Desde mediados del 2011, cuando ya era evidente que el expresidente Álvaro Uribe se erigía como el principal factor de oposición al gobierno de su sucesor, Juan Manuel Santos, uno de los temas políticos más discutidos ha sido la posibilidad de que ambos dirigentes se reúnan para zanjar sus diferencias y buscar, no tanto puntos de consenso, pues son muy difíciles dada la polarización de sus posturas, sino un diálogo más civilizado en una nación dividida frente a la mecánica y alcance del proceso de paz con las Farc.
Sin embargo a lo largo de los últimos cinco años ha sido imposible que la cumbre Santos-Uribe tenga lugar, pese a que altos personajes e instancias nacionales de la más alta credibilidad y neutralidad, así como dirigentes mundiales, gobiernos y hasta un exsecretario general de la ONU y el propio Vaticano han ofrecido y ejercido sus buenos oficios para dicho fin.
Lo cierto es que todos los intentos, invitaciones y mensajes de Santos a quien fuera su jefe y páter político en la candidatura presidencial de 2010 han recibido un reiterado portazo del exmandatario y hoy senador. Es más, ya gran parte del llamado país político considera que las diferencias entre santismo y uribismo son tan grandes que no hay posibilidad de distensión, y menos aun cuando ambos piensan no solo en el pulso Gobierno-oposición, sino que tienen los ojos puestos en la tempranera campaña proselitista para la Casa de Nariño en 2018.
Una campaña que, se sabe, estará asignada por la recta final del proceso de negociación con las Farc, la eventual refrendación popular del acuerdo final y la implementación del mismo, así como por la suerte del proceso naciente con el Eln, hoy trabado pero que se aspira a desenredar y dar paso a la instalación de la Mesa en Quito.
En medio de ese escenario político tan polarizado y difícilmente reversible se pone ahora sobre la mesa, más que todo en las redes sociales, la posibilidad, ya no de una reunión directa entre Santos y Uribe, sino de un debate público en el que cada quien, como los principales factores del poder político que hay en el país, expongan sus razones sobre la conveniencia o no del acuerdo de paz con las Farc.
La idea de ese debate público, que tendría el eco mediático más alto posible, recibió el respaldo ayer de varios dirigentes de la coalición santista y algunos congresistas del Centro Democrático, aunque al cierre de esta edición ni el Gobierno como tampoco el expresidente se habían manifestado, oficialmente, a favor o en contra de este cara a cara.
Por qué sí
¿Le convendría a un país tan polarizado alrededor del proceso de paz un debate de estas características? Las respuestas no son fáciles ni tan obvias como se podría pensar a primera vista.
En primer lugar, es claro que lo que más le serviría a la opinión pública, si la Corte Constitucional llega a darle vía libre a la convocatoria del llamado plebiscito por la paz, es que los dos grandes símbolos de la defensa y la crítica de la negociación con la guerrilla expongan, frente a frente, sus razones. Ello permitiría que los ciudadanos que piensen votar por el Sí, el No u optar por la abstención activa puedan tener todos los elementos de juicio y sopesar los argumentos con el fin de que su decisión electoral esté lo más estructurada posible.
Sería ingenuo negar que pese al alud propagandístico de los sectores gubernamentales para convencer a la opinión publica de que apoyen el proceso, una gran cantidad de colombianos no tiene claridad sobre qué es exactamente lo que se ha negociado en La Habana y cuáles específicamente las cesiones que en materia judicial, política, económica, institucional, territorial y social se harán a los cabecillas y guerrilleros que se desmovilicen y desarmen de manera efectiva. Y también sería ingenuo negar que aprovechando esa desinformación ciudadana el uribismo ha logrado satanizar la negociación y convencer a muchas personas de asuntos que no corresponden ni reflejan lo que efectivamente está pasando en Cuba.
En ese orden de ideas, en lugar de que la opinión pública tenga que seguir sometiéndose al desgastante tire y afloje de santistas y uribistas cruzándose acusaciones y réplicas en todo tiempo y lugar, un cara a cara Santos-Uribe, con todas las garantías para que cada quien exponga abierta y libremente sus opiniones y controvierta las del contrario, bien podría convertirse en un escenario positivo para que los colombianos sepan qué es verdad y qué es mentira y así puedan decidir a conciencia la postura a tomar frente al plebiscito por la paz.
Cuestión de estrategias
Sin embargo hay dos aspectos que deben evaluarse frente a esta propuesta de cara a cara. En primer lugar, qué tan conveniente sería este debate público y televisado para las respectivas estrategias políticas, propagandísticas y proselitistas del santismo y el uribismo, no solo de cara al plebiscito sino también a la tempranera campaña presidencial. La sola foto del debate tiene unas implicaciones que uno y otro bando podría aprovechar en beneficio propio, sobre todo cuando los niveles de popularidad y favorabilidad de ambos son tan volubles.
Igual se sabe que una mala respuesta o una estrategia sorpresiva del contradictor en este tipo de debates pueden tener un costo político muy alto e, incluso, dar al traste con una campaña entera.
Y, en segundo lugar, está el hecho mismo de si a las partes les conviene que la opinión pública conozca detallada y concienzudamente el alcance real y efectivo de lo negociado y lo no negociado con la guerrilla. Ambas partes se acusan constantemente a plantear falsos dilemas sobre paz y guerra o de aplicar ‘tácticas del terror’ para allanar votos o restárselos a la otra. Incluso no pocos analistas han advertido que al santismo y el uribismo les resulta rentable que entre los colombianos exista un determinado imaginario sobre lo que pasa en La Habana, así este no corresponda a la realidad.
Visto todo lo anterior se entiende por qué si a primera vista la posibilidad de un cara a cara entre Uribe y Santos sobre el proceso de paz resulta atractivo y necesario, no obligatoriamente, dentro de las particulares coyunturas políticas y estrategias electorales de cada uno, es una alternativa por la que se apueste abiertamente. Además dado el escenario político imperante, que Santos o Uribe le den un portazo a esta idea no resultaría nada extraño, pues así se han movido en los últimos seis años.