Al construir una ciudadela sobre el 86% de la reserva, estamos asumiendo que cuando menos el 18% de los humedales deberá secarse
Por Álvaro Sánchez *
Especial para EL NUEVO SIGLO
Por estos días ha estado en boca de todos la reserva natural Thomas van der Hammen, delimitada y decretada en el 2000 por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, reglamentada por la CAR en el 2011 y llamada así como homenaje al geólogo, biólogo, arqueólogo y micólogo colombo-neerlandés, quien para ese año aún vivía en un rincón de la reserva en el municipio de Chía, Cundinamarca.
Don Thomas había nacido en Shiedam (Holanda) en 1924 y falleció en Chía en el 2010, dejando importantes estudios y serios aportes al desarrollo ambiental de nuestros páramos sobre la cordillera de los Andes, razón por la cual se le concedió este merecido homenaje.
Lo que no sospechó don Thomas en vida es que a los pocos años de su muerte se discutiera si convenía mantener la reserva tal y como se delimitó, o reducirla para realizar una agresiva expansión urbana de nuestra capital. Y menos aún que un tema tan sensible para todos acabara siendo un caballo de batallas políticas y de intereses privados.
Pretendo hacer un breve resumen de los pros y contras de las diversas posiciones y abogar para que se discuta el tema desde la técnica ambiental y no desde la economía o la política.
Comencemos por decir que la reserva tiene una extensión global de 1.395 hectáreas, de las cuales cerca del 32% está compuesto de humedales o zonas de amortiguación hídrica. Un 37% se ha deforestado y tiene alguna agricultura o simplemente zonas no aprovechadas. Y el 31% restante aún tiene vegetación nativa de páramos húmedos. Todo ello además del hecho cierto de que es la única posibilidad de conectar los cerros Orientales con el río Bogotá, generando un corredor ecológico de gran valor estratégico que garantice tanto el mantenimiento de los humedales como el de las zonas boscosas de dicho corredor.
De otra parte si se reforestara la reserva se tendrían aproximadamente 890 hectáreas cubiertas de vegetación nativa que permitirían aproximadamente 1.350.000 árboles o arbustos nativos, los cuales tendrían capacidad de absorber en un año aproximadamente 2.335 toneladas de CO2. Esto sería equivalente a los gases de efecto invernadero dejados de producir durante 5 “días sin carro” en Bogotá.
Cabe decir que esa no es la única ventaja que tiene mantener la reserva, pues se conoce de 179 especies de aves que hoy por hoy están poblando la reserva, de las cuales algunas 23 son migratorias pero otras son endémicas (únicamente se establecen en este sitio), entre ellas la tingua bogotana (en peligro de extinción) y el chamisero cundiboyacense. También hay algunas que aún sin ser únicas sí sobreviven únicamente en la región, como por ejemplo el pomponero, el arrullador o el pico de espina. La reserva es aún, y a pesar del hombre depredador, un refugio que permite la supervivencia y la migración de estas especies fundamentales para nuestro equilibrio ecológico, tal y como lo explicamos hace quince días en estas mismas líneas. Es importante resaltar que también existe una cantidad importante de mamíferos, insectos y reptiles de gran importancia para nuestra supervivencia en la Sabana.
Análisis
Si tomamos en forma literal la propuesta de la actual administración distrital de construir una ciudadela sobre el 86% de la reserva, estamos asumiendo que cuando menos el 18% de los humedales deberá secarse y la totalidad de los bosques nativos desaparecer. Lo primero aumenta en gran medida los niveles de riesgo para esa zona de la Sabana y, lo segundo, causará un deterioro de tal magnitud en los ecosistemas que nos rodean, que no es previsible precisar el tipo de consecuencias que se derivarán tanto para la salud como para la vida misma. Ello sin contar con que los controles biológicos que impedirían la entrada de insectos transmisores de enfermedades como el zika a la sabana de Bogotá estarían siendo sacados de nuestro entorno, anulando nuestras propias reservas. Algo así como un autogol a nuestra supervivencia saludable y tranquila.
Leo en las declaraciones del señor Alcalde que “la tal reserva es un potrero” y me cuesta trabajo creer que alguien le haya hecho creer semejante desafuero. No conozco potreros con tal biodiversidad ni con tal capacidad de resiliencia que, además, permitan hacer esfuerzos efectivos contra el calentamiento global y mejorar el entorno y la calidad de vida de los bogotanos.
El asunto no tiene color político, el asunto tiene que manejarse con sentido común y con la perspectiva de los ciudadanos del futuro, a quienes realmente van a afectar las decisiones que hoy se tomen.
El tema se debe manejar con estudios serios y técnicos como los realizados en vida por don Thomas o los que ha adelantado el Instituto Von Humbolt. Mediante ellos se debe llegar a proteger nuestras riquezas naturales y emprender campañas de educación que lleven a los ciudadanos a entender que los ataques a la naturaleza son una especie de suicidio lento. Quisiera invitar a todos los ciudadanos, incluido claro está el señor Alcalde, a que hagamos una romería todos y cada uno y dentro del próximo año sembremos un arbolito nativo en la zona deforestada de la reserva.
Por último es necesario hacer una reflexión: tanto el Ministerio como la CAR han delimitado y reglamentado la reserva y el hecho de que parte de ella se encuentre en Bogotá no exime de cumplir con la normatividad de las autoridades ambientales. Ya en el gobierno anterior del doctor Peñalosa se construyeron las estaciones de Transmilenio sin licencia ambiental y los niveles de ruido en los puentes metálicos exceden los máximos de decibeles permitidos. Esto no puede volver a pasar: las decisiones que afecten el ambiente se deben someter a los estudios ambientales y estos deben ser respetados.
* alsanchez2006@yahoo.es @alvaro080255