corrupción.

 

El Senado tiene seis meses para llevar a cabo el impeachment y para poder destituir definitivamente a Rousseff requiere  dos tercios de los votos (54 del total de 81 miembros), uno menos que los registrados en la madrugada de ayer, lo cual torna poco probable su retorno al poder.

 

La forzosa salida de Rousseff es un capítulo más en la crisis que registra la izquierda en América Latina y que se ha evidenciado con el voto castigo que dieron al kirchnerismo en Argentina, donde llegó al poder el conservador Mauricio Macri; tienen tambaleando a Nicolás Maduro, en Venezuela, y un creciente descontento con los gobiernos de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa, en Ecuador. Sin embargo a estos últimos les suena la idea de una nueva “re-re-reelección”, para lo cual deberán realizar una “torcida” a la Constitución.

 

Temer, en la gloria

El halo de tristeza que enmarcó el Palacio de Planalto en la mañana desapareció a las pocas horas con la llegada de los nuevos inquilinos, los Temer, y sus primeros 21 ministros designados, todos hombres y en su mayoría políticos o empresarios.

El expresidente del Banco Central Henrique Meirelles, cercano a los mercados, es el nuevo ministro de Hacienda, y el economista José Serra, exgobernador de Sao Paulo y quien perdió la presidencial tanto con Lula como con Rousseff, estará al frente de Itamaraty, el ministerio de Relaciones Exteriores.

 

El ortodoxo  Meirelles asumirá el ministerio en uno de los peores momentos de la economía nacional, que atraviesa su peor recesión en décadas. Con ocho años al frente del Banco Central de Brasil durante la presidencia de Lula (2003-2010) y una amplia experiencia en el sector financiero, este ingeniero y administrador de 70 años es muy respetado por los mercados.

 

Serra, ubicado en el espectro más a la izquierda del opositor PSDB, es respetado en filas de izquierda y derecha y podría convertirse otra vez en candidato presidencial de su partido en 2018.

 

El jefe de gabinete de Temer s es el abogado Eliseu Padilha, de su mismo partido PMDB (centro derecha) y exministro de Aviación Civil durante el gobierno de Rousseff.

Geddel Vieira Lima, un político del PMDB y ganadero que fue ministro de Integración Nacional durante el gobierno Lula, será el ministro jefe de la secretaría de Gobierno.

 

El ministro de Agricultura y Ganadería será Blairo Maggi, un senador de Mato Grosso (centro oeste) y poderoso terrateniente conocido como el "rey de la soja" que pertenece al Partido Progresista (PP, derecha). Es detestado por los ecologistas, que lo acusan de favorecer la tala ilegal de árboles y la deforestación de la Amazonia y le otorgaron el premio "Motosierra de Oro" en 2005, cuando era gobernador de Mato Grosso.

 

Rousseff tenía 32 ministerios, una cifra altísima para poder satisfacer los intereses de la gran coalición de partidos que precisaba para gobernar. Temer quiere reducir esa lista a 22 y ha fundido ministerios, pero está teniendo problemas con sus futuros aliados, según informó la prensa local.

 

Así se dio el cambio de tercio en el poder y los brasileños, que siguieron  los debates y la votación en el Congreso sobre el impeachment como un partido de fútbol, harán lo propio con el gobierno interino, esperanzados en que como los mercados apostaron a Temer, éste pueda cambiar el rumbo de la economía.

 

Con una bajísima popularidad, Temer es consciente de los desafíos que son tan grandes como el país. Y lo que le debe preocupar es que son los mismos que desgastaron y terminaron hundiendo a Rousseff./EL NUEVO SIGLO con AFP