Por Giovanni E. Reyes (*)
La voz del Pontífice, del papa Francisco, ha sido clara y contundente. Con su estilo concreto y directo, ha reconocido que el primer genocidio del Siglo XX se cometió contra el pueblo armenio. El anuncio lo hizo el pasado 12 de abril. Se refirió a lo que habría sido una matanza que buscaba una “limpieza étnica”. Las cifras varían pero desde el 24 de abril de 1915 a 1923, se habrían ejecutado entre 600,000 a 1.8 millones de víctimas.
El pasado 14 de abril, el Parlamento Europeo respaldó las declaraciones del Papa e hizo un llamado para que, aprovechando el centenario se proceda a desclasificar la información, a que se asuma “la responsabilidad del pasado y que, de esta manera se allane el camino para una verdadera reconciliación entre el pueblo turco y armenio”.
El Pontífice también hizo un llamado por la reconciliación y la fundamentación de una verdadera paz entre los pueblos. Es de recordar que el genocidio se llevó a cabo en el contexto de la I Guerra Mundial, y que quienes ejecutaban a los armenios eran soldados del Imperio Otomano.
El valor de la denuncia del Papa, tal y como lo documenta el investigador Gabriel Tokatlian, volvió a poner en la agenda internacional aspectos medulares de un informe de Nicodeme Ruhashyankiko, quien en 1973, como Relator Especial de Derechos Humanos de Naciones Unidas, resaltó la abundante documentación que apuntaba a los sangrientos hechos –fundamentalmente dirigidos contra cristianos- que daban cuenta de la matanza.
Hay al menos dos aspectos que el pronunciamiento del Papa pone de manifiesto.
El primero de ellos es el desmarque de la posición del Vaticano, ahora que quien está al frente de este pequeño, pero influyente Estado, es un hombre venido del Sur, sin los compromisos implícitos de ciudadanos del norte, en donde de manera persistente se presenta la preocupación por los equilibrios –heredados muchos de ellos de la guerra fría- en cuanto al cuidado de las relaciones exteriores de Europa, con Estados Unidos y con territorios cercanos. Recuérdese que Turquía es un país que desea su ingreso a la Unión Europea.
En segundo término y no menos importante, con estas declaraciones el Papa Francisco sigue alentando una política exterior particularmente activa, especialmente cuando se la compara con la ejercida por el Papa Emérito Benedicto XVI. Actualmente la nave vaticana guiada por Francisco se ha pronunciado y ejerce un papel importante en el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos –. Esta semana se anunció que Francisco estaría en La Habana el próximo septiembre.
También la participación exterior del Vaticano se ha referido a la crueldad de los métodos exhibidos por el Estado Islámico, en su tratamiento hacia occidentales, en especial cristianos. El Vaticano, sin melindres ha señalado la injusticia y desigualdad rampante que se tiene en muchos lugares el sistema de mercado.
Las aseveraciones del Pontífice se relacionan también con los escenarios actuales. De allí esas advertencias que deben implicar siempre, un llamado a la acción. El Papa ha puntualizado: “Por desgracia, todavía hoy sentimos el grito sofocado y descuidado de tantos de nuestros hermanos y hermanas impotentes, que a causa de su fe en Cristo o de su pertenencia étnica, son pública y atrozmente asesinados –decapitados, crucificados, quemados vivos- o forzados de abandonar sus tierras”.
La advertencia papal no sólo se aplica a las persecuciones religiosas, sino también a las tragedias de las muertes de gentes sin recursos. Son muertes anónimas, como la muerte de los árboles en las montañas. Mueren en silencio, lejos del bullicio de las fiestas permanentes. Mueren sin llegar a las portadas de los diarios o a las redes sociales.
Según cifras de Naciones Unidas, al menos 35,000 personas mueren diariamente producto de enfermedades que vienen de la Edad Antigua o de la Alta Edad Media, se trata de afecciones totalmente prevenibles y curables con la ciencia y tecnología que ahora tenemos a nuestro alcance.
Somos quizá la primera generación en el planeta que tiene los medios para acabar con esa serie de tragedias. Tenemos por tanto un importante y habitual compromiso ético y moral, un compromiso solidario. Sin ello la paz en nuestras comunidades y países no será posible.
Por más inevitable que sea al final de nuestros días, no deseamos exclusivamente, el remanso de los sepulcros. Lo que deseamos es la paz que emerge como resultado de la satisfacción de las necesidades y de las perspectivas de una vida saludable, próspera y productiva, más que la apacible cotidianidad de los cementerios.