Las encuestas en los Estados Unidos no se equivocaron en las elecciones presidenciales ni en las de Senado y Cámara. En el país norteamericano los sondeos casi siempre se mantuvieron dentro del margen de error y el promedio de ventaja de Hillary Clinton, en las últimas semanas, se ubicaba en el 2 por ciento. Es decir, que cualquier cosa podía pasar. Sin embargo, los intérpretes de esas encuestas, en su gran mayoría adscritos a la prensa liberal estadounidense, dieron por sentado que esa pequeña ventaja era un hecho científico comprobado y, por lo tanto, la candidata demócrata era la ganadora segura.
Al ver igualmente los resultados de las encuestas en los estados clave era evidente que Trump podía imponerse en los lugares más importantes. Esto se pasó por alto, pero finalmente pudo comprobarse en Ohio, Pensilvania, Wisconsin y Michigan. Lo mismo ocurrió en La Florida, pese a que el presidente Barack Obama fue varias veces a hacer campaña por Clinton y la misma candidata lo hizo en múltiples oportunidades. De otra parte, las encuestas fueron exactas en la abrumadora ventaja de 20 puntos de Clinton sobre Trump en California y Nueva York, las zonas más pobladas.
En buena parte esa mentalidad, supuestamente victoriosa, se recalcó, ciertamente, en los medios liberales, que no le dieron posibilidad alguna a Donald Trump de ganar la Presidencia. Por el contrario, subieron la escala de sus ataques y nunca lo bajaron de sexista, racista, homofóbico, misógino y lobo estepario, mientras que los más altos funcionarios del gobierno norteamericano, incluido Presidente y candidata, se dieron durante toda la campaña a la tarea de descalificarlo y decir que no era apto para la Jefatura de Estado.
Todo eso se vino a pique en un instante, el pasado martes, cuando estado por estado, presuntamente demócratas, Trump comenzó a liderar y al poco tiempo era inevitable su triunfo ante la estupefacción de la prensa, en sus ediciones digitales, incursa en el mismo pensamiento único de los últimos 25 años. No podía ser que un outsider básicamente anti-establecimiento y anti-globalización, con base en la defensa de los obreros quebrados en alguna manera por los tratados de libre comercio, fuera a ser Presidente de los Estados Unidos, mucho menos siendo un magnate de 4.000 millones de dólares de patrimonio quien, sin embargo, había logrado adelantar la campaña más barata de la historia del país, frente a la más rica de que se haya tenido noticia, como la de Clinton.
Una y otra vez su esposo, el expresidente Bill Clinton, trató de influir en la campaña para que no dejaran de lado las mujeres y hombres blancos, de clase baja y media baja, y tampoco los mismos blancos de creencia católica y cristiana. Trató de organizar varias reuniones con los diferentes sectores. Y en efecto las tuvo listas en los estados clave, pero la campaña, al final, desestimó sus ideas y la candidata prefirió hacer toldo aparte, porque eso no era central a la coalición que había llevado a Obama a la Presidencia.
El coro de las vertientes unanimistas, encabezadas por The New York Times y The Washington Post, simplemente dejaron correr el pensamiento único y omnipotente, de acuerdo con el cual practicar una religión es medieval, tener una visión diferente a la adopción gay es homofóbico, ajustar la inmigración a la legalidad es discriminatorio, mantener el desarrollo sostenible por fuera de un ambientalismo estridente es atentar contra la naturaleza y ocuparse de los blancos, por más pobres o marginados, resultaba racista porque el tema único y exclusivo eran los latinos y los afrodescendientes. No importó que la misma Hilary Clinton dijera que los que estaban con Trump eran una manada de “deplorables” para echar a la caneca de la basura. Por el contrario, en noticias y editoriales incendiarios llevaron la polarización al extremo, con centenares de periódicos y las redes sociales concomitantes. El único que mantuvo la línea de que podía ganar Trump en sus encuestas fue The Angeles Times, pero se le consideró fuera de foco.
Ahora esos periódicos, como justificación ante semejante derrota, después de haber servido de correa de transmisión al pensamiento único e indiscutible, se escudan en que todo lo que dice Trump es populismo. Y por tanto siguen asumiendo una actitud fatalista, que parece el único escenario de sus realidades abstractas.
Para ellos, populismo es haber llevado un mensaje en favor de los marginados y de los que no tienen voz. Esas mayorías silenciosas, de las que no solo habló Rossevelt en su época, sino más reciente todos los republicanos, de los cuales indudablemente Trump tiene varias aristas, en especial de Ronald Reagan, también desestimado por esa misma prensa por haber sido actor y sindicalista. Pero no hay que confundir el populismo con lo popular, es decir la sintonía de la política con la voz del pueblo, no a través de las encuestas y los medios de comunicación, sino en relación directa a las necesidades y los anhelos ciudadanos. El gran error estuvo en que los medios se siguieran creyendo portadores de la verdad revelada y ese fue el principal equívoco de la última campaña presidencial en Estados Unidos. Está bien el escrutinio sobre Trump pero una cosa es ello y otra la politización rampante.