Juan Carlos Eastman Arango*
LOS OJOS del mundo, días atrás, estuvieron posados sobre una serie de eventos de gran importancia para los ciudadanos asiáticos; para el resto del mundo, quizás, sus impactos se sentirán muy posteriormente, y de forma desigual. Varios periodistas y analistas han llamado la atención de esta concentración especial como “un mensaje político” para el mundo y las potencias tradicionales. No lo creo, ni percibo en ello una apropiación consciente y deliberada del rol que aún no pueden asumir en las relaciones internacionales de forma plena.
No obstante ello, eventos como la cumbre de los países miembros de APEC, en China, la cumbre de los países miembros de ASEAN, en Myanmar, y la reunión de los países integrantes de Asia Oriental, en este mismo país, de acuerdo con sus calendarios previstos con mucha antelación, deben ser valorados por el momento económico y político que sacude a la sociedad internacional y las mismas relaciones intra-asiáticas.
Como pieza emblemática de esta concentración en este continente, el pasado viernes inició la reunión de los integrantes del G-20, en Brisbane, Australia. Quizás éste sí tenga una mayor sonoridad, aunque la comparta con la trascendencia política y mediática de APEC.
En Brisbane participa una muestra más diversa de dirigentes del mundo cuyas economías aspiran a tener alguna incidencia en el diseño de la nueva arquitectura económica global, y muy especialmente, la financiera. En general, las figuras políticas más representativas del momento actual de Asia-Pacífico, llegaron a las reuniones con desiguales pesadumbres y expectativas. La presión por propiciar encuentros personales que ayudaran a disminuir las tensiones, no logró modificar sustancialmente la expresión que captaron las cámaras de los periodistas. Los rituales impuestos por la diplomacia y las buenas maneras con los respectivos anfitriones, exhibieron, sin embargo, forcejeos políticos y mediáticos que tenían audiencias cautivas de carácter nacional, unas más ansiosas que otras por razones electorales y partidistas.
El ambiente previo a dos de esas reuniones, APEC y ASEAN, no era favorable. La presencia de países sacudidos por problemas sociales, políticos y tensiones militares ofrecía oportunidades a los dos dirigentes más consolidados e influyentes en la región como en el resto del mundo en nuestros días: la República Popular China y la Federación de Rusia. La agenda económica seguirá sin duda, pero los tropiezos políticos pueden hacer su negociación y proyección menos confiable y más disputada.
Para Estados Unidos y la Unión Europea, su marginalidad o poca incidencia resulta notable, a pesar de los esfuerzos comunicacionales por disimular su pérdida progresiva de protagonismo y peso político determinante. Estas dos condiciones están posicionadas en la parte occidental de la Cuenca del Pacífico, de la que la Federación de Rusia pretende conseguir mejores dividendos.
En términos asiáticos, adicionalmente, el desplazamiento de la importancia que puedan tener los apoyos y las declaraciones de los miembros más representativos del eje euroatlántico para sus tradicionales aliados y socios en la región, introduce una incertidumbre adicional a las opciones y decisiones de gobiernos como Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda e India.
Confuso panorama
La dinámica global actual es altamente desfavorable tanto en lo económico como en lo político, y para algunos de los países integrantes de estas organizaciones, notoriamente adversa e incierta. Visto desde Asia, el asunto es cada vez menos tranquilizador: pareciera que todas las contradicciones de la modernización y de la modernidad inherentes a su inserción al llamado Occidente capitalista, de forma violenta o pacífica, y que subyacen después de décadas al despegue de sus reconocidos “milagros económicos”, estuvieran convergiendo para crear una especie de tormenta perfecta en momentos de confusión y desorientación colectivas.
Estamos muy familiarizados con la visibilidad e influencia de varios países cuyos niveles de desarrollo material ejercen una atracción por momentos acrítica. Desde hace cerca de 40 años, los dirigentes latinoamericanos (políticos, empresariales y académicos) han tratado infructuosamente de repetir los modelos asiáticos, creyendo que se trata simplemente de reproducir las fórmulas institucionales haciendo abstracción ingenua de las experiencias históricas particulares, el impacto desigual de las décadas de la guerra fría y el peso inocultable de la cultura, especialmente de las mentalidades y disciplinas sociales.
Pasados tantos años de discursos, publicidad e inestables políticas públicas al respecto, hoy nos enfrentamos a la reprimarización de nuestras economías, su desindustrialización y un regreso irresponsable a la división del trabajo decimonónica, enmarcados en difusas e irrealizables promesas frente a las décadas que nos van a atropellar en el futuro cercano. Tenemos adicionalmente la pretensión de creer que a los dirigentes políticos y corporativos asiáticos les interesa nuestro futuro y bienestar. De forma ciega, en medio de las dificultades de la Unión Europea y la decadencia estadounidense, miramos a Asia oriental en particular como una especie de redención y promesa del desarrollo y del progreso.
Gran parte de dichas convicciones descansa sobre la imagen que recibimos de un escenario pretendidamente homogéneo, que comparte los mismos intereses y cuyas dificultades son más resultado de la rivalidad y competencia global que originadas en sus propias experiencias y contradicciones. Quizás el año 2014 pase a la historia colectiva como aquel en que Asia desnudó sus debilidades, ofreciendo oportunidades a sus rivales y condicionando el futuro de aquellos que en África y América Latina depositaron, como lo hicieron sus antecesores con otros poderes emergentes en su momento, hace 50 años –para los primeros- y desde hace 150 años –para los segundos-.
Los balances esenciales no son favorables, a pesar de evidenciar, de forma selectiva, cambios derivados de procesos de modernización que no plenamente de modernidad, especialmente en nuestra región. Y quizás a partir del 2015, seamos testigos del debate político sobre las nuevas arquitecturas políticas y de seguridad como de la nueva relación entre corporaciones asiáticas y dirigencias políticas nacionales para enfrentar los desafíos de la crisis global.
Maresde tensiones
Pero, ¿de cuáles dificultades y amenazas estamos hablando? No son solamente de carácter económico; el resultado de las relaciones políticas vecinales, algunas problemáticas al interior de sus países y las tendencias adversas para la sostenibilidad del modelo, por el carácter de sus exigencias humanas obligarán a decidir sobre un replanteamiento integral si las élites asiáticas quieren seguir en sus respectivos poderes nacionales y avanzar en la reestructuración de la sociedad global, afirmando su influencia en la construcción del nuevo orden internacional.
Para nadie es ya un secreto que el futuro de la sociedad global pasa por Asia-Pacífico, y que el debate sobre la forma, objetivos y funcionamiento de su estructura de administración tendrá como protagonistas centrales a varios poderes nacionales asiáticos.
Mientras llega esa instancia futura decisiva para la Humanidad, y quizás como parte del proceso que allí concluya a partir de la redefinición de áreas de influencia y la consolidación de los poderes emergentes, desde Afganistán hasta Japón, y desde las fronteras con la Federación de Rusia hasta el sudeste asiático y Australia, las tensiones sociales y políticas afloran de nuevo en medio del eco del desaceleramiento, lento pero al parecer progresivo, de los motores económicos asiáticos.
Las dificultades en el Mar del Sur de China siguen latentes. Las tensiones alrededor de las islas entre Corea del Sur y Japón no ceden ante las presiones políticas internas y un nacionalismo poco inspirador. Las pruebas de fuerza contra el Partido Comunista chino aumentan en el oeste del país y desde Hong Kong, al tiempo que su agenda social, ambiental y económica se traduce en el mayor desafío de seguridad interna y de sostenibilidad de las reformas controladas por el partido.
Adicionalmente, a pesar de fotografías, declaraciones conjuntas y despliegue de formas suaves, su agenda exterior en Asia mantiene en alerta a varios gobiernos: la reciente visita de un submarino chino a Colombo, en Sri Lanka, provocó declaraciones fuertes por parte del gobierno del nacionalista primer ministro indio Naranda Modri. El programa de seguridad naval y comercial tejido a partir de lo que se ha denominado “Collar de perlas chino”, sistema de puertos amigos que faciliten la logística ultramarina de ese país, ha generado reacciones regionales y globales adversas.
Como parte de su proyección naval en el Índico y Medio Oriente, China e Irán profundizaron sus lazos de cooperación militar. Algunos países de la ASEAN, una vez más, a pesar de sentidas declaraciones sobre la paz y la confianza mutua, están revisando sus políticas de seguridad y defensa, su alianzas tradicionales y las perspectivas de inserción de nuevos actores asiáticos y no asiáticos en sus esquemas de cooperación militar.
En Japón, al parecer sus ciudadanos tampoco comparten de forma plena la decisión política de revisar la Constitución y restaurar la visibilidad y competencia de su poder militar; pocos días atrás, un ciudadano se inmoló con fuego, en Tokio, cerca del Palacio Imperial y del Parlamento, como protesta y denuncia de la desconfianza que produce, también al interior de su sociedad, el rearme japonés y sus aspiraciones vecinales de nuevo tipo.
A pesar de los esfuerzos de la dirigencia de ASEAN, las tensiones étnicas, religiosas y políticas atraviesan sus países; gran expectativa genera precisamente el futuro de la transición democrática en Myanmar, país que, a pesar de la naciente protección global que experimenta, no logra infundir aún confianza en su propia sociedad, que ha dejado ver su plena dimensión fragmentada en todos sus niveles.
Pero, quizás, la más seria amenaza provenga de Al Qaeda a partir de un renacimiento que no sorprende a varios analistas. Eiman al Zawahiri, su líder, anunció desde septiembre pasado la creación de la nueva rama de la red, “Al Qaeda en el subcontinente indio”, como una esperanza de liberación y redención para los musulmanes en Myanmar, Bangladesh y las regiones indias de Assa y Gujarat y para Cachemira.
Sí. Todos ven las potencialidades y el despliegue global de capitales, corporaciones, megaproyectos de viejas y nuevas conectividades y mercancías, así como a dirigentes de Asia oriental participando en gran variedad de foros y encuentros. Pero Asia está lejos de ofrecer política y socialmente lo que muchos en el resto del mundo creen reconocer: fortaleza, estabilidad, sostenibilidad y seguridad endógenas. Esta agenda está pendiente y lejana. Y también debemos tomar nota de ello.