Del motín del 68 al Baltimore de Gray | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Mayo de 2015

Por: Pablo Uribe Ruan

LAS caras de los espectadores que asistían al partido de béisbol  entre los Orioles de Baltimore y las Medias Rojas de Boston describían el ambiente de zozobra que se vivía en las inmediaciones de Camden Yards. Al exterior del escenario deportivo, el humo se confundía con las nubes y los gritos de los manifestantes aumentaban cada minuto en medio de la escalada de protestas que hacían recordar el motín de la primavera del 68 en Baltimore. Aquel día, aquel domingo,  la ciudad se sumió en una batalla campal: de un lado los simpatizantes que lloraban a Martín Luther King y, de otro, estaban las fuerzas policiales. El saldo de la trágica noche fue seis  muertos, 700 heridos y 1000 locales destruidos. Pero esta vez los gritos de protesta no eran por King, eran por Gray, Freddi Gray, el joven de 25 años que murió de una lesión medular ocho días después de haber sido arrestado por un policía blanco.

Las conexiones entre lo que sucedió en Baltimore y el pasado son inevitables. Si se mira a corto plazo, la primera imagen es casi idéntica y asusta porque parece un dibujo calcado con el mismo lápiz: un reparto de afroamericanos y otro de policías, y en el medio una ciudad paralizada por las protestas; la única diferencia, Fergusson, el lugar de los hechos.  Una ciudad que tras la muerte Michael Brown vivió más  de dos semanas de intensos choques entre la policía y los manifestantes que, en su mayoría, eran afros o negros, sí, negros, una denominación que para muchos en Estados Unidos sigue siendo prohibida (en Colombia también).

A largo o a mediano plazo las coincidencias también aparecen. Por ejemplo, el vivo recuerdo del motín del 68: una ciudad paralizada por una lucha "racial" hace 47 años. Hoy, con Obama en la presidencia y una mayor participación de los negros en todas las esferas públicas, parece que pocas cosas han cambiado, por lo menos en los casos de Baltimore, Fergusson o Jacksonville. O quizás en todo Estados Unidos. 

El motín del 68 fluye por las venas de los jóvenes negros de las ciudades marginales de Estados Unidos. Es un recuerdo intenso que reaparece en sus memoria, que reivindica su identidad con la perentoria necesidad de decirle al mundo "Black lives matter" (las vidas negras importan), lema que han adoptado los afroamericanos como manifestación en contra de la brutalidad policial.

El caso Gray

El informe policial de la detención de Gray que presentan las autoridades dice que el joven fue detenido "sin fuerza y bajo ningún incidente", según publicó el Baltimore Suns. Dicho informe también expone que todo se llevó con extrema calma y que la detención de Gray se dio porque éste huyó al percatarse de la presencia de la policía.

Lo curioso, en medio de este acervo probatorio que ya llegó a la corte, es que reitera que el joven fue herido "durante el trasporte". Y esa herida, que lo llevó a una lesión medular, acabó ocho días después con la vida de Gray. ¿Arbitrariedad policial contra los negros?. Sí, de esa misma que se vende como pan caliente y se describe en la literatura y en las series de televisión norteamericanas.

Los excesos de los policías contra jóvenes de origen negro existen tanto en el Bronx  como en Washington Highlands, cuna de la criminalidad de la capital de Estados Unidos. Pero es posible decir que el entorno laboral y económico que tienen estos jóvenes es distinto al de sus pares en  Sandtown-Winchester, uno de los barrios más peligrosos de Baltimore. La ciudad no es Nueva York, ni Washington, quizás lo único que comparten es la frontera entre Maryland y D.C. 

En Baltimore se respira un aire metalizado de una industria vapuleada por la globalización económica; así, como en Detroit- una cachetada al fordismo-. El acero, los automóviles y el puerto, que ponían  en marcha la economía de la ciudad, se extinguieron para siempre, las empresas se fueron a otras ciudades y lo único que  dejaron fue un legado de grandes latas en donde alguna vez se fabricaron los principales autos del mundo y unos extensos comedores, donde comían esos fabricantes, que huelen a cangrejo y pescado frito.

Baltimore es pobre, con un 63% de población afroamericana y altas cifras de criminalidad. La ciudad, además del legado de lata y pescado, está invadida por la heroína. Según el Departamento de Salud Pública de la ciudad, uno de cada 10 habitantes es adicto; un 10 % de la población. Y los jóvenes como Gray, que viven en Sandtown-Winchester o sus adyacencias, tienen una esperanza de vida de 6,5 años menos que el resto de la población de la ciudad.

Del motín de King a las protestas de 2015

Elizabeth M. Nix, profesora asistente de la Universidad de Baltimore, publicó en el 2011, Baltimore 68: los disturbios y el renacimiento de una ciudad. Este libro, que hace un paralelo entre lo que sucedió ese año y el surgimiento de un mismo movimiento, sirve de guía para situarse en la realidad de una ciudad que no ha superado, en lo más mínimo, las fronteras raciales.

La segregación es más que evidente: los negros viven en los barrios marginales, los blancos  a las afueras si son ricos y, en el centro, si pertenecen a la clase media subsidiada por el Estado. Pues sí,  no es más que la recreación un mundo de asfalto dividido  por el color de piel de sus habitantes quienes penden de una gruesa línea que diferencia sus derechos como ciudadanos. ¿Democracia?

La historia de Baltimore dice que a principio del Siglo XX  se crearon los "bloques", hileras de edificios exclusivamente para blancos y otros pocos para negros. Sin embargo,  los pactos entre residentes blancos hicieron que los negros no tuvieron derecho a vivir en esas hileras de ladrillo, sino más lejos, lejos, en el suburbio, como dice Pietila, en "Not in my neighborhood". Así, como hoy, en donde la representación de esos suburbios derivados de los bloques le interesó a los productores de "The Wire", una serie que lleva cinco temporadas retratando la vida de las pandillas, el tráfico de drogas y la criminalidad en Baltimore. Un relato que  por más de que venda la cruda realidad del moribundo puerto, dice algunas verdades, como: una fuerza policial desmedida contra la población afroamericana.

Hace unos meses la revista Times publicó una historia en la que hacía una recuento de la mortalidad de la población afroamericana y el desequilibrio en las cárceles con relación a los blancos. Otro estudio dice que, por ejemplo,  en Sandtown-Winchester/Harlem Park, Baltimore, un ciudadano negro tiene más del doble de posibilidades de  morir que otro de la misma ciudad y de ser, como Gray, arrestado en la esquina de su barrio.

Algunos dirán que la criminalidad en Estados Unidos es de "color"; otros, que algunos de "color" son criminales como algunos blancos, pero tienen muchas menos posibilidades. Lo segundo, en la esfera de lo razonable,  muestra una democracia cobijada por la retórica y la Carta de 1787, pero en su seno llena de prácticas discriminatorias contra los afroamericanos. En todo caso hay partidos políticos, como el Tea Party,  que invadidos por una inmensa certidumbre afirman que los negros son los criminales, sin darse cuenta que en la esquina de Juneau, Alaska, hay unos jóvenes blancos que trafican, o roban.

Económicamente, uno de cada cinco jóvenes en el barrio de Gray están desempleados, casi un tercio de las familias vive en la pobreza y ganan menos de 25.000 dólares al años, todo esto en Baltimore,  un agujero negro a tan solo una hora en carro de Washington y algo más de Nueva York.

Y en el medio de todo esto: el microtráfico, toda una red donde se emplean miles de jóvenes negros que no sólo venden, sino consumen la mortal heroína. Pero no son sólo ellos, algunos de los residentes de las mansiones de Maryland habitadas por millonarios de la costa este del país también consumen, pero son blancos y pocas veces son detenidos.

El Baltimore Sun señaló que una cuarta parte de los niños entre 10 a 17 años que viven en el barrio de Freddie Gray,  han sido arrestados por la policía. Sí, niños detenidos que en muchos casos pasean en sus bicicletas por el barrio y están en la red de la sistemática persecución de los policías, pero no en la del expendio de drogas. En vista de cómo funciona la lógica policial de Baltimore, y quizás de Estados Unidos, se puede constatar que es mejor llevar a un negro a la cárcel -  niño, inimputable e inocente-, que un blanco imputable.

La literatura ha tenido algo que decir

"Bueno, así que voy y le digo a ese poli que tengo un trabajo remunerao", dice Jones, en el segundo capítulo de La Conjura de los necios de John Kennedy Toole - el autor  deforma el lenguaje negro de Jones -. Acosado por la persecución policial, Jones se ve obligado a conseguir cualquier trabajo con tal de que no lo metan en una celda. "Si me he encontrado un trabajo de negro y un salario de negro. Ahora ya soy un auténtico miembro de la comunidá". "Ahora soy un negro real, no un vagabundo", dice Jones. Un personaje que no propaga el racismo en los tiempos en los que el odio racial llegó a sus límites -década de los 60- , pero sí se ríe de su suerte maldita por ser negro  en una Nueva Orleans que vive imbuida en las prácticas discriminatorias.

A pesar de crecer en el siglo XXI,  Freddie Gray no corrió con la misma suerte Jone. Las oportunidades laborales fueron escasas y la criminalidad y la persecución policial tal vez constituyeron un ambiente aún más adverso que el del viejo barrendero del "Noche de alegría". Jones consiguió trabajo y se quitó de encima al patrullero Mancusso. Freddie Gray lo consiguió o no -no lo sé- pero los policías lo siguieron persiguiendo por su color de piel hasta que lo propinaron unos golpes mortales, de la misma forma como ocurrió con Michael Brown en Fergusson.

De la parodia del racismo de Toole, de la imagen inmaculada de Luther King, a la muerte de Freddie Gray, una secuencia de personajes que coinciden en casi todo, salvo en los tiempos en que vivieron y en el final le tocó vivir a cada uno. El racismo sigue vivo y late por las ciudades de Estados Unidos.

Los hechos demuestran que la lucha por acabar el racismo, no de tajo pero progresivamente, se han quedado en proyectos como "el guardián de mi hermano" de la administración Obama, que por mucha voluntad de darle empleo a los jóvenes negros y latinos, no cambian la visión racista del patrullero Mancusso, de los policías de Baltimore, de los políticos de Alaska.

Quizás los maestros tienen mucho que decir. Ellos, en sus clases, tienen las herramientas para analizar esta concepción de la sociedad "moderna" - no falta quien diga que el racismo siempre ha existido-. Pero los profesores, por el contrario, recurren al negacionismo, a la palabra bonita; el lenguaje ha sufrido por el embellecimiento post moderno de la palabra.

Por ejemplo, Alan Gribben, de la Universidad de Auburn, borró la palabra "negro" -"nigger" en inglés-  de todo su libro y la sustituyó por esclavo. Este texto se reparte en todas las aulas de Estados Unidos.

Al final, los beneficios de este cambio son nulos y las consecuencias negativas inminentes. En lugar de enfrentar el problema y usar la palabra "nigger" como una oportunidad para explicar el papel que ha jugado el racismo en la creación y en la actualidad de Estados Unidos, se opta por la negación mediante un cambio de palabra y un capítulo sobre la esclavitud. El lenguaje debe ser implícito y directo. Tal vez, los profesores deberían empezar con ese libro antiracista de Gribben, que maneja un discurso racista, esclavo, contextualizándolo y hablando con sus estudiantes en términos claros.