Cuando Íngrit Valencia vivía en una barriada ocupada por pobres cuidaba con devoción unos guantes de boxeo. Combinó el deporte que empezó siendo una afición con oficios como la minería hasta que se convirtió en una de las pugilistas más laureadas de Colombia.
Siendo una adolescente, la afrocolombiana de cabello tejido y ojos claros abandonó Morales, su poblado natal en el departamento del Cauca (suroriente), uno de los epicentros del conflicto armado. Dejó atrás las labores del campo y la vida junto a sus abuelos.
Se instaló en la ciudad de Cali, pero el dinero no le alcanzaba ni siquiera para pagar un arriendo y vivir dignamente con su primogénito recién nacido.
Desesperada se mudó a una especie de 'ciudadela' improvisada y ocupada por desplazados y pobres, que el gobierno intentó recuperar en repetidas ocasiones con operaciones policiales que desencadenaban en enfrentamientos.
"Era súper precario, (con) dificultades para lavar, no tener un baño era bastante difícil", recuerda en conversación con la AFP Valencia, que en esos tres años trabajó en un restaurante, como vendedora ambulante y como minera en un yacimiento de carbón.
"Nos tocó llegar a partes marginadas" y tuvimos que "guerrear" para "poder sobrevivir", aseguró su madre, Rubiela Valencia, al programa En las mañanas con uno.
Luego se mudó a Ibagué (centro) donde ojeadores expertos en el deporte de las 'narices chatas', uno de ellos su esposo actual, vieron su capacidad y promovieron su carrera.
Su talento para propinar golpes se fue puliendo hasta convertirse en una de las boxeadoras más ganadoras del país: ha sido campeona sudamericana, centroamericana y conquistó el bronce en los Olímpicos de Río-2016, además de dos podios en mundiales senior.
En los Panamericanos de este año en Santiago, con 35 años, quiere revalidar el oro que consiguió en la anterior edición, teniendo siempre en mente su pasado.
"Eso (las dificultades) hizo que yo fuera fuerte, que no desfalleciera, tener mucha resiliencia y acordarme siempre de cómo fueron mis inicios hasta ahora (...) Todo lo cambió el boxeo", dice.
- Desalojo y revancha -
Recientemente, un canal colombiano llevó la historia de Valencia a la televisión con una serie.
Después de ser medallista en Brasil, el entonces gobierno de Iván Duque (2018-2022) la felicitó por su hazaña. "Toda Colombia admira y aplaude un logro que quedó enmarcado en la historia: se convirtió en la primera boxeadora que obtiene una medalla en las máximas justas en representación de nuestra nación", decía un comunicado.
Pero luego vinieron los golpes en contra. En Tokio-2020 se fue de los Juegos en los cuartos de final a manos de la japonesa Namiki Tsukim.
Al volver a su país se enteró de que había perdido su casa en Ibagué porque otro supuesto dueño la reclamaba. Se trataba de una estafa, pero logró recuperar el dinero y regresó al ring empeñada en colgarse una medalla olímpica en París-2024 y volver a sacudirse de las adversidades, sin importar que ya superó los 30 años.
"La edad, los años, el tiempo que pasa nuestro cuerpo cambia" pero permanecen "las ganas, el saber tener un buen entrenamiento, el saber manejar las cargas para que el cuerpo y uno rinda", se convence.
Pensando en el evento en la capital francesa, muy posiblemente las últimas olimpiadas en su vida deportiva, entrega cada gota de sudor en las peleas.
En este ciclo olímpico fue campeona de los Bolivarianos de Valledupar-2022, los Sudamericanos de Asunción el mismo año y los Juegos Centroamericanos y del Caribe en San Salvador-2023.
"He mejorado mucho deportivamente, he tomado una madurez muy grande, sumo años, pero también sumo experiencia, es un recorrido que me ha hecho valorar mucho lo que he hecho hasta el momento", advierte.