Por Oscar Palma (*)
DURANTE las últimas semanas se ha venido discutiendo el supuesto debilitamiento del Estado Islámico (EI). Se habla de una implosión causada por choques entre sus militantes en razón de sus diferentes nacionalidades, contextos y doctrinas religiosas.
Se observa su progresiva, pero aun pequeña, pérdida territorial: los kurdos liberaron Kobane, en la frontera entre Siria y Turquía; las fuerzas iraquíes, con presunta ayuda de Irán, avanzan sobre Tikrit; y los estadounidenses planean una ofensiva sobre Mosul en los meses por venir. The Guardian informa, además, sobre un ataque que deja a su líder, el autodenominado Califa Abu Bakr al Baghdadi, inhabilitado para asumir el día a día de la organización.
Podría pensarse que el colapso del EI es un gran triunfo en contra de lo que se denomina comúnmente como el ‘terrorismo global’; un golpe contundente al yihadismo transnacional violento. ¿Pero hasta qué punto sería esto cierto?
La derrota del EI puede no ser un gran golpe contra esta forma de militantismo radical. Más bien podría ser un detonante para una mayor dispersión, desconcentración e incluso virulencia del fenómeno. Esta transformación se puede entender si se explica la naturaleza de lo que ha sido Al Qaeda. De cierta forma, la aparición del Estado Islámico, el actual desorden en Yemen, la sevicia de Al Shabab y Boko Haram, y la guerra civil en Mali están relacionados con la aparición de Al Qaeda.
Más que ser una organización jerárquica, Al Qaeda se puede entender como un discurso o una ideología. Autores como Jason Burke hablan más de un ‘qaedismo’ para entender apropiadamente el fenómeno. Si bien en su corazón existió un círculo de comando, su estructura es una especie de red descentralizada con grupos y células interconectadas, con una cierta autonomía e iniciativa de acción y operación. Existe una cohesión entre militantes por la fortaleza del discurso y la solidez de una ideología, y no necesariamente por el cumplimiento de protocolos específicos de comando y control.
Esta estructura llevó a la construcción de franquicias en diferentes regiones del globo: Al Qaeda en la península arábiga (AQAP), Al Qaeda en Irak (AQI), Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQIM), y más recientemente Al Qaeda en el Subcontinente Indio (AQIS). Existen criticas al sucesor de Osama bin Laden, Ayman al Zawahiri, por permitir una excesiva descentralización de la estructura, perdiéndose cierto nivel de influencia desde el centro hacia sus filiales. Si a esto se suma su relativo potencial del liderazgo y su bajo carisma para atraer a segmentos más jóvenes de las sociedades, se puede entender por qué se viene debilitando el corazón de Al Qaeda.
El Estado Islámico es una evolución de AQI tras la muerte de su líder Abu Musab Al Zarkawi. Diferencias entre Zawahiri y al Baghdadi, llevarían al rompimiento definitivo entre ambas partes. Lo que se observará después es un vertiginoso crecimiento del EI, no solo por la rápida conquista territorial en Irak y Siria, sino por su poder de atracción de militantes tanto de países musulmanes como de occidente. Si bien existen algunas diferencias doctrinales entre Al Qaeda y el Estado Islámico, el éxito del segundo se construyó través de la experiencia del primero.
El discurso y las ideas promovidas por Al Qaeda continúan existiendo independientemente de las condiciones de la organización. Las plataformas de comunicación y las redes sociales han garantizado la preservación del ‘qaedismo’: la lucha en contra de los infieles y sus aliados occidentales que obstaculizan la creación de un gran califato reuniendo a todo musulmán bajo un solo gobierno. El Estado Islámico utiliza las mismas herramientas, mandando mensajes similares, pero mostrando un proyecto más exitoso, más realista, y más convincente, recurriendo además a una capacidad técnica más exquisita: mejores videos, mejor manejo de twitter y redes sociales, mayor habilidad en la presentación de propaganda, y reclutamiento más eficiente. En otras palabras, el fenómeno del EI se nutre de la yihad transnacional que Al Qaeda ya venía construyendo a través de sus estructuras descentralizadas y su llamado a todo el mundo islámico.
Así como el debilitamiento de Al Qaeda no representa el fin de su discurso, el colapso del EI tampoco implicaría la destrucción de los ideales que han convocado a un gran número de militantes de tan diversos contextos. ¿Serán eliminados uno a uno todos los combatientes del EI? ¿Cambiarán los yihadistas su forma de pensar y sus intereses? ¿Se destruirá toda la estructura para la difusión de las ideas del yihadismo (blogs, redes sociales, salas de chat, reclutamiento persona a persona)? La respuesta a estas preguntas difícilmente es positiva.
Lo que tenemos son cientos de miles de personas altamente adoctrinadas, radicales, con ideas tan cimentadas que han viajado miles de millas a sacrificar sus vidas por una causa. Si colapsa el EI, los combatientes difícilmente regresaran a sus casas. Lo más probable es que busquen continuar su lucha, que se desplacen a otros escenarios, existentes o nuevos, donde se liberan batallas similares. En otras palabras, podemos tener una mayor desconcentración de la estructuras, reproduciendo grupos, células o incluso lobos solitarios que se desplazan hacia nuevos frentes de batalla, convencidos de la necesidad de persistir en su lucha.
Podría intensificarse el nivel de virulencia en escenarios como Nigeria o Somalia, o incluso podríamos ver el surgimiento de nuevos pseudo-estados islámicos en otras regiones. Tal vez sea posible la dispersión del terrorismo en un mayor número de ciudades y poblaciones a lo largo y ancho del gran medio oriente… ¿y de occidente? Si se crea una narrativa alrededor del colapso del EI presentando a los yihadistas como víctimas del atropello de las potencias occidentales, una campaña estratégica llamando a la venganza y a la recuperación podría ser exitosa.
En términos generales, el fin del Estado Islámico no representa el fin de la yihad transnacional, así como el debilitamiento paulatino de Al Qaeda central tampoco lo fue. La realidad es que la comunidad internacional aún tiene un gran reto al pensar en soluciones concretas frente al desafío del islamismo violento.